La denominación correspondía a la historia de un personaje que vivió en la capital hace siglos, según crónicas populares, recogidas por Teodomiro Ramírez de Arellano en 'Romances histórico-tradicionales de Córdoba', obra publicada en 1902. En ella, se cuenta que en el siglo XVI, de acuerdo a dichas crónicas, hubo en la ciudad un «mancebo de muy gallarda persona, que toda la noche andaba siempre en jaranas y bromas, sin que hubiese una mujer á quien no cantase trovas [...] Requebraba á las mujeres con libertad enfadosa, hasta conseguir que el vulgo le llamase Abrazamozas».
El Abrazamozas, sigue el relato de Ramírez Arellano, una noche que salía de bailar en una boda, al llegar al oratorio de San Felipe vio «una mujer que corría hacia una calleja angosta». Agradándole el «donaire con que ondulaba su ropa y anhelando ver si hallaba una aventura amorosa [...] rogóle que detuviese su paso, y con voces propias del más amoroso Adonis dijo su demanda».
Encuentro con Lucifer
Tras cortejar a la mujer, ésta accedió a darle un abrazo. El «mozo» se dispuso a hacerlo quitándole la prenda que ocultaba su rostro. Entonces, sigue esta narración, una «risa sarcástica aturdió la calle toda».
«Era Lucifer, que al punto que entre sus brazos lo toma, perdiendo de la mujer la figura candorosa, con unos cuernos muy largos y cinco varas de cola. Estrechaba al libertino con fuerza tan espantosa, que le hubiese dado muerte si el nombre de Dios no invoca», continúa el relato de Ramírez Arellano.
El mancebo, arrepentido de inmediato de su «vida licenciosa», quedó desmayado en el suelo y el diablo desapareció. Cuando recuperó el sentido, él también se marchó pero cambió su vida, pues «tomó el hábito de lego». Desde entonces, finaliza la narración, «todo el pueblo conserva [esta historia] en su memoria, llamándole a aquella calle Calleja de Abrazamozas». Es la vía que hoy conocemos como Valdés Leal.
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