Crónicas de Pegoland
La nada
Córdoba está tan orgullosa de su Mezquita y de su Casco que rara vez baja a pasear por allí. Anímense, no muerde
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Iniciar sesiónEL cordobés medio está tan profundamente orgulloso de la Mezquita y de su barrio vecino, la Judería, que rara vez baja a verlos a no ser que vengan las visitas. Igual es que pensamos que se rompen de mirarlas. Venga, anímense, no hay ... un ejército de zombis que muerde a la gente más allá del cruce de la calle Barroso, donde se encuentra una imaginaria puerta de Tanhäuser, el «check point Charlie» que rara vez nos aventuramos a sortear por miedo a que nos contagien alguna cosa mala. Si han tenido ocasión durante estos días, la collación de la Catedral -con perdón, pero no he inventado los libros de Historia- es una nada elevada al cubo, el cero absoluto. Tanto, que a cierta distancia se escucha el discurrir pacífico del Guadalquivir , los pajaritos, las campanas de las iglesias más lejanas. El martilleo de las obras que siguen en marcha con la esperanza puesta en un mañana normal. No digo mejor. Digo normal.
Han sido esfumarse los turistas y los estudiantes de Filosofía y Letras y esa zona histórica que es orgullo de la humanidad toda etcétera etcétera, se ha quedado en lo que residencialmente es. Un solar. Una colección de negocios cerrados hoy inviables con tal suerte que algunos se han tenido que reconvertir a sectores no previstos. Hay apartamentos turísticos, por ejemplo, que están sacando jugosas ofertas de uso por horas. Lo que toda la vida se la llamado un «meublé». Lugares de solaz para las parejas que no tienen piso propio, escenarios de cuernos ajenos al mundo, donde quererse un rato. Espacios apropiados para los encuentros furtivos. Un uso no previsto de la gentrificación era, fíjense que curioso, el asunto del fornicio.
Es darse un garbeo por la cosa del monumento madre y se llega a la conclusión de que el turismo ha sustituido al vecino, todo verdad. Pero además es que el cordobés ha prescindido de muchos metros cuadrados de superficie de su ciudad, como si le fuera totalmente ajena. Como si ni siquiera formase parte de su ciudad. Como si tuviese una cancela en la plaza de Jerónimo Páez que invariablemente invita a darse la vuelta. No se baja (o se sube) a la Mezquita a echarse una caña, a tomarse un refrigerio, a menos que vengan las visitas. Y, amigo, ese es el momento en el que henchidos de orgullo contamos lo de Claudio Marcelo, Abderramán, Hixem y tal . Lo del faro de occidente, el millón de habitantes y el encuentro de culturas.
Ahora que el alcalde está de planes de choque, igual es el momento de crear rutas como aquella que hacía De la Quadra-Salcedo pero exclusivamente interiores, de reconocimiento propio. Con el único y emergente interés de reconciliarse con una parte de Córdoba que, no tengo muy claro, si nos arrebató el turismo o fuimos nosotros los que permitimos que se lo quedara mediante un abandono previo. Con el único propósito de llenar esa nada total que hoy genera una mezcla de desánimo y vergüenza .
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