Pasión en Córdoba
El vaivén de la bulla acompasa a la Virgen de la Esperanza de Córdoba hacia Santa Marina
Trsalado
La imagen recorre las calles en una procesión que fue multitudinaria en el Bailío
El impactante paso de la Virgen de la Esperanza por la cuesta del Bailío, en imágenes
La Virgen de la Esperanza, hacia Santa Marina en un camino triunfal
Córdoba
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Iniciar sesiónCaminar por las aceras es siempre ir por un alambre. Caía en la cuenta quien iba ayer a los costeros de la Esperanza y no quería tenerla lejos, porque cuando están sus ojos cerca se vive mejor, ni tan cerca que desaparezca en un ... golpe de ola de la bulla. Perder la distancia es derrotarse a un rodeo, condenarse a una ausencia, desentrañarse, extrañarse.
Los que conocen mejor Córdoba pueden recurrir a la memoria de los pies para saber dónde abre la calle y dónde hay una estrechez que puede dejarlo a uno atrapado, pero ni ellos son capaces de controlar una bulla un poco más ancha, un cangrejeo.
Fuera de San Andrés era un día distinto de una época del año distinta. En Las Tendillas o en la calle Nueva terminaba el otoño con una tarde breve y fría y abundaban los gorros de lana y los abrigos largos. En la plaza el atardecer súbito de las seis de la tarde tenía un aire de Cuaresma muy temprana y de Vía Crucis de Miércoles de Ceniza.
Había que mirar que el reloj no se había parado y de verdad estaba ya tan oscuro que ni el celeste dulce del atardecer quedaba en el firmamento. Era bulla grande, pero distinta a la del Domingo de Ramos. Menos compacta, menos de aluvión, mucho más seria. Será que imponen los trajes oscuros más que los nazarenos, cuando el capataz daba las órdenes para salir se escuchaba por toda la plaza. Aquí, las mejores imágenes de la salida.
Y al poco salió la Virgen de la Esperanza y pronto las guirnaldas y colgaduras blancas y verdes que los suyos habían dispuesto en la plaza le hicieron las veces del palio que no tenía. Iba surgiendo 'Esperanza cordobesa' del interior de la iglesia de la que los músicos de su banda salían, y habría menos aplausos que un Domingo de Ramos cualquiera.
Para recordar las excepciones del día, aquello que lo hacía especial, había que estar en el vaivén de las aceras. Si todavía quedaba a una cierta distancia, emocionante en cada paso que daba, había que decir que iba hacia la iglesia de Santa Marina, donde se bendijo hace justo 75 años y donde estuvo hasta 1977.
Sabían todos que iría sin palio, porque la puerta ojival no lo permitía, pero sí sobre su paso, con su manto verde de siempre. Había que dejar de pensar cuando llegaba, porque hay un momento en que el cálculo de las aceras, ese momento en que uno parece que controla para no dejar de verle la cara a la Virgen, se pierde.
Se pierde porque se gana, porque entonces había que buscarle los ojos, claros y desfallecidos, escuchar el leve suspiro que sale de la boca, respirar hondo y pedir un hueco para avanzar y verla otra vez y que no pase demasiado tiempo.
En su tocado llamaron la atención los pendientes, clásicos en la época en que la vestía su autor, Juan Martínez Cerrillo
Tal vez cuando la Virgen había pasado, cuando el alma luchaba por guardar muchos recuerdos para amasarse durante muchos días, se podía reparar en que llevaba pendientes, porque si había salido por sus 75 años tenía que recordar la estética que Juan Martínez Cerrillo, que también la vestía, le dio desde sus primeros años, y que luego recogió Maribel Gómez, ayer la hermana de cirio más próxima a la Virgen. Eran de oro y coral, de estilo isabelino, no muy distintos de los de las fotos en blanco y negro.
Se recordaba que no tenía candelería, que se iluminaba con los arbóreos del Nazareno de El Carpio, que llevaba rosas de varios colores. Pero eso era después, al recordar el momento íntimo de Capuchinos y el retorno al Bailío de tantos Domingos de Ramos, con una multitud, o acaso la Fuenseca. Al dejarla en Santa Marina para tener allí sus cultos y su besamanos. Después de recordar que la Esperanza, cuando parece que se va, da algún paso atrás y se queda y no se pierde.
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