La Graílla
Donde me ves
El vulgar Halloween no merece desprecio por pagano, sino por prometer una eterna juventud lúdica que niega la muerte
Turismo rural
Sucedáneos
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Iniciar sesiónNo deben confundir los disfraces macabros, los maquillajes de caricatura ni la presencia de las guadañas: lo que tanta gente celebra en esta fiesta de consumo y disfraces que dice llamarse Halloween aunque apenas se parezca a la infantil fiesta norteamericana no es una ... exaltación de la muerte, sino su negación.
La civilización occidental judeocristiana, como todas aquellas culturas maduras, aprendió que la vida termina y que por eso mismo es necesario beber hasta el fondo los días en la tierra, y eso no significa que haya que convertir la existencia en una cadena de juergas ni de diversión vacía. Al asomarse al vacío terrible de que después de la última respiración no quedase más que un sueño negro e irreversible el hombre encontró a Dios, que no sólo le prometió una vida perdurable, sino que además bajó a la tierra y compartió su misma carne y su misma muerte y con ello enseñó el camino para todos los demás.
El recuerdo de aquellos que se marcharon queda entonces en los que los querían con la huella del dolor pero también con la esperanza, que no es júbilo irreflexivo, sino que invita a secar las lágrimas para saber que algún día se reencontrarán en espíritu o en la resurrección de la carne.
Lo cuenta en estos días o en su besapiés de Cuaresma la hermandad de Ánimas con sus símbolos de pecados y méritos y la certeza de que Cristo aparecerá tras el túnel de la muerte. La vulgar celebración ruidosa de este tiempo que con tanta irresponsabilidad promueven los colegios y con tan poca reflexión acogen en todas partes no merece desprecio por pagana, porque pagano es lo que se cuenta en Monturque con 'Mundamortis' y merece la pena asomarse a la forma en que los romanos entendían la muerte, sino por prometer una eternidad tan lúdica como falsa de gente que vuelve de la tumba para asustar a los demás, heridos tambaleantes y monstruos de los que no se sabe si desviven o desmueren.
Frente a ello, los cementerios de Córdoba y de los pueblos se han llenado en estos días, y así seguirán, de flores y de gente que limpia lápidas como quien prepara lo que es: la habitación de alguien querido. Saben que no verán quebrarse la losa de mármol ni abrirse el nicho en que quedaron depositados aquellos restos en un día en que parecía que el cielo se le caía encima, y saben también que llegará un momento en que les harán compañía en ese lugar o en otro parecido.
No hay mejor cura contra la vanidad del mundo que pasear por esos caminos llenos de fechas de inicio y de final, de alientos que se extinguieron hace tantos años que ya no queda quien los conoció ni de oídas, pero que recuerdan a quien mira que vivieron como él. La única calavera asimible para este tiempo está en las Ermitas y no es el testimonio de una espiritualidad obsoleta, sino un camino para respirar la vida hasta lo más hondo de los pulmones y ganarse una esperanza frente a la muerte: «Donde me ves te verás».
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