PASAR EL RATO

Coronavirus y lenguaje

Si nadie controla las palabras, los que enfermen de Covid-19 lo harán de angustia, derrotados por la descripción de los síntomas

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa EFE

La Palabra crea el mundo y la palabra lo explica. La palabra nos da de reír o de llorar e influye en el estado de ánimo del enfermo. El uso terapéutico del lenguaje tiene dos mil quinientos años de antigüedad. En «Gorgias», uno ... de los diálogos platónicos, el sofista que da título a la obra se refiere al poder persuasivo de la palabra, que puede contribuir a la evolución favorable de la enfermedad, cambiando la actitud del paciente. En los momentos de desolación hay que volver a los clásicos. No puede descartarse completamente que la ministra de Hacienda esté leyendo ahora mismo a Platón, para sobrellevar el confinamiento. Tiene aspecto de mujer intelectualmente refinada. Como el IVA . Al fúnebre Ábalos , en cambio, convienen «Las flores del mal» . Ya sabrá él quién las puso en el jarrón. Si nadie controla el lenguaje, los que no enfermen del coronavirus lo harán de angustia , derrotados por la minuciosa descripción de los posibles síntomas del mal. Una enfermedad es un amontonamiento de señales morbosas distribuidas por el organismo. Añadir a ellas todas las posibilidades de claudicación que tiene el cuerpo humano, desde las hemorroides a la gastroenteritis, hace imposible la esperanza. Al coronavirus lo ha delimitado muy bien el diagnóstico de sus síntomas típicos; ya sabemos cómo se manifiesta, que no es poco. Pero como se contagia tanto y tan rápidamente, y causa tantas víctimas, a los indicios generales se van añadiendo las especialidades particulares que aporta cada enfermo. Conviene no ampliar indebidamente la alarma mediante un uso alarmista del lenguaje. El lenguaje científico estudia la realidad, no la crea. El modo de usar públicamente el lenguaje influye en nuestras vidas. No hay que darle a la mente del pueblo más motivos de desesperación de los que ya tiene.

El mal ha dejado al Gobierno sin palabras. Sin palabras inteligentes que llevarse a la boca, porque sansiroladas sí dicen todos y a todas horas. El orador principal da vueltas sobre sí mismo en cada discurso. Nos marea porque lo vemos mareado. La nesciencia gubernativa, a la que pensadores menos sutiles llaman directamente estupidez, merece constituirse en categoría penal. Sobre los tontos con poder debería caer todo el pequeño peso de la liviana ley que ellos mismos se dedican. Pues no serán tan tontos. No podemos evitar que muera mucha gente, y bien que lo sentimos, aunque nos consuela pensar que tampoco hubieran sido felices con nosotros. Cuando termine de pasar lo que está pasando, reflexionaremos con los que queden. Entretanto, que los vivos imiten a los muertos y se mantengan callados.

Todos somos culpables, todos somos sospechosos. Desde el Rey o el Papa a los objetos inanimados. Quién sabe si también en el futuro nos veremos obligados a mantener las distancias. Nosotros, una comunidad de corazones y cuerpos tan cercanos. Los españoles nos comportamos como un pueblo disciplinado porque somos un pueblo alarmado. El miedo nos mantiene en casa. Pero el miedo no impide a los españoles demostrar grandeza en la adversidad. Alarmados, pero abnegados. Generosos , cotidianamente sublimes, heroicos, muchos de ellos. Lo único capaz de derrotar a los hijos de este pueblo son ellos mismos. Vemos hoy en nuestros compatriotas muchas cosas admirables. En casi todos. Con las inevitables excepciones que justifican una regla general: El Gobierno y la Particularidad de Cataluña .

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