Tim Weiner: «Robar los planes de invasión de Ucrania a Putin fue un gran éxito de la CIA»

El premio Pulitzer publica 'La misión', el primer ensayo sobre la convulsa historia de la agencia en el siglo XXI

Tim Weiner, durante la entrevista con ABC en Madrid Guillermo Navarro

Tim Weiner (Nueva York, 1956) recuerda a ABC la primera vez que entró en el cuartel general de la CIA, en Langley, en 1988. Acababa de regresar de un largo viaje por Afganistán para informar sobre los «miles de millones de dólares en armas ... que la agencia estaba enviando a los muyahidines para ayudarles en su yihad contra el invasor soviético». El periodista de 'The New York Times' habla despacio, pero gesticula mucho, dando algún que otro golpe con la mano sobre la mesa para subrayar sus palabras. Se piensa cada frase como si fuera a escribirla en su periódico o como si estuviera delante de un juez. En ocasiones, incluso, tarda unos quince segundos en empezar a responder: «Fue la primera vez en la Guerra Fría que se utilizó armamento estadounidense para matar a soviéticos».

El joven periodista iba a entrevistar al portavoz de la CIA sin saber que estaba a punto de ganar el premio Pulitzer y descubrir la vocación de su vida, a pesar de la advertencia que, en esos mismos meses, le hizo Richard Helm, exdirector de la agencia durante los mandatos de Lyndon B. Johnson y Richard Nixon: «No es un mundo de diversión y de juegos. Es sucio y peligroso». Se dio cuenta nada más entrar en el vestíbulo y leer el versículo del Evangelio de San Juan grabado en la pared del recibidor: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». «¡Aquella frase me enganchó de inmediato! ¿Acaso era posible conocer la verdad sobre la CIA? Y aquí estoy, 38 años después», exclama.

Weiner acaba de publicar en España su nuevo ensayo, 'La misión. La CIA en el siglo XXI' (Debate), «en una época de grandes peligros, donde Estados Unidos está dirigido por un individuo que admira a dictadores, aspira a gobernar como un autócrata, desprecia las libertades civiles y amenaza con encarcelar a sus oponentes», apunta.

Un libro para el que ha entrevistado a agentes que combatieron en Irak, Afganistán, Pakistán y Siria, que protagonizaron campañas de espionaje desde el Mediterráneo hasta el Pacífico, que fueron investigados por dudosas operaciones antiterroristas, que vieron su vida peligrar por infiltrarse en el Kremlin, que tuvieron en nómina a presidentes y que crearon el polémico sistema penitenciario secreto.

—¿Los cambios que se produjeron en la CIA tras el 11-S fueron un éxito o una deriva peligrosa?

—La CIA se ha transformado tres veces durante el siglo XXI. La primera fue, efectivamente, tras el 11-S, cuando el presidente George W. Bush dio instrucciones a la CIA de que se convirtiera en un ejército paramilitar letal y que construyera prisiones clandestinas para torturar a los sospechosos de terrorismo. La agencia, sin embargo, no se creó para eso en 1947, sino para espiar. Si querían dar un golpe en otro país… ¡que manden a los marines! Durante 15 años, el contraterrorismo lo dominó todo, en gran detrimento del verdadero espionaje y la contrainteligencia.

—¿Los otros dos cambios?

—En 2016, una mañana nos despertamos y nos dimos cuenta de que los rusos habían puesto en marcha una operación de guerra política contra Estados Unidos, un ataque directo a nuestra democracia, que ayudó a Trump a ganar las elecciones. Pocos meses después, el jefe de los servicios clandestinos de la CIA, Tom Rakusan, reunió a los principales jefes de operaciones y le dijo: «Los rusos acaban de manipular nuestras jodidas elecciones. ¿Cómo podemos evitar que vuelva a ocurrir?». Les ordenó reclutar a diplomáticos y oligarcas rusos para convertirlos en informantes de la CIA. «Quiero que penetréis en el Kremlin», insistió. Y fue un éxito, porque cuatro años más tarde, la CIA se robó los planes de Putin para invadir Ucrania y los desveló al mundo, volviendo a la misión original de la CIA: el espionaje.

—La tercera transformación se ha producido en la era Trump…

—Así es. Todavía está en marcha y puede implicar la destrucción de la CIA. Trump detesta a la CIA y la está atacando, porque tanto esta agencia como el FBI fueron los que mostraron las pruebas de que él y el presidente de Rusia, Vladimir Putin estaban participando en esta manipulación. Establecieron más de 300 contactos con el objetivo de que Trump fuese elegido. Era una verdad incómoda para el actual presidente de Estados Unidos. Por eso quiere destruirla.

—¿Ha habido en la CIA algún tipo de transformación ética o moral en este siglo?

—Bueno… El próximo presidente que quiera torturar o ahogar a un prisionero va a tener que traer su propio cubo de agua. La CIA ha dicho que no va a participar más en eso. El riesgo moral de infringir las leyes de la manera en que se ha hecho es enorme. Esa mancha nunca se podrá eliminar, a pesar de que los agentes hayan hecho lo que han hecho bajo órdenes del presidente de la nación. Tenemos que entender que la CIA es un instrumento de la política exterior americana. Con poquísimas excepciones, suelen hacer lo que el presidente ordena. ¿De verdad crees que un par de agentes de la CIA estaban sentados en Miami en 1960 tomándose unos martinis y, después de dos o tres copas, uno dijo: «Oye tío, ¿matamos a Fidel Castro?». Pues no. Fue una orden directa de los presidentes Eisenhower y Kennedy.

—Conociendo esa historia, ¿no le sorprendió en 2007 que saliera a la luz la existencia de las cárceles secretas de la CIA?

—Conozco a la reportera de 'The Washington Post' que escribió ese artículo, Dana Priest, y en cuanto lo leí supe que era cierto. No me sorprendió, no. Esos sistemas de tortura se pusieron en práctica el 12 de septiembre de 2001 porque la CIA no sabía nada de Al Qaida, salvo que existía. Así se convenció de que iba a haber un segundo, tercer y cuarto atentado y empezaron a buscar armas nucleares. Se generó un clima de miedo, ignorancia y secretos, que es un cóctel profundamente tóxico.

—¿La CIA ha influido en el reciente acuerdo de paz entre Israel y Palestina?

—No hay rincón en el mundo donde la política exterior de Estados Unidos y la misión de la CIA se aparten más que en Israel. La política exterior estadounidense se ha volcado en apoyar incondicionalmente a Israel desde que se creó el Estado en 1948, durante el mandato del presidente Harry Truman. Siempre se ha tratado de una cooperación entre sus servicios de inteligencia que no ha implicado conspirar contra los árabes. Aún así, el actual genocidio perpetrado contra los palestinos, con el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, constituye un desastre histórico. Sin embargo, hasta donde yo sé, la CIA ha observado lo ocurrido, pero se ha mantenido al margen de ese genocidio. Otra historia es el Ejército de Estados Unidos, que son los que han mandado bombas, y eso es una enorme diferencia.

—¿La CIA aprendió algo de su experiencia en las guerras de Irak y Afganistán o repite patrones del pasado?

—He viajado a Afganistán muchas veces como periodista desde los años 80. En 2001, la CIA declaró que había derrotado a los talibanes, pero no derrotó a nadie. Los talibanes se afeitaron y volvieron a sus pueblos a esperar. A diferencia de los estadounidenses, que no leen Historia, ellos sabían que Alejandro Magno, Gengis Khan, Tamerlane, los británicos y los soviéticos nunca lograron conquistar Afganistán. Solo algunos agentes experimentados de la CIA sabían que era imposible, mientras que los mandos del Ejército decían en sus informes que todo iba fenomenal. Convencieron al presidente de que había luz al final del túnel. Pero… ¿Qué luz ni qué leches? El Ejército tiende a mentir de abajo a arriba en la cadena de mando, mientras que en la CIA esa cadena de mentiras no se da, al menos entre los agentes, porque saben que su éxito depende de la confianza y que hay vidas en juego.

—¿La CIA del siglo XXI defiende mejor los intereses de los civiles estadounidenses que la del XX?

—Actualmente, Estados Unidos no puede decir que representa ni la libertad ni la democracia. No durante el Gobierno de Trump, y eso dificulta mucho convencer a otros para que se conviertan en agentes. Por consiguiente, eso afecta directamente a la capacidad de la CIA de reunir información sobre amenazas reales y aumenta el riesgo de un fallo de inteligencia catastrófico. ¿Conoces la expresión de darse un tiro en el pie? Pues Trump está disparando a la cabeza de Estados Unidos. Es un momento muy peligroso.

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