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Rajoy brinda al PSOE el suspenso de las reválidas como gesto de deshielo

Ofrece también «cambios sensatos y razonables» en sus reformas económicas, siempre que preserve el crecimiento

El presidente del Gobierno en funciones y candidato del PP, Mariano Rajoy EFE
Ana I. Sánchez

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Dos diferencias fundamentales presidieron ayer el tercer debate de investidura del último año. La más obvia fue el abandono de la hostilidad diálectica que presidía hasta ahora los debates parlamentarios entre el presidente del Gobierno y el exsecretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Pero la más importante fue la voluntad de entendimiento que desplegó Mariano Rajoy en su cara a cara contra el portavoz socialista, Antonio Hernando, en recompensa por el éxito que cosechará el sábado -ayer recogió 170 votos a favor y 180 en contra-.

Como muestra de este nuevo espíritu de consenso, el líder de PP no dudó en reconocer la mayor a Hernando al admitir que estará obligado a buscar apoyos día a día para poder gobernar. A partir de ahí, se comprometió a ofrecer la «mayor disposición al diálogo» pero advirtió que, en ningún caso, firmará un «contrato de adhesión».

Apeló, así, a la responsabilidad del PSOE para convertirse en el obligado compañero de baile del nuevo Ejecutivo, y evitar una «legislatura estéril donde el Gobierno no pueda gobernar». Y como prueba de que su voluntad de entendimiento es real, brindó a los socialistas el anuncio de la suspensión de las reválidas de la LOMCE , como requisito necesario para obtener el título de bachillerato.

No habrá derogaciones

Por sorpresa, Rajoy avanzó su puesta en cuarentena hasta que concluyan las negociaciones del Pacto de Estado por la Educación, que fijó como objetivo necesario de esta legislatura. Hasta entonces, los estudiantes tendrán que someterse a estas pruebas pero, en caso de no superarlas, sí recibirán el título de bachillerato pero no podrán acceder a la universidad. Rajoy, visiblemente relajado a lo largo de toda la jornada, ofreció otros gestos de cortejo a sus potenciales aliados. Al presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, le tendió la mano para negociar «cambios sensatos y razonables» en las reformas económicas realizadas en la legislatura anterior. Solo puso un límite, la búsqueda del aliento del crecimiento y la creación de empleo por lo que, en ningún caso, avanzó, caben las derogaciones. «Habrá muchos temas que acordar, hablar y pactar. Pero hay algunas cosas con las que no conviene jugar y tomárselas en serio».

La principal, el control de la deuda y el déficit ya que, recordó, «nos ha dado crédito y confianza fuera de nuestro país», avanzando el continuismo de sus políticas económicas. Lo demás, será negociable. La voluntad de consenso de Rajoy también quedó patente durante su respuesta al portavoz parlamentario vasco, Aitor Esteban, al que alabó la importancia que su partido tiene en el Parlamento. No en vano, si los cinco diputados vascos le apoyaran, solo necesitaría un voto favorable más para salir investido.

El PSOE, glacial

Poco celebró Hernando el gesto de Rajoy. «Es un pequeño paso», le reconoció. No podía ir más allá. Mientras desde la tribuna de oradores empezaba a deshelarse la relación entre el PP y el PSOE, la glaciación amenazaba al interior de su propia bancada.

Sánchez siguió el debate entre Hernando y Rajoy con visible desagrado desde su escaño, mientras la tensión crecía entre la docena de diputados que siguen defendiendo el «no» a un nuevo Gobierno del PP. Manos cruzadas para evitar aplaudir a su portavoz en los momentos más señalados y, al final de su alocución, en pie a regañadientes y solo porque Sánchez, tras unos segundos de duda, decidió levantarse. El presidente de la gestora del PSOE, Javier Fernández, seguía la estampa con atención desde la tribuna de invitados. De este modo, una y otra vez, Hernando trató de zafarse de la que calificó como «la táctica del abrazo del oso». Interpretaba así el acercamiento de Rajoy como un intento de anular al PSOE como oposición. «Nos vamos a hacer respetar por ustedes y por el resto de grupos», avisó.

«Usted no nos gusta»

Previamente, el líder del PP había señalado las semejanzas que unen al PP y PSOE como las políticas antiterroristas, la posición en Europa o la defensa de las pensiones. Una equiparación que provocó urticaria en Hernando. «¡Le tiene que entrar en la cabeza! Vamos a seguir siendo oposición», advirtió. « No nos gusta como presidente del Gobierno porque no nos gustan sus políticas» , repudió, antes de subrayar que «las razones que insistentemente hemos recordado durante estos diez interminables meses para no confiar en usted, siguen estando vivas».

A lo largo de todo su discurso, Hernando insistió en la idea de que la abstención por la que el sábado optará el PSOE busca única y exclusivamente desbloquear el país, evitando unas nuevas elecciones. Y en clave interna, recordando las decisiones más polémicas adoptadas por el PSOE en el pasado como su ingreso en la OTAN, vino a decir que el tiempo le dará la razón. Pero pese a su duro discurso, en la bancada popular existe el convencimiento de que «hizo el papel que tenía que hacer», de manera que una vez que comience la legislatura, el PSOE negociará con el Gobierno y participará en la aprobación de las leyes.

Rivera siguió la misma estrategia de Hernando, aunque de manera menos radical, e intentó distanciarse del PP respondiendo a Rajoy con advertencias. «Si usted cumple las exigencias, esto va a ir bien» , dijo, para adelantar su voluntad de «vigilarle» y velar por el cumplimiento de los 150 compromisos firmados en el pacto de investidura. Si la nueva legislatura fracasa no será culpa del PSOE sino del propio Rajoy, sostuvo Rivera.

Iglesias sale del hemiciclo

A diferencia del tono conciliador y la seriedad de contenidos que Rajoy exhibió durante sus respuestas al PSOE y Ciudadanos, su cara a cara con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, se convirtió en el turno de las chanzas. El líder de la formación morada subió a la tribuna de oradores con un tono agresivo y un discurso plagado de durísimos reproches , con el que pretendió ascender a la categoría de líder de la oposición.

Mediáticamente lo consiguió al lanzar a la bancada popular frases tan polémicas como la siguiente. «Dicen que han movilizado a 500 policías. Hay más delincuentes potenciales en esta Cámara que fuera». Hacía referencia así a la próxima convocatoria de «Rodea al Congreso» y a los casos de corrupción en los que ha habido diputados implicados. Sus palabras revolucionaron a los parlamentarios del PP y llevaron a la secretaria general del Partido, María Dolores de Cospedal, a tildarle de «sinvergüenza» desde su escaño. Pastor llamó al orden a Iglesias, quien retó a protestar al que se diera por «aludido». Nadie alzó la voz.

Sin embargo, horas después, el líder de Podemos encajó muy mal que el portavoz popular, Rafael Hernando, le acusara de haber usado «el nombre de España para ponerse a la venta de regímenes dictatoriales». Aludía a la financiación recibida por CEPS, germen de Podemos, desde Venezuela.

Iglesias le pidió que retirara sus palabras pero Hernando se negó, lo que llevó al líder de la formación morada a protestar abandonando el hemiciclo seguido de sus diputados. No tardó en volver al iniciarse la votación, mientras PP y Ciudadanos le acusaban de tener «la piel muy fina». No en vano, el líder de Podemos no solo cargó contra el PP sino que durante su intervención despreció claramente al PSOE y buscó ridiculizar a Ciudadanos, facilitando el debate a Rajoy. Pero más allá de protagonizar las polémicas de la jornada, Iglesias no logró que su discurso tuviera el recorrido parlamentario de un jefe de la oposición. Rajoy, no solo no se puso nervioso por sus soflamas, sino que dejó muy claro que no se toma en serio las mismas.

Rajoy despliega su retranca

Para ello, hizo uso de su conocida retranca para asestarle las collejas parlamentarias más considerables de la jornada. En respuesta a su visión apocalíptica de España, le echó en cara con sorna no haber sido «capaz de articular una mayoría razonable, ni de ganar las elecciones a algo tan pésimo como el PP». Y la retórica más ácida. «Usted salía a la calle porque los que estábamos aquí no le representábamos. ¿Significa que los que estén en la calle no se sienten representados por usted? », en alusión a la convocatoria de «Rodea el Congreso». Improvisaciones éstas que devolvieron a la bancada popular al estado de euforia de los mejores tiempos.

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