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Crónicas de Pegoland

La nada

Córdoba está tan orgullosa de su Mezquita y de su Casco que rara vez baja a pasear por allí. Anímense, no muerde

Aspecto casi desértico de los alrededores de la Mezquita-Catedral de Córdoba Álvaro Carmona
Rafael Ruiz

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EL cordobés medio está tan profundamente orgulloso de la Mezquita y de su barrio vecino, la Judería, que rara vez baja a verlos a no ser que vengan las visitas. Igual es que pensamos que se rompen de mirarlas. Venga, anímense, no hay ... un ejército de zombis que muerde a la gente más allá del cruce de la calle Barroso, donde se encuentra una imaginaria puerta de Tanhäuser, el «check point Charlie» que rara vez nos aventuramos a sortear por miedo a que nos contagien alguna cosa mala. Si han tenido ocasión durante estos días, la collación de la Catedral -con perdón, pero no he inventado los libros de Historia- es una nada elevada al cubo, el cero absoluto. Tanto, que a cierta distancia se escucha el discurrir pacífico del Guadalquivir , los pajaritos, las campanas de las iglesias más lejanas. El martilleo de las obras que siguen en marcha con la esperanza puesta en un mañana normal. No digo mejor. Digo normal.

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