La violencia invisible (y doble) que arrastran las mujeres sin techo
DÍA INTERNACIONAL DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER
En su primer año de vida, el centro municipal Beatriz Galindo, el único de su tipo en España, ha aplicado la perspectiva de género para atender casi un centenar de casos, agujeros negros donde confluyen adicciones, abusos y enfermedades mentales
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Madrid
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Iniciar sesiónRaquel (nombre ficticio) tiene 40 años y no recuerda su primer día en el centro Beatriz Galindo, un edificio que no aparece en los mapas. «Llegué un poquito sin dormir, soy consumidora de cocaína y cannabis, y llegué de trasnochar y consumir bastante», reconoce, ... cinco meses después, en una de las luminosas salas del edificio. Lleva 48 horas limpia, aunque ha tomado un sedante «para estar tranquila» porque es el cumpleaños de su agresor, el padre de sus hijas. Un día en el que no piensa salir del Beatriz Galindo, la antítesis de los albergues tradicionales para las personas sin hogar.
El Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, que dirige Pepe Aniorte (Cs), oculta su ubicación por seguridad, para protegerlas a ellas, las 91 mujeres atendidas hasta la fecha en este centro de amplias ventanas y patio interior acristalado, zonas comunes, enfermería y habitaciones con camas individuales y aseos. Raquel ha pasado antes por otros centros de acogida de Madrid, el de Príncipe Pío y el de la calle de Geranios: «Este es el que más me gusta con diferencia», sentencia. Este viernes, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el primer recurso de su tipo en España cumple un año.
Todas las mujeres que ocupan (o han ocupado) sus 35 plazas han vivido en la calle y arrastran problemas de salud y episodios de violencia de género, en muchos casos, todavía activos. La inmensa mayoría tiene entre 36 y 55 años. De las 91 residentes, 46 cargan con adicciones (al alcohol y otras sustancias estupefacientes, benzodiacepinas, hachís, cocaína, heroína...), 43 con alguna enfermedad mental (trastorno ansioso depresivo, de estrés postraumático, límite de la personalidad, esquizofrenia...) y 26 una patología crónica (desde diabetes hasta enfermedades de transmisión sexual).
Raquel probó la cocaína por primera vez con 16 años y a los 18 se enganchó a la base, una alternativa más barata y parecida al crack que se fuma en cigarrillos o con marihuana. «Y hasta ahora... He estado dos años limpia, pero tuve una recaída», cuenta. Ha vivido cinco años en una casa okupa, ha sido desahuciada, ha dormido a la intemperie y en casa de su agresor, quien la mandó de vuelta a las calles. ¿Dónde queda la recuperación cuando el deterioro es un enorme agujero negro?
«Vienen con un largo recorrido de calle y adicciones, pueden estar años aquí», asevera la directora del centro, Yolanda Herguera. Esta trabajadora social de 38 años empezó en el Instituto de Adicciones pateando los poblados de la ciudad, infiernos de chabolas y drogas, donde se familiarizó con muchas de las mujeres que duermen en el Beatriz Galindo. «A Rocío (nombre ficticio) la conozco desde hace 15 años y nunca había estado en un centro en el que vuelva todas las noches, para mí es un triunfo verla por aquí, tan a gusto, con su bata», asegura. El caso de Rocío, por ejemplo, es muy difícil de recuperar e implica un trabajo de «reducción de daños».
Adicciones
«Me apaño yo para conseguir cocaína, pido, me prostituyo, las menos veces; no robo»
Estas mujeres poseen total libertad, salvo unas pocas líneas rojas: no consumir en el edificio (más allá de las pautas controladas de alcohol que dispensa el centro) y nada de peleas. Raquel sale de vez en cuando y, como su madre gestiona el dinero de la Renta Mínima de Inserción (RMI) para tabaco, móvil, abono transportes y algo de ropa, ella se busca la vida para conseguir cocaína. «Me apaño yo, pido, me prostituyo, las menos veces; no robo», comparte. La libertad que concede el Beatriz Galindo se extiende a sus decisiones.
Herguero explica que el trabajo con ellas es «a largo plazo», basado en generar un «vínculo» y en el «acompañamiento». Ninguna supera su adicción o asume un diagnóstico de enfermedad mental por imposición. Y aunque se escapen a consumir, el centro es una garantía de seguridad, de que disponen de un seguimiento médico y de la documentación en regla para percibir ayudas, de que mantienen los lazos sociales y familiares que aún no se han roto, de que saben identificar situaciones de riesgo cuando están solas.
Las mujeres representan el 35% de las personas en situación de calle en Madrid, según los estudios de la psicóloga Sonia Panadero
El día de la visita de ABC, Raquel se duchó para quedarse en el centro. Su expareja y padre de sus dos hijas, con el que ha sufrido varios episodios de malos tratos y sobre el que pesaba una orden de alejamiento, cumplía años. Hacía cuatro días que no lo veía. «Le he felicitado y ya está, no pienso verle hoy. Me he medicado para tener menos ansiedad, para estar tranquila», señala. La relación es turbulenta: «Él me molesta de vez en cuando, me llama: «Venga que te invito, que no sé qué»; lo tengo fácil, pues cedo y me voy con él».
La violencia de género es una herida que comparten todas las residentes del Beatriz Galindo. «No conozco a ninguna mujer que estando en situación de calle no haya tenido una situación de violencia», corrobora Herguero. Muchas siguen atrapadas en la relación con su agresor. Algunas recurren a la prostitución, otras duermen en casas de señores desconocidos para huir de la calle y se exponen a abusos. Atajar estos traumas tampoco es sencillo. «No todas las mujeres están en ese momento de rascar ahí, por eso vamos acompañando en las parcelas que ellas quieren ir abriendo», indica la trabajadora social.
Un perfil diferente
Dormir en la calle es el resultado del laberinto vital que andan estas mujeres, una telaraña de factores complicados en distintas facetas de su educación, empleo, relaciones sociales, maternidad... En la calle, ellas tienen un perfil diferente al de ellos (suelen tener pareja e hijos y más estudios universitarios), sufren un mayor deterioro y son más vulnerables; hasta la regla se convierte en una complicación y genera una necesidad más, la de conseguir compresas, tampones e incluso medicina para las molestias. «Una mujer vive situaciones de exclusión social graves mucho antes de verse en una situación de calle exclusiva», puntualiza Herguero.
Los martes toca asamblea para debatir las normas de convivencia en el Beatriz Galindo y desterrar los códigos de la calle. Una vez terminada, Silvia (nombre ficticio), de 35 años, resume su historia: «Acabé en la calle por desgracias de la vida, yo he estado con mi trabajo, en mi casa, con mis tres niños...». Hace casi cuatro meses se inyectaba heroína en el sector VI de la Cañada Real. Ahora está volcada en su proceso de desintoxicación, sostiene que el centro le ha dado «fuerza» para «volver».
—¿Y el padre de los niños?
—No quiero saber nada de él —contesta rápido, tajante.
Las mujeres representan entre el 13 y el 20% de las personas sin hogar, una cifra estable a lo largo del tiempo que en Madrid se ha disparado al 35%, según los últimos estudios de la psicóloga Sonia Panadero. La escasez de investigaciones con perspectiva de género ha contribuido a su ostracismo, a que soporten entornos y enfoques asistenciales masculinizados.
«Los resultados están en el día a día; para mí, que ellas vuelvan todas las noches es un triunfo»
Yolanda Herguero
Directora del Beatriz Galindo
El Beatriz Galindo es un paso a contracorriente, un recurso que aborda estas realidades específicas y una de las 21 medidas recogidas en el documento «para erradicar la violencia contra las mujeres» aprobado en 2019 en el pleno del Palacio de Cibeles. El delegado del área social, Pepe Aniorte, recordó hace dos días que el ayuntamiento ha cumplido el 91% de esos 21 puntos, todos los que dependen exclusivamente del trabajo municipal.
Este año, el consistorio dedica el 25-N a las víctimas de trata, para las que abrió el centro Mariana Pineda el pasado diciembre y por el que han pasado 51 mujeres y 17 niños. Estos son los datos de su primer balance: una de cada cuatro mujeres tiene menos de 25 años y tres de cada cuatro «han dado los primeros pasos para su recuperación con éxito», destacó Aniorte, y han sido derivadas a otros recursos externos donde tratar sus secuelas a medio y largo plazo.
Los frutos que ha cosechado el Beatriz Galindo en su primer año son distintos. «A nivel de resultados, igual no somos muy notorias, pero es que para nosotras los resultados están en el día a día, en verlas a ellas bien y en pequeñas cosas en reducción de daños», escenifica Herguero. Poco después, Raquel coronó así la entrevista: «Estoy super agradecida, me siento protegida».
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