La Graílla
Con este calor
En veranos así se vendimia la uva y nacieron toda la vida los tomates de Alcolea y los ajos de Montalbán
Luis Miranda: Que al menos escuchen
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Iniciar sesiónLos que se dejen llevar por lo que dicen los informativos que se hacen a cientos de kilómetros pensarán que esta tierra es un desierto en el que el sol, tirano de un cielo desnudo, derriba todas las mañanas cualquier intento de construir ... la vida. Los mapas de la emergencia cromática pintan a Córdoba en unas gamas del rojo que tiran a marrón o negro y por aquí se dejan caer en estos meses reporteros con micrófonos acolchados como si acudieran en busca de supervivientes a una región devastada por una catástrofe nuclear.
Los que llegan a esta tierra como exploradores a un lugar de tiempo exótico y extremo se dividen entre los que piensan que Córdoba es víctima del cambio climático y que sufre veranos atroces sólo desde que los gases de efecto invernadero comenzaron a calentar la atmósfera y los que creen que desde que el mundo es mundo aquí se superan los cuarenta por tantos grados que será imposible trabajar.
Vienen y preguntan por recetas caseras para evitar el calor, los cordobeses responden que es cuestión de evitar la calle desde la una hasta las ocho, a veces más, de refrescarse y de tener la casa oscurita.
Ellos lo recogen y lo cuentan como si fuese la fórmula de la Coca-Cola. «Qué soluciones encuentra esta gente tan pitoresca», dicen sin decirlo, y se marchan después de grabar termómetros y haber almorzado un gazpacho blanco y fresquito en una taberna con aire acondicionado.
Nadie sabe si encontraron alguna vez, y si lo encontraron aquel corte no se puso en la televisión, a alguien que les dijera que con aquel clima, que más o menos ha sido siempre el mismo, esta tierra dio para comer y para admirar. Con veranos quizá menos inclementes nacían los tomates de Alcolea que luego alimentan el salmorejo y el picadillo, los ajos de Montalbán que multiplican de sabor el plato y las berenjenas que son como caprichos de la huerta.
Con este calor los agricultores de Palma del Río vigilan que las naranjas crezcan para dar al mundo la exuberancia de un sabor como un color, o al revés. Con días tórridos se vendimió siempre la uva que gente sufrida hizo vino para deletrear la conversación. Con el frío seco que cala hasta los huesos, y que no sale en los telediarios, recogieron las aceitunas que la almazara convierte en el oro de los desayunos y las ensaladas.
En los veranos de esta tierra se concibió el juego de columnas y vacío de la Mezquita-Catedral y se le fueron añadiendo espacios para que nunca dejase de ser ella, y en ese tiempo los obreros la levantaban.
Gente sin más que intuición hacía calles estrechas para que el sol no pasara; los que tenían algún patio lo tapaban para que no fuese la entrada del fuego a la casa y hasta se daban maña para tener las plantas todo el año y que florecieran en mayo.
Si hacía fresco por la noche estaban las sillas para salir a charlar a la puerta y los botijos benditos, como en tantos pueblos antes de que los teléfonos móviles dijeran que viene una alerta roja y que conviene no salir a la calle en las horas de más calor y buscar la sombrita.
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