Ocupa 230 metros de la calle Cruz Conde y no hay que mirar tanto al cielo, a la bóveda, como al horizonte. Porque es un arco completo, pero lo singular está en las caídas, que muestra estrellas que se mueven, por ser colgantes, y que cambian de color entre el amarillo y el azul.
La sensación que tiene el espectador es la de un túnel de luz sin final, porque se pierde en la inmensidad de la calle Cruz Conde, y la forma en que las luces se apagan y encienden simulando movimiento contribuye a esta misma impresión.
Se suman también los magnolios de la calle Cruz Conde, que sostienen en sus amplias ramas algunos de los 487.000 puntos de luces led que hacen que la ciudad esté en este arranque de la Navidad viviendo según la música y el baile de estrellas que llega de allí.
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