VERSO SUELTO
Lo que no pasará
Cruzará sin mirar para evitar la tentación de subir los escalones de la Virgen de los Dolores y llamar para que alguien abra
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Iniciar sesiónA nadie le gusta, pero todo el mundo está preparado para encontrar calles desiertas un día de Semana Santa . Se recogen las colgaduras de los balcones para que la lluvia no las estropee, vuelven los nazarenos cabizbajos con el capirote desnudo ... y vacío a la hora en que tenían que estar haciendo un camino de luz y las plazas recoletas parecen llorar con la decepción de que por allí no pasará la cofradía que esperaban en esa tarde. Nunca están las calles más vacías que en esos ratos en que no están llenas de nazarenos cuando se les espera, porque parecen decorados fallidos de obras de teatro que se cancelan, platos hondos vacíos a la espera del cazo de un guiso que no ha llegado.
En esos días, aunque por fuera parezca que el lugar tiene el trasiego ordinario de cualquier tarde de otoño, flota en el aire la ausencia de una luz que no es más que la de ese día, y hasta el viento desapacible y húmedo es una ayuda para no pensar que es Semana Santa y entristecerse más.
Lo que no pasará mañana será más duro. Casi todos los llevarán con un pinchazo de nostalgia, quizá una lágrima y una mirada de desamparo en la ventana, buscando el camino que cogían todos los años en ese día. Tal vez alguien que no tenga más remedio que pasar, porque esté trabajando o sea el camino más corto para volver a casa, llegará a la plaza de las Doblas y la verá desierta y herida. Al mirar a la derecha, en el acerado de granito que va pegado a la cal primero de la residencia y después de esa iglesia que se escribe con el nombre de San Jacinto pero que se dice de los Dolores, no verá una larga fila de almas que buscan volver a vivir, cada año algo distinto y jamás repetido, el encuentro con la Madre.
Al caminar por la plaza vacía, seguramente de cal descuidada, encontrará solo al Cristo de los Faroles y se detendrá unos segundos por no querer mirar a las puertas cerradas de la iglesia en el día en que están más abiertas que nunca. Pasará de largo sin mirar para no empañar el alma de amargura, para evitar la tentación de subir los escalones, emocionado ante la certeza de estar muy cerca, y llamar a la puerta para que alguien abra. Y aunque haya pasado muchas veces delante de la Virgen de los Dolores entre un año y otro recordará lo que tiene que agradecerle desde entonces y lo que tiene que pedirle de nuevo y no habrá ni un átomo de memoria para aquello que Ella pensó que no convenía tanto.
Mirará a Capuchinos, también cerrado y sin poder notar en los pies de la iglesia la presencia radiante de la Virgen de la Paz y pensará en que otras veces, cuando estaba el Señor de la Sangre en sus andas de vía crucis y abiertas algunas puertas del local, ya se notaba la inminencia en los misterios preparados y los palios en el brillo de la plata recién limpia. Al salir por la calle Bailío se presentirá la espadaña de San Agustín y no estará el Cristo de las Angustias más frágil que nunca por separarse de su Madre, pero esperará el consuelo de ese camino. Quizá bajo un dosel de buganvillas que sí han podido citarse con la primavera, espera la única representación que alivia esa ausencia, el lugar ante el que un avemaría sabe igual que delante de Ella, el azulejo azul en el que Manolete se detenía para prepararse ante la impresión de verla. Sólo aquel al que los caminos le cuadren para detener allí sus pasos unos segundos podrá decir que en Córdoba ha sido Viernes de Dolores .
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