La Graílla

Cuando la Biblioteca sea otra vez clandestina

Después de que se corten las cintas quedarán, como siempre, los que saben que los libros tienen más que lomo

Luis Miranda: Libros de olor a mar

De la Biblioteca Grupo Cántico se habla mucho más ahora que está cerrada de lo que se hablará en el futuro, cuando esté abierta. Es lo normal y hasta lo deseable: muchos se preguntan por qué ese edificio de gran porte que ha costado ... casi veinte millones permanece cerrado un año después de estar terminado y algunos se asoman al reparto de culpas entre el Ministerio de Cultura, que se encargó de construirlo, y la Junta de Andalucía, que tiene que gestionarlo en el futuro y que acaba de recibir el papel imprescindible para empezar a llevar los fondos.

Quizá el asunto se pudo solucionar como aquellas broncas entre hermanos que las madres despachaban a la salomónica y con toda justicia: un zapatillazo a cada uno, aunque los dos se acusaran mutuamente de que había empezado el otro, y sin escuchar cronologías ni provocaciones.

En este caso, sin embargo, no se esperan árbitros que se saquen las tarjetas del bolsillo para repartir la culpa equitativamente entre quien decidió que en vez de jugar la pelota de la gestión valía más la pena algún truco subterráneo o un agarrón eficaz cuando el de negro estaba mirando a otra parte. El documento que faltaba ha llegado, pronto la inaugurarán juntos o por separado y habrá terminado una buena parte del interés del edificio del que sólo habrá que pedir que no prospere eso de Biblioteca de los Patos.

Desde entonces lo que allí suceda será tan íntimo y clandestino como lo que pasa en la que ahora pasa en la que se llama Biblioteca Pública Provincial. El camino hasta la calle Amador de los Ríos lo hacen todos los días cientos de niños que quieren asomarse a mundos sin límites que sólo se les abren en los libros, jóvenes que necesitan retirarse al monacato silencioso del estudio y adultos en busca de una novela o una revista que durante unas semanas será en su casa como un invitado que dejará recuerdos indelebles.

De ellos se preguntará más de uno por el momento en que tenga que tomar el camino de las grandes avenidas donde echará de menos buscar entre el ciprés infinito en que se eleva San Rafael y la presencia magnética de la Mezquita-Catedral, pero casi todos se conformarán con aprovechar lo mucho bueno que tiene, aunque se merezca más, y con esperar que el inevitable cierre por traslado no sea tan largo como son demasiadas veces las cosas públicas.

Cuando se hayan cortado las cintas con banderas rojigualdas y verdiblancas y se apague la curiosidad de los que no saben que los libros tienen algo más que lomo quedarán ellos para empezar a conocer los rincones, perderse por los anaqueles que esta vez sí tendrán a la vista, sentarse en algún lugar para olvidarse de que en la avenida de América hay semáforos, acaso dejarse caer por alguna presentación o lectura, ya que habrá sitio, y recuperar felices el tiempo en que casi nadie con micrófonos delante hablaba de ese edificio al que va gente que lee algo más consignas.

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