La Graílla
Libros de olor a mar
Las lecturas del verano se quedaron en la memoria con el sabor de una fecha y de un lugar
Luis Miranda: La rosa púrpura
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Iniciar sesiónSi ahora leer es un párrafo largo en el que a veces hay que reandar las letras para encontrar lo que el autor quiere decir, si es bañarse en el mar oscuro de una noche de crueldad con grises y salvedades y nobleza de ... atajos y vergüenzas tapadas, es porque primero fue una piscina de color y risas, de golpes de efectos grotescos que se pasaban enseguida, de ternura y de enfados que se quedaban en nada. Era verano y leer era buscar en una portada a firma de Ibáñez, era una bomba como patata caliente en las manos de Mortadelo, Rompetechos hablándole a una moto y el Botones Sacarino con alguna ocurrencia que luego pagaría un señor vestido de negro. Leía de noche, al recuerdo del fresco balsámico del paseo marítimo y del Mediterráneo rosado y en calma, y algunas tardes mi padre, que quizá había comprado aquellos 'Súper Humor' para él y para mí, reía más que yo, como yo ahora río más que entonces.
Desde entonces hay libros que saben como el verano y tienen entre las páginas ajadas el aroma del lugar en que se leyeron. Primero alguna historia de roedores humanizados en el color naranja de El Barco de Vapor y andado el tiempo, en el primer verano en que había que estudiar, el último en el que no había que trabajar, el olor de las almendras amargas que evocaba el destino de los amores contrariados y la historia de la claustrofóbica Vetusta y su vivisección del corazón humano mezclado con una tormenta que cortó la luz.
Siempre hubo libros que gustaron y marcaron sin que se recuerde cómo era el cielo ni el tiempo que hacía, pero los del verano se quedaron en la memoria con la data de una fecha y de un lugar. Era la noche casi fría y salada, apenas se oía el rumor del Atlántico sin levante y los pies recordaban todavía la playa y la arena infinita cuando dos guardias civiles intentaban ensamblar, en una isla y el mismo océano, las piezas de puzzle de un crimen antiguo.
En las noches en que el cielo se compadecía de Córdoba y los árboles parecían jadear de tanto calor cantaban los grillos, como cantan los grillos en todos los veranos aunque no estén cerca, un hombre retiraba los velos en busca del padre al que no conoció y de la madre que lo crió, y una sola calle de Londres resumía el mundo mestizo y codicioso de estos días.
Al revés están aquellos días de piscina con alguna historia británica y lenta, con la imprudencia de escuchar alguna recomendación errada, quizá con el esnobismo de enfrascarse en alguna presunta obra maestra abstrusa que volvió al rincón de lo imposible.
A la orilla de la playa, en este tiempo en que parece imposible que sea el dios de tridente atroz que ahoga a imprudentes y engulle a gente curtida conocí a Ignacio Martínez de Pisón. Me acompaña como un talismán para no fallar en estos días de tiempo libre en que un libro mal escogido duele más que nunca y otro con el que se acierta es como el mar: se sabe que es tan infinito como lecturas hay en el mundo y sin embargo se tiene la ilusión de abarcarlo con los ojos.
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