OKUPAS
Una familia de okupas pone en jaque a todo un pueblo de Málaga
Unas 30 familias de dos urbanizaciones abandonadas de Mollina serán desalojadas de sus viviendas ocupadas antes del lunes
Un grupo de residentes ha sembrado el barrio de problemas, hasta el punto de que los vecinos hayan pedido su marcha del pueblo
J.J. Madueño
Mollina
Mollina ha estallado contra los okupas. Unas 30 familias viven en situación irregular en dos promociones de viviendas abandonadas en este pueblo de Málaga. Ahora se tienen que marchar. Una empresa las ha comprado y los desalojan. A eso se suma la conflictividad de algunos ... de ellos. El municipio de algo más de 5.000 habitantes se ha hartado. «Me voy a Humilladero con mi madre. En mi piso se queda mi hijo, que su mujer está apunto de parir. Lo tengo alquilado por 200 euros a un hombre de Benamejí», reconoce Encarni. El Ayuntamiento la desmiente. Señala que no hay pisos alquilados en la zona. Ella sí está recogiendo, pero hay otros que no son tan pacíficos. «En el pueblo han recogido firmas para que nos vayamos», añade la mujer.
El núcleo de la polémica está en dos promociones de viviendas muy deterioradas. Por un lado, varios bloques de pisos y, por el otro, una urbanización de casas adosadas con varias de ellas tapiadas. Ambas se quedaron paradas con la crisis del ladrillo. Hace unos cinco años entraron los primeros okupas. Fueron llegando a las dos promociones de viviendas sin pagar un euro.
Peleas, palizas, apuñalamientos, robos y el saqueo de los pisos ha sido la tónica habitual estos últimos años. Se han llevado desde los embellecedores de las luces hasta la escalera de caracol de hierro. «Hay denuncias por defraudar fluido eléctrico con cultivos de marihuana y por fraude de agua», recuerda Eugenio Sevillano, alcalde de Mollina.
En los últimos meses, han echado gasolina por debajo de las puertas y prendido fuego, también robaron las llaves de paso. Se han llevado los cables y cortado la luz o el internet. «Tengo cuatro perros pitbull porque me fui a comprar y me desvalijaron la casa», señala Antonio Alarcón, uno de los vecinos.
El Ayuntamiento explica que de la treintena de personas atendidas por Servicios Sociales la mayoría está en estas dos urbanizaciones en liza. Sin embargo, fue el robo de diez euros de un niño de una familia okupa problemática a otro menor en una pizzería lo que hizo que el pueblo estallara.
Los padres denunciaron la situación, el miedo del menor y lo ocurrido se viralizó en Facebook. A partir de ahí, las redes ardieron durante más de una semana contra los que viven en estas promociones abandonadas. Culpan de todos los conflictos a una familia gitana desterrada de Antequera que venía de Atarfe, en Granada. A eso se ha sumado el desalojo. Los bloques han sido comprados a un fondo de inversión por una promotora. «También está negociando para comprar las casas adosadas», afirma el alcalde de Mollina.
La empresa ha dado a los okupas hasta este lunes para irse. Y esa salida de familias, unida al robo en la pizzería, hizo que hubiera miedo. De nuevo las redes sociales se llenaron de mensajes donde los vecinos temían que se metieran en las casas vacías del pueblo. Ahí hasta el Ayuntamiento se brindó el pasado lunes a ayudar a tapiar las viviendas de los vecinos que lo solicitaran. «Por una familia pagamos todos», señala Andrés Padilla, uno de los que están haciendo la mudanza.
Allí tenían agua, luz y las casas estaban nuevas. La mayoría dio una patada a la puerta y entró. «Primero me vine a otro bloque. Mi madre me tiró una alargadera. Tenía un calefactor, tele y consola. Allí estuve hasta que me eché novia», señala Antonio Alarcón, que espera un hijo para este mes.
En los bloques surgen los dramas. «Compramos lo que quedaba de contrato de alquiler de este piso por 500 euros. No nos dijeron nada del desalojo. Mi padre vendió el coche para entrar a vivir aquí y ahora no tenemos nada», reseña Yanira, menor de edad. y madre de dos niñas. Se va a Priego de Córdoba a vivir.
Con tres niños vive Mustafá, que se dedica a los mercadillos medievales. «Me voy a un chalet pagando alquiler. Trabajo en verano para vivir también en invierno», reconoce el marroquí, que tiene el mismo destino que Andrés Padilla, que se muda con los suyos a una casa muy pequeña en Cuevas Bajas. «Por lo menos tengo donde irme, alguno habrá que acabe debajo de un puente».
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