Rubén Blades y Juan Luis Guerra, atracón de ritmos latinos para convertir el Cruïlla en un gigantesco 'salsódromo'
El festival barcelonés ha despedido este sábado su edición de 2022 en el Fórum con 72.000 asistentes
Barcelona
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Iniciar sesiónY al cuarto día, el Cruïlla se convirtió en un salsódromo. Una gigantesca pista de baile entregada al bamboleo del merengue y la sabrosura de la bachata con la que el festival barcelonés despidió una edición que, según su director, Jordi Herreruela, marca ... el camino a seguir. «El Cruïlla ha liderado la actividad musical durante la pandemia y creemos que sigue marcando el camino hacia un modelo de festival diverso, plural y que no se reproduce igual en otra ciudad; un festival cómodo y amable», valoró el máximo responsable de un festival en el que el 95% del público es local.
En total, 72.000 asistentes han pasado desde el miércoles por el recinto del Fórum, cifras similares a las de 2019 a las que, sin embargo, la organización busca restar importancia. «Nuestro éxito no tiene que ver con las cifras de asistencia: no queremos ser los más grandes, sino los mejores», destacó Herreruela. Y para conseguirlo, nada mejor que despedirse con un atracón rítmico de cuidado. A los mandos, Rubén Blades y Juan Luis Guerra, maestros de la música latina y alquimistas del baile que, después del vendaval de Residente del jueves, devolvieron el festival a los orígenes del ritmo. Salsa, merengue y bachata hermanados en dos producciones de frondoso poderío instrumental y éxitos añejos sobre los que han crecido, imparables, las nuevas músicas urbanas de raíz latina.
El de Blades, además, fue el único concierto en Europa este verano, ocasión especial para la que el panameño pidió tocar cinco horas que al final sólo pudieron ser dos y cuarto. Tiempo más que suficiente para sentar cátedra, ofrecer una auténtica exhibición de salsa vestida de etiqueta y encomendarse a Héctor Lavoe, Frank Sinatra, Michel Legrand y Tito Puente. Didáctico, disfrutón y de negro riguroso pese a que el calor y el bochorno andaban haciendo de las suyas, Blades evocó el frenesí creativo de sus años junto a Willie Colon en la Fania y firmó una memorable exhibición de ritmo, pulso narrativo y manejo del escenario.
Acompañado por la formidable orquesta de Roberto Delgado, una docena de músicos capaces de sacar el máximo partido a metales y percusiones, el panameño no se limitó a cantar canciones como 'Pablo Pueblo', 'Decisiones', 'Paula C' o 'Ligia Elena', sino que las vivió y rebuscó el momento exacto en el que habían nacido para compartirlo con el público .
'El cantante', pletórica y exuberante, elevó a lo más alto una noche en la que Blades, embarcado en una gira bautizada con el nombre de 'Salswing!', brilló también en el papel de crooner y en el mano a mano con 'Watch What Happens' y 'The Way You Look Tonight'. Al final, 'Buscando América', 'Patria' y 'Pedro Navaja', memoria viva de la canción popular, coronaron el gran ochomil de esta edición del Cruïlla. «Yo soy el cantante / Y mi negocio es cantar / Y a los que me siguen / Mi canción voy a brindar», que cantó mientras las pantallas mostraban imágenes de Héctor Lavoe.
Antes de eso, Juan Luis Guerra reinó en la pista central arropado por una quincena de músicos y maniobrando con frenesí por ese catálogo de himnos caribeños que arranca en 'Rosalía' y ya no se detiene por nada ni nadie. Puerta grande y barra libre de baile contagioso para acompañar 'El Niágara en bicicleta', 'El costo de la vida', 'Visa para un sueño' y jalear esos popurrís atiborrados de ganchos irresistibles como 'Burbujas de amor', 'Oficio de enamorado' y 'Carta de amor'.
En el cemento del Fórum, mucha clase de salsa de casal de barrio amortizada bajo el tórrido sol de principios de julio. Y en el escenario, Guerra y sus compinches celebrando la vida y entregándose al bullicio rítmico de 'Como abeja al panal' y 'El farolito'.
El sonido no acabó de acompañar -sobre todo si lo comparamos con la actuación de Blades- y 'Ojalá que llueva café', en versión ralentizada y anticlimática, resultó un tanto desconcertante, pero solo por ver cómo el público recibía en voladas 'Burbujas de amor' (Guerra ni siquiera tuvo que cantarla) y se desparramaba de placer con 'La bilirrubina' ya mereció la pena.
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