Torturas y olvido: el dilema que llevó al Gobierno a abandonar a los héroes españoles presos en Annual
El gran problema de España tras el desastre fue el gran número de prisioneros hechos por Abd-el-Krim y las protestas de sus familiares para que el presidente y el Rey de España pagaran el rescate, pero se resistieron
Las voces enterradas de los héroes de Annual: la masacre que hizo sangrar a España durante décadas

El desastre de Annual fue un trauma que España tardó muchas décadas en superar. En ABC ya les contamos que muchos descendientes de los más de diez mil soldados muertos en aquel enfrentamiento contra las tropas de Abd el-Krim, entre julio y agosto de 1921, todavía hoy intentan averiguar –la mayoría de ellos sin éxito– dónde fueron enterrados o abandonados sus restos. También que cuando el general Picasso realizó su famoso informe para depurar responsabilidades, cientos de familiares le enviaron cartas de agradecimiento por haber «desenmascarado a los cobardes de tan dolorosa página de nuestra historia».
Así le agradeció su trabajo, por ejemplo, una postal de Zaragoza fechada en noviembre de 1922: «Vuestro expediente ha llegado al corazón de las diez mil madres que piden una sanción para los asesinos de sus hijos. Sois el general del pueblo, por haberlo servido con una honradez a la que no está acostumbrado». Un superviviente que había fingido su muerte y huido de las tropas rifeñas con un dedo de la mano cercenado le reveló: «Los moros degollaban a nuestros soldados con una ferocidad salvaje, sin ningún tipo de piedad».
Conocemos millones de detalles escabrosos sobre la mayor matanza sufrida por el Ejército español en su historia reciente. Sin embargo, de lo que no se habló durante décadas, y hasta casi el siglo XXI, fue de los prisioneros que se quedaron allí en manos de Abd el-Krim. Una polémica de la que ABC y otros periódicos españoles estuvieron informando, mientras el Gobierno debatía internamente cómo solucionar aquel problema, antes de que el asunto cayera en el olvido para la mayoría de historiadores.
Este fue uno de los principales problemas a los que se enfrentó el presidente Antonio Maura en aquellos últimos años de la Restauración, antes de que Miguel Primo de Rivera diera su golpe de Estado en septiembre de 1923. Según algunas fuentes, los rehenes superaban los 700, pero nunca se supo del todo. Los que consiguieron sobrevivir a las pésimas condiciones del cautiverio continuaban encerrados dos años después del desastre. Aquella fue una pesadilla para las familias, que ya habían sufrido el horror de la matanza desde la Península y las terribles noticias que llegaban de Annual durante el verano de 1921, pero ahora se sumaba la desesperación de saber si sus maridos, hijos o padres regresarían algún día con vida a España.
Peticiones de socorro
El problema se convirtió en un asunto de primer orden para el país, sobre todo a raíz de las numerosas peticiones de socorro que le llegaban al Rey Alfonso XIII de los familiares y que la prensa recordaba en artículos tan críticos como el publicado en la revista 'Blanco y Negro' el 8 de enero de 1922: 'El cautiverio de Axdir: la vida de los prisioneros'. Se trataba de tres páginas donde se incluían las fotografías enviadas a nuestra redacción por uno de los presos, el capitán de Estado Mayor Sigifredo Sáinz Gutiérrez, destinado a Melilla poco antes de la matanza e incorporado a la columna de socorro del general Navarro.
Todos ellos fueron trasladados al cuartel general de Abd el-Krim, la citada localidad marroquí, donde fueron reconvertidos en rehenes por sus captores con el objetivo de entorpecer las operaciones de una guerra que continuaban. Fue en ese mismo enclave donde el mencionado capitán fue un testigo privilegiado de la retirada y de la desdichada defensa del Monte Arruit, donde fue apresado por las hordas rifeñas.
«Todas estas fotografías –podía leerse en la exclusiva, publicada seis meses después del desastre– reproducen la vida del cautiverio a la que el capitán alude también en su diario. La cámara ha llevado a las placas las amargas escenas y, por mucha emoción que pusiéramos en el relato, nunca llegaríamos a la que provocan estas imágenes donde se ve la miseria en que viven los pobres prisioneros con cruda realidad, justo en la inmunda corraliza donde se encerraban antes los ganados de Abd-el-Krim».
Palizas y hambre
En el artículo no se especifica cómo el prisionero consiguió hacernos llegar las fotografías, pero sí que fueron las últimas en dejar constancia de la tragedia. Según revelaba el historiador Javier Ramiro de La Mata en su artículo 'Los prisioneros españoles de Abd-el-Krim: un legado del desastre de Annual' (Anales de Historia Contemporánea, 2002), los rehenes españoles apenas recibían alimentos y eran obligados a trabajar hasta la extenuación, además de ser apaleados brutalmente como si de ganado se tratara. «Se pasan las semanas incomunicados de sus familias y recluidos en una inmunda corraliza. Ahora ya ni disponen de aquellas horas en que les dejaban gozar, al principio, de la libertad de aquellas rocas que les permitían recibir los besos del sol y de las brisas marinas, aunque fuera bajo vigilancia de los centinelas».
'1923: El golpe de Estados que cambió la historia de España'

- Autor: Roberto Villa García
- Editorial: Espasa
- Páginas: 768
- Precio: 23,90 euros
Como explica el también historiador Roberto Villa en '1923: El golpe de Estados que cambió la historia de España', que acaba de publicar en la editorial Espasa, nunca pudo establecerse el número exacto de prisioneros, aunque «seguro que sumaban varios cientos». Sujetos a malos tratos, trabajos forzados y desnutrición, pronto se las vieron también con las enfermedades, sobre todo, el tifus. De hecho, apunta, la mitad de los soldados murió durante el cautiverio mientras el Gobierno mantenía un insólito debate moral sobre si debía ceder a la exigencias del enemigo.
Villa explica así la difícil coyuntura: «Su rescate suponía, obviamente, entrar en tratos con Abd el-Krim antes de derrotarlo y aceptar sus onerosas condiciones. En las conversaciones preliminares, el caudillo rifeño tasó su liberación en cuatro millones de pesetas. Además, España debía entregarle a todos los detenidos y presos del Rif por cualquier concepto. Lo desproporcionado de la exigencia estaba a la vista, pues no se trataba de un canje de prisioneros, sino que se estipulaba una indemnización unilateral en perjuicio de España».

Comprar armamento
Aunque el Gobierno consideraba todas estas exigencias como de menor cuantía que la vida de sus compatriotas, creía también que el dinero que les entregara podía servir para comprar armamento y fortalecer el Ejército marroquí. Maura y sus ministros temían que esa cantidad les diera acceso al mercado de armas pesadas y les facilitara la contratación de instructores europeos y, además, estaban seguros de que Abd el-Krim pagaría a las cabilas para sumar nuevos reclutas como mercenarios. Todas estas cuestiones hicieron que el presidente se negase a aceptar cualquier trato.
Por otro lado, el caudillo rifeño fue variando sus condiciones en el transcurso de las conversaciones, durante las cuales también se negó a identificar o concretar el número exacto de prisioneros. «Así no existían garantías de que, aceptado el trato, los entregara a todos, sin quedarse con un cupo con el que estorbar el esfuerzo de guerra de sus adversarios. Y estaba también el problema de sentarse a negociar, con más o menos publicidad, con el responsable último de las matanzas, en un mano a mano en el que el jefe beniurriagulí acabaría imponiendo indefectiblemente sus demandas, ya que tenía en su poder la vida de los rehenes», añade Villa.
Todas estos detalles, en definitiva, planteaban a Maura y sus ministros un dilema serio: o se abandonaba a los prisioneros a su suerte o se intercambiaba la fuerza moral y material de los rebeldes, con las consecuencias inmediatas que eso tendría para el Ejército español. Había, además, otro inconveniente: que mientras el presidente del Gobierno se lo pensaba y los rehenes seguían muriendo de hambre y enfermedades, Melilla se convirtió en un punto de encuentro de los familiares de los soldados desaparecidos o prisioneros en busca de información desesperadamente.
La prensa
Las demandas de estos tuvieron el apoyo de gran parte de la opinión pública. Periódicos como 'La Correspondencia de España', 'La Libertad' y ABC organizaron movilizaciones a favor del rescate, sobre todo, cuando Abd el-Krim rebajó sus exigencias al pago de esos cuatro millones de pesetas. El 5 de noviembre de 1921, el primero de estos diarios publicó una emotiva carta escrita por las madres y las esposas de los cautivos, dirigida al Gobierno, en la que se solicitaba que se hiciera el pago. Hasta los empleados del Ayuntamiento de Madrid apoyaron la propuesta.
A medida que se publicaban todos estos artículos, la tensión en Melilla fue en aumento. «Cuando tantos españoles sufren el infortunio del cautiverio, no es el momento de evocar si entre ellos hubo o no quien se olvidó de sus deberes. Habrá días de sobra para depurar las responsabilidades. Hoy por hoy no debemos olvidar que entre los prisioneros de Axdir hay un puñado de héroes que en los días desgraciados sostuvieron con gran entereza la dignidad nacional», aseguraba 'Blanco y Negro'.
En noviembre de 1921, 'La Correspondencia de España' publicó otra carta en la que se pedía a Alfonso XIII que se implicara en la liberación de los prisioneros de Axdir. Ese mismo mes, otra misiva de Melilla firmada por una portavoz de los familiares daba las gracias por la campaña en pro del rescate que estaba llevando a cabo la prensa, pero estaba produciendo el efecto deseado. Pero las noticias eran cada vez peores, como cuando se supo que el capitán de la Policía Indígena había sido ejecutado.
Manifestaciones
El 30 de noviembre se produjo una manifestación en la ciudad norteafricana de las esposas, madres e hijas de los presos, aprovechando la presencia de los infantes Don Carlos y Doña Luisa. En la prensa mencionan a la madre del capitán Sáinz, a una hija del teniente coronel Pérez Ortiz y a la esposa del coronel Araujo, que consiguieron ser recibidos por los miembros de la Familia Real. A la salida de la entrevista, la mayoría de la población melillense recorrió las calles del centro de la ciudad pidiendo el cierre de los comercios y locales de ocio. Cerca del puerto comenzaron a producirse disturbios y hasta se apedrearon negocios regentados por marroquíes que nada tenían que ver con la guerra.
Junto a esta protesta se hizo público un manifiesto dirigido a los españoles en el que se describía el sufrimiento de los prisioneros en Axdir. A raíz de ello, el Gobierno decretó la censura de la prensa en Melilla. El 5 de diciembre se celebró un mitin «pro-prisioneros» en Madrid donde se unieron republicanos reformistas y miembros de la izquierda liberal para forzar al Gobierno a rescatarlos. Si no lo hacían, pondrían en marcha una suscripción para indemnizar a Abd el-Krim, pero Maura no cedió y tomó la decisión de no acceder a las condiciones del caudillo rifeño para «no paralizar la acción de España» frente al enemigo.
El Gobierno sí autorizó tratos oficiosos para abrir una vía de comunicación que le permitiera conocer el estado de los prisioneros. A esas decisiones se negaba el general Damaso Berenguer, que estaba a favor de pagar el precio y rescatarlos de inmediato. Su temor era «el efecto que produciría en la nación la noticia de haber sido muertos o martirizados esos rehenes», pero Maura le dio órdenes de dilatar las conversaciones sin romperlas. La consecuencia fue que un año después, en enero de 1923, los supervivientes de aquellos más de 700 españoles siguieron presos.
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