El atardecer súbito de estos días de diciembre había dado a la atmósfera un aire de Cuaresma temprana, de Vía Crucis cuando todavía no hay ningún paso en la iglesia. El sol se marchaba con prisas y las nubes no querían dejar nada parecido ... al azul celeste.
Y había que mirar el reloj para darse cuenta de que no se habían parado y de que eran las seis de una tarde breve que se marchaba. Estaba llena la plaza de San Andrés pero de una bulla distinta a la de un Domingo de Ramos. Menos compacta, más silenciosa, algo más íntima, pero también desbordada de alegría y de admiración en ese rectángulo de asombro que se crea entre unos ciriales y una imagen de la Virgen.
Ha salido la Esperanza en esta tarde de sábado hacia la iglesia de Santa Marina. Fuera de su bulla estaban los abrigos largos del casi invierno y las luces de Navidad. En su presencia llegaban la tibieza y el calor, el mirar sin cansarse y la música conocida. No puede ser otra cosa.
María Santísima de la Esperanza, sobre su paso
RAfael Carmona
La ha saludado la música de su banda con 'Esperanza cordobesa' y ha caminado por la calle San Pablo engalanada de colgaduras y de letreros con letanías del amor de sus devotos. Va la imagen aniñada y dulce en su paso sin palio, iluminada con los candelabros arbóreos del Nazareno de El Carpio y sin candelería.
En sus 75 años va buscando Santa Marina, la iglesia donde se bendijo en 1947, y lo hace con la estampa antigua que le dio su autor, Juan Martínez Cerrillo, sobre todo en los pendientes de oro y coral en estilo isabelino que ha donado una familia de devotos. Lleva muchas flores y llamaban la atención las rosas de varias tonalidades.
La esperan el Cristo de los Faroles y la Cuesta del Bailío, y luego Juan Rufo y la Fuenseca y la iglesia vieja a la que nunca ha dejado de mirar, y la siguen la admiración por las aceras y la música alegre de los suyos. Es diciembre y hace frío, pero sólo fuera de su presencia.
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