Viernes de Feria de Córdoba, en busca del refugio ante el sol de verano
Crónica
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Córdoba
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Iniciar sesiónElla se vistió con calma, como si en realidad no quisiera llegar a la Feria, o como si no lo hubiera importado no ir por perder el autobús o por haberse sentido mal. Sí, durante un rato estuvo buscando algún pequeño dolor estomacal, ... un leve malestar que le hubiera dado la excusa necesaria para quedarse en casa.
No se lo explicaba: este año estrenaba vestido, que se había puesto apenas un par de veces, no tenía exámenes en el instituto a la vuelta del gran puente de la Feria de Córdoba y no había nada que le impidiera divertirse. Escuchaba dentro de sí dos voces: una le invitaba a ir, como tenía planeado y, hasta una semana antes, también deseado, y otra le decía que por qué no se quedaba en casa.
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Utilizó su perfeccionismo como un oráculo y se detuvo en cada detalle del maquillaje, en cada pliegue del vestido, en la posición en ángulo del mantoncillo, en escoger los pendientes más apropiados.
Dejó atrás el teléfono y el reloj y no quiso saber si iba tarde. Cuando llegase a la parada del autobús, si estaban allí sus amigas se iría a la Feria. Si se habían marchado, regresaría a su casa, recuperaría la ropa cómoda que pide un día de verano y se dedicaría a disfrutar del silencio sin tener que pasar por el albero.
La respuesta fue que sí, que allí esperaban, aunque hubieran pasado veinte minutos. Si en la Feria el tiempo se hace elástico, mucho más con los autobuses que tienen que detenerse minutos eternos en cada parada para que se suban todos los que puedan.
En busca del aire
Llegaron pasadas las cuatro y media de la tarde, con la idea de estar hasta que cayera la noche. Habían comido en casa y aunque iban las tres vestidas de flamenca lo cierto es que iban a pasarlo como cualquier fin de semana, aunque con alguna sevillana.
En el autobús no podían hablar de otra cosa que de Jorge, del tiempo que hacía que salían, de las envidias que tantas tuvieron al saber que había logrado su atención y en que tantos dijeran que eran una pareja perfecta en lo físico y hecha como para complementarse. Tenía varios mensajes en el teléfono de él, desde luego, que iba respondiendo conforme pasaban veinte minutos, porque le daban sopor las conversaciones eternas en la pantalla.
Él había llegado a la Feria para comer y la había encontrado con gente en busca del refugio. No era ni sensación ni un color caprichoso en los mapas del tiempo de la televisión: hacía un calor de verano, una atmósfera que quemaba y que obligaba a buscar un lugar en que hubiera aire acondicionado o al menos un poco de sombra clemente.
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Él y sus amigos pudieron comer con decencia en una caseta de mucho sabor y pronto empezaron a pensar en el momento en que tenían que llegar sus compañeras del instituto y en la dificultad de ser puntuales en plena Feria.
Por las calles había poca gente y las casetas no estaban tan llenas como en otros días. Ellos mismos sabían de muchos que se habían marchado a la playa aprovechando que era como verano. Los que tenían piscinas también estaban aprovechándolas.
Aunque le habían aconsejado pantalón fino y hasta chaqueta, prefirió una camisa de lino que quiso llevar fuera del pantalón, que tampoco lo iban a hacer Míster Córdoba a aquellas alturas. Charlaron de algunas chavalas que les parecieron inalcanzables y se encontraron con Jorge, que al verlos siguió hablando con su grupo y después giró la cabeza con displicencia para dejar caer una mano y una sonrisa como de querer hacerles un favor.
Por fin estaban en la caseta en que habían quedado los del instituto y allí estaba también ella. Se pusieron a hablar de inmediato, aunque él supiera que estaba Jorge por allí cerca. Llevaba una semana sin pensar en ella.
Había aceptado su opción sin más y aunque doliera durante unos días encontró en una serie y en los amigos la claridad necesaria para quitársela de la cabeza. Hasta entonces, por lo menos, hasta ese momento en que estaban sentados en sillas de enea sin querer reparar demasiado en el resto del mundo.
La temperatura volvió a rozar los 40 grados y en el Arenal hubo quienes retrasaron la llegada a la espera de la noche
Durante el rato en que charlaban de lo que tenían en común ella no pensaba en Jorge, o no todo el rato. Sabía que tenía que estar al llegar, pero hasta dejó pasar las miradas pícaras de las amigas y las reprobatorias del resto de compañeras del instituto. Él decidió meterse como en un sueño, aunque fuera del todo consciente de estar bien despierto.
Aquella caseta de jóvenes bullía y el Arenal iba cambiando. De los almuerzos de adultos iba pasando hasta la llegada de adolescentes y veinteañeros buscando otra cosa, ya en la rampa que conduce hasta el final de la fiesta. Si Jorge llevaba mucho tiempo allí, no lo vieron.
Siguieron hablando al oído, porque con la música era imposible de otra forma, y sólo al verlo asomar la cabeza y los hombros que destacaban frente al resto, los dos despertaron, pero decidieron cerrar los ojos otra vez. Ella lo tomó de la mano, evitó a quien la buscaba y recordó que aquella caseta tenía dos puertas.
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