Historia
Las cabezas cortadas de los siete infantes de Lara: venganzas e intrigas familiares en la Córdoba del siglo X
Reportaje
Las testas de los jóvenes, según el romance medieval, fueron enviadas a la corte califal tras la traición de un noble castellano y dieron nombre a la actual calle Cabezas
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Córdoba
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Iniciar sesiónHace más de mil años ocurrió en Córdoba un hecho luctuoso que con el tiempo, y con una leyenda de por medio, terminó dando nombre a unas de las vías más emblemáticas del Casco Histórico, la calle Cabezas. Es la historia de los siete ... infantes de Lara que, en realidad, debieron pasar a la historia con el topónimo de Salas, un pequeño pueblo de la actual provincia de Burgos que en la alta Edad Media pertencía al alfoz -una especie de término municipal- de la primera ciudad, en la actual provincia de Burgos. Las cabezas de aquellos jóvenes rodaron en presencia de su padre en la mencionada calle cordobesa, en medio de una historia novelesca que se considera uno de los mitos fundacionales de la literatura en castellano. Ahora bien, ¿cómo acabaron las testuces de los siete infanzones en Córdoba?
A finales del siglo X se celebraron en Burgos las bodas del señor de Lara, Rodrigo -Ruy- Velázquez, con Doña Lambra, mujer de la nobleza emparentada con García Fernández, conde de Castilla cuando el territorio aún pertenecía al Reino de León. Al enlace acudieron también la hermana del novio, doña Sancha, con su marido Gonzalo Gustioz, señor de Salas; eran los padres de los siete infantes.
Los caballeros medievales debían tener la piel muy fina, pues todo el drama se desata por una simpleza como el lanzamiento de unas varas. Sus damas, por el contrario, lo que tenían afilado era la lengua. «Calledes vos, doña Sancha, / que tenéis por qué callar, /pues paristes siete hijos, / como puerca en muladar», le espeta la recién casada a su concuñada según el romance conservado. Gonzalvico, el más pequeño de los infantes, no deja pasar la afrenta a su madre y termina matando a un primo de doña Lambra.
A partir de aquí los señores de Lara comienzan a maquinar su venganza. Primero, envían a Gonzalo Gustioz con una embajada a Córdoba para exigirle a Almanzor el regalo de bodas para las recientes nupcias. Llevaba consigo una carta, escrita en árabe para que no pudiera leerla el hidalgo castellano, en la que le pedían al caudillo musulmán que matese al emisario. Pero no era villanía bastante para el matrimonio Velázquez.
Al mismo tiempo, Ruy Velázquez le pide a los siete infantes, que habían permanecido en tierras castellanas mientras su padre iba derecho a la trampa en la capital del Califato, que le acompañen en una correría por tierras moras. Las incursiones de uno y otro bando eran frecuentes en la época, por lo que no debió de sorprender la orden a los siete hermanos González. En realidad, aquello no era más que otro ardid tramado por doña Lambra, la auténtica muñidora de la venganza. En mitad de la batalla, Ruy Velázquez entregó a sus sobrinos a las tropas califales, y aunque los siete jóvenes lucharon por sus vidas, terminaron sucumbiendo. Allí mismo fueron decapitaos y sus cabezas enviadas a Córdoba como presente para Almanzor.
El caudillo cordobés, que en este relato aparece como un militar piadoso, no quiso ajusticiar a Gonzalo Gustioz y en lugar de ello lo mantuvo preso. Cuando recibió las cabezas de los siete infantes de Lara (a las que se había añadido la de su ayo Nuño Salido, responsable temporal de la casa de Salas), se las presentó a su padre -supuestamente en un banquete en la calle Cabezas-, quien tras reconocer en ellas a sus hijos se sumió en un profundo dolor. Almanzor, finalmente, decidió liberarlo con todos los parabienes y Gonzalo Gustioz pudo regresar a sus tierras castellanas.
La venganza de Mudarra
Hasta aquí llega la primera parte de la leyenda, pero ni la historia ni el papel de Córdoba terminan en este punto. Una versión posterior del romance narra que Gonzalo Gustioz se amancebó durante su cautiverio con la bella hermana de Almanzor, que quedó embarazada del castellano. Al ser liberado le entregó a la joven musulmana la mitad de un anillo para que su vástago, si resultara varón, pudiera reconocerle y vengar la muerte de sus siete hermanos. Mudarra se llamaba ese hijo que no por bastardo tenía menos arrestos que sus hermanos.
Mudarra González se crio en la corte musulmana de Córdoba y fue nombrado caballero por el propio Almanzor. Al conocer por boca de su madre su origen familiar por parte de padre juró vengarse. Con un pequeño grupo de soldados peregrinó hasta Burgos, reconoció a su padre gracias a la mitad del anillo, asesinó a Ruy Velázquez y a su mujer doña Lambra y consumó así la venganza por la ofensa criminal sobre los señores de Salas y sus siete hijos.
Es difícil discernir que hay de cierto en esta leyenda. Los primeros relatos que se conservan aparecen en la 'Primera Crónica General' del último cuarto del siglo XIII y la 'Crónica de 1344'. Es decir, como poco son 300 años posteriores a los hechos que narran, demasiado tiempo como para que no surjan dudas razonables.
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Menéndez Pidal, que dedicó gran parte de su vida a esta leyenda desde un primer estudio de 1896, determinó que esas crónicas se basaban en un romance muy anterior -que no se ha conservado- y que debió ser escrito en torno al año 1000. El erudito entendía por tanto que al menos la primera parte del romance era verídica, mientras que la venganza de Mudarra fue un añadido falso posterior. Sin embargo, hay historiadores actuales que han criticado también la supuesta historicidad de la leyenda original de la muerte de los infantes de Lara. Lo que sí es cierto es que hoy en día una calle de Córdoba recuerda aquel romance, que más tarde y aún hoy tuvo un enorme impacto en la literatura castellana. Da fe de ello el que un escritor cordobés, el Duque de Rivas, ya en el siglo XIX recreara el mito a su manera en 'El moro expósito'.
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