La UE seca la cosecha innovadora de la edición genética agrícola
Mientras las investigaciones en otros países comienzan a dar frutos y ya aterrizan en el mercado, la falta de un marco regulatorio frustra los avances en el Viejo Continente de una técnica diferencial para garantizar la productividad de los cultivos
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Iniciar sesiónEuropa está perdiendo un tiempo muy valioso para regar su agricultura con nuevas técnicas de edición genética bien diferentes a los estigmatizados transgénicos. Estas avanzadas tecnologías permiten mejorar y acelerar el cruce y la selección de variedades vegetales que se vienen realizando de forma ... convencional desde épocas inmemoriales. Es decir, que en menos tiempo, con menos coste y con precisión quirúrgica consiguen hacer florecer nuevas especies con un alto valor añadido: pueden ser resistentes a plagas, inmunes a enfermedades, adaptadas a la sequía, a bajas temperaturas o a una mayor salinidad del suelo, o con mejores propiedades organolépticas o más duraderas. Toda una revolución en los cultivos ante el futuro que les espera: tienen que hacer frente al cambio climático, ser más productivos (sin aumentar la superficie agrícola) con el fin de satisfacer las necesidades alimentarias de una población mundial en crecimiento y más sostenibles.
Pero Europa no llega a un acuerdo para que la edición genética eche raíces en nuestros campos. Si bien la Comisión Europea hizo una propuesta para regular estas técnicas en plantas el pasado verano, poco después fue echada por tierra en una reunión informal de los ministros de agricultura, a pesar de los esfuerzos de la presidencia española de la UE por salvar el nuevo marco normativo. Ocho países (Austria, Croacia, Hungría, Luxemburgo, Polonia, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia) votaron en contra de la edición genética y cuatro se abstuvieron (Alemania, Bélgica, Bulgaria y Grecia), frente a 15 que apostaron por esta tecnología (entre ellos estaban Suecia, Finlandia, Irlanda, Francia, Italia, Países Bajos y España). Por número, este grupo demostró que en el continente existe un consenso de peso por regular estas técnicas, pero no contaban con la mayoría cualificada necesaria para sacar adelante la nueva legislación. Esto es el voto a favor del 55% de los Estados que, además, deben representar al menos al 65% de la población.
Todavía se tiene que pronunciar el Parlamento Europeo. Son decisivos los próximos tres meses. «Se necesita el trílogo para aprobar la normativa: la Comisión propone, el Consejo negocia y aprueba y el Parlamento valida la propuesta. Pero este año tenemos elecciones europeas y a partir de abril el Parlamento se disuelve. Si no se discute antes la propuesta habrá nuevas elecciones, nuevo parlamento, nueva comisión... Y volvemos a la casilla de salida», se queja Antonio Villarroel, director general de Anove (Asociación Nacional de Obtentores Vegetales). Además, no hay que olvidar otro detalle: acaba de ocupar la presidencia de la UE Bélgica, un país que se abstuvo a la edición genética y que quizá no tenga muchos ánimos de seguir impulsando la regulación de esta tecnología. «El resto de países del mundo tiene una regulación. Solo la UE y Nueva Zelanda no cuentan con ella», afirma Villarroel.
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Y eso tiene sus consecuencias. «Esta indefinición regulatoria está frenando la innovación europea. Estamos perdiendo una oportunidad histórica. Las empresas europeas no pueden desarrollar productos con edición genética. Pero pronto empezaremos a importar los que han obtenido compañías de otros países», sostiene Josep Maria Casacuberta, investigador del CRAG (Centro de Investigación en Agrigenómica) y miembro de grupos de trabajo de la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria).
En efecto, mientras Europa se queda aislada, otros países avanzan en el desarrollo de las primeras variedades vegetales conseguidas a partir de edición genética. La startup japonesa Sanatech Seed ha lanzado al mercado el primer tomate con la técnica Crispr/Cas9. Contiene mayores niveles de un aminoácido llamado GABA que se cree ayuda a reducir la presión arterial, o por lo menos así se vende. Con la misma tecnología, un grupo de investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina ha logrado una variedad de patata que no se oxida cuando se pela, corta y golpea, y en Estados Unidos, lo ha hecho la investigadora Yinong Yang con champiñones. También la compañía canadiense Okanagan Specialty Fruits obtuvo manzanas que tampoco se oxidan con otra técnica de edición genética denominada Talen.
Incluso tenemos ejemplo en España. Un grupo de investigadores del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha logrado trigo sin gluten apto para celíacos con edición genética. Por ahora, no tiene salida en el mercado europeo a falta de una regulación, pero sí se podría comercializar en Estados Unidos y Japón, por ejemplo.
Técnica innovadora
Y es que en Europa sobre las técnicas de edición genética pesa el lastre de los transgénicos, regulados en la UE por la directiva 2001/18. La legislación equipara ambas tecnologías (también lo hace una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE de 2018) cuando son diferentes. «Desde el punto de vista científico es aberrante», se queja José Miguel Mulet, subdirector del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de la Universidad Politécnica de Valencia.
En los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) se introduce en la planta un gen de la misma especie (o de otra) para conseguir una nueva variedad que, por ejemplo, sea resistente a una plaga o que necesite menos agua para su crecimiento. En la edición genética no se utilizan genes externos. Se trata de una tecnología que ha dado un salto cualitativo en la última década gracias al desarrollo de la revolucionaria técnica Crispr, cuyo futuro parece muy prometedor por su precisión y eficiencia. Estas tijeras mágicas pueden activar o inactivar un gen; cortar, insertar y pegar una secuencia específica de ADN, y después la propia planta repara esa modificación. Así también se consiguen variedades mejoradas, inmunes a enfermedades o que soportan altas temperaturas o que son más productivas, por ejemplo.
En los últimos años, «han aparecido nuevas técnicas que permiten ser más precisos a la hora de modificar el genoma de una planta sin introducir un nuevo gen. Crispr produce una rotura de ADN dirigida a un sitio concreto y la planta utiliza la misma maquinaria para reparar esa rotura cromosómica que utilizaría de forma natural», explica Casacuberta. Es cómo editar un texto. «Solo necesito modificar un acento o una letra o una palabra» del genoma, pone como ejemplo José Antonio Abelenda, científico titular del INIA-CSIC (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, un centro nacional del CSIC).
Ventajas
La edición genética, y Crispr en particular, cuenta con el apoyo de la mayor parte de la comunidad científica europea. Por muchas razones. Primero, reduce el tiempo en el que se obtiene una nueva variedad vegetal porque se actúa sobre un determinado gen con precisión milimétrica y, por tanto, no es necesario realizar sucesivas mutaciones durante años (entre 10 y 15) hasta conseguir el resultado deseado.
Algo que no ocurre con técnicas tradicionales o con la mutagénesis aleatoria. Esta última se viene desarrollando desde mediados del siglo XX y tiene vía libre en Europa. Consiste en utilizar rayos X o químicos para generar mutaciones en las plantas que se producen al azar, es decir no se sabe qué va a ocurrir. Muchos productos que tenemos en la mesa se han conseguido así, por ejemplo los frutos sin semillas como las uvas.
«Con la técnica Crispr ahorramos tiempo, se reduce entre 4 y 6 años la obtención de una nueva variedad. Con la mutagénesis se tarda diez años. Y además es una tecnología más segura porque al alterar solo una característica de la planta obtenemos la variedad que queremos. En las mutaciones al azar no sabemos si la nueva variedad va a contener toxinas naturales o alguna característica perjudicial, por ejemplo, para alérgicos», destaca Abelenda.
Crispr es además asequible. «Por cientos de miles de euros puedes desarrollar esta herramienta lo que la hace accesible para pymes y centros públicos de investigación. No como los transgénicos que son técnicas muy caras y tienen un proceso de verificación muy largo y de decenas de millones de euros», sostiene Villarroel.
Pues bien. La propuesta de la Comisión Europea abre la puerta a la edición genética pero con unas limitaciones. «Lo que hace la CE es considerar que algunas plantas obtenidas con edición genética y que han tenido pocas mutaciones (hasta 20) son equivalentes a plantas convencionales que se han conseguido por mutaciones espontáneas en la naturaleza o se han sometido a mutagénesis aleatoria. Pero 20 es un número arbitrario», señala Casacuberta, porque hay plantas más complejas en las que 20 cambios no resultan significativos para dar lugar a una nueva variedad. Las que superen ese límite precisarán un análisis de riesgo como transgénicos.
Transgénicos de fuera
Los organismos genéticamente modificados son una verdadera paradoja en Europa, que regula un tedioso proceso para su desarrollo, cultivo y comercialización. Sin embargo, sí se permite la importación de estos productos de Estados Unidos y Argentina, por ejemplo, de maíz, soja y trigo que se utiliza en piensos para animales. Incluso transgénico es gran parte del algodón de las prendas de ropa que vestimos. «Desde finales de los años noventa se han aprobado unos 150 transgénicos, semillas y productos que se importan. Se utilizan normalmente para consumo animal, pero también están aprobados para consumo humano. Si no se venden para las personas es porque las empresas creen que no se van a comprar. Para comercializarlo, un OGM se somete a un análisis de riesgo que implica una inversión de dinero y tiempo muy importantes: unos 15 millones de euros y diez años de trabajo. Por eso la gran mayoría de los transgénicos pertenecen a multinacionales», destaca Casacuberta.
Por eso es prácticamente inviable desarrollar OGM en Europa. «Técnicamente no está prohibido cultivar transgénicos», asegura José Miguel Mulet. «Pero hay que pasar por un proceso de autorización de nuevos alimentos que supone un gasto desorbitante y que es un laberinto legal de trámites, comités, valoraciones, ensayos... Al final depende de que el Parlamento Europeo lo apruebe y siempre puede aparecer en el último momento una ley local de un Estado miembro que frena el desarrollo, como ha ocurrido», cuenta Mulet.
En España se cultiva desde 1998 el maíz Bt resistente a la plaga del taladro, es decir es anterior a la directiva europea de 2001 que regula los transgénicos.
El interés de España
No obstante, el interés de España está enfocado en desarrollar nuevas variedades vegetales a través de la edición genética, una tecnología con un gran potencial para hacer frente a los efectos del cambio climático que ya comenzamos a sentir en nuestros campos. «Necesitamos inmediatamente investigar nuevas semillas más resistentes o mejorar las que tenemos para que aguanten las olas de calor, las inundaciones... fundamentalmente para los secanos (cereales, girasol y leguminosas). Las semillas que utilizamos ahora se secan con el calor. La producción media de cereales en España es de entre 18 y 20 millones de toneladas anuales. En 2023 solo han sido 10», destaca Nacho Senovilla, presidente de la Alianza para una Agricultura Sostenible, entidad que conforman las organizaciones agrarias del país.
También los frutales se resienten. «El calor genera menos calidad en la fruta, porque madura antes y no engorda. La cosecha que se tenía que recoger en agosto se ha adelantado quince días», dice. Motivos suficientes para que los agricultores esperen como agua de mayo la nueva regulación de las técnicas de edición genética, tecnología en la que han depositado sus esperanzas para salvar los cultivos. «Con este sistema tendremos nuevas semillas mejoradas en tres años y no en diez», afirma Senovilla.
Una de las ventajas que presenta la edición genética en plantas es que puede resolver problemas de variedades locales. «Para las hortícolas en España sería muy útil. Tenemos especies muy diferentes y variadas, en condiciones muy difíciles. España es uno de los países que más podría aprovecharse de estas herramientas», defiende Casacuberta.
Un fértil territorio innovador que se queda en barbecho
No es una casualidad que un grupo de investigadores del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba (del CSIC) haya logrado un trigo sin gluten apto para celíacos con técnicas de edición genética. En España contamos con centros científicos que son referentes en biotecnología vegetal y donde es rutinario utilizar estas herramientas (en especial Crispr) a nivel de investigación básica y en el desarrollo de nuevas variedades en laboratorio, aunque todavía no tengan salida en el mercado por la falta de una regulación europea.
De hecho, en el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA-CSIC) se trabaja en conseguir variedades de colza, patata y tomates tolerantes a las altas temperaturas que ya vivimos los veranos y al estrés hídrico. El grupo de investigación de José Miguel Mullet, en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de la Universidad Politécnica de Valencia, está utilizando Crispr para lograr brócoli y tomates tolerantes a la sequía y a la salinidad en el suelo. Y el Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG) tiene un proyecto para retardar la maduración del melón y que tenga un periodo de vida más prolongado, también para buscar una variedad de arroz más resistente a plagas, de sorgo para que soporte altas temperaturas y de tomates y melón para que sean más resistentes a los virus. «Muchas de estas investigaciones son convenios con mejoradores de semillas o empresas del sector productivo que están interesadas en la transferencia tecnológica», detalla Josep Maria Casacuberta, investigador del CRAG.
Y es que el sector privado no se quiere quedar atrás. Por ejemplo, la multinacional catalana Semillas Fitó realiza investigación con la técnica Crispr. «Nuestro objetivo es conseguir variedades de tomates y melones que sean resistentes a virus. El cambio climático (con veranos más largos, temperaturas más altas...) ha acentuado los virus que se propagan con más rapidez y tienen ciclos más largos. Nuestra prioridad son el rugoso en el tomate y Nueva Delhi que afecta al calabacín y al melón», cuenta Eduard Fitó, presidente de Semilla Fitó.
Ventajas
Crispr proporciona ventajas competitivas en tiempo e inversiones económicas. «Para realizar mutaciones al azar observamos miles de individuos para identificar uno que responda al objetivo que deseamos. Sacar una variedad al año cuesta entre uno y dos millones de euros. En laboratorio el gen modificado de la planta hace lo que quiero, sé lo que voy a buscar y no tengo que invertir tanto tiempo en observaciones ni en inundar el campo con individuos», señala Fitó.
Esta compañía cuenta con centros de investigación y campos de ensayo en varios países. Aunque en Europa no puede comercializar sus avances con edición genética. «Aunque no podamos utilizar un gen desarrollado con Crispr, esta técnica nos permite aprovechar el conocimiento generado y buscar ese gen de otra manera, en la naturaleza o con mutagénesis aleatoria», explica Fitó.
Sakata Seed Ibérica es filial del grupo japonés Sakata y colabora con universidades españolas y de otros países para avanzar en investigación de edición genética para vegetales. «Hay evidencias de que el progreso que se observa en las variedades experimentales que se logran en laboratorio es interesante y sustancial. Es recomendable utilizar esta tecnología», valora Javier Bernabéu, director general de Sakata Seed Ibérica.
Resistencia al calor
Y la falta de una reglamentación en el continente para usar esta tecnología está poniendo en riesgo a las empresas europeas. «Nos arriesgamos a perder el tren de desarrollo en productos de alimentación, porque esta tecnología va a avanzar en otros países que coparán los mercados con sus producciones», considera. Bernabéu pone como ejemplo el brócoli. «Hace 15 años se desarrollaron variedades que nos han permitido cultivar durante el verano. Pero en los últimos años tenemos dificultades porque las temperaturas han subido y no sobrevive la planta. Con la edición genética sería posible conseguir esa característica de resistencia al calor», concluye.
Ahora solo hace falta que Europa siembre la nueva regulación de la edición genética para que florezca la innovadora agricultura del siglo XXI.
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