«Los productos CRISPR no son lo mismo que los transgénicos»
La polémica técnica de los años 90 se basa en introducir genes de otros organismos
La batalla por la modificación genética de los alimentos vuelve a la UE
Madrid
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Iniciar sesiónDesde que dominó la agricultura y la ganadería, el hombre lleva milenios intentando domesticar y cambiar a su antojo la naturaleza: los tomates que nos comemos hoy poco tienen que ver con los tomates salvajes que un día fueron; o nuestras mascotas ... perrunas, adorables y peludas, en muchos casos están ya muy lejos de los lobos que fueron sus antepasados.
Con la llegada de la ciencia y la mejora de las tecnologías, los métodos se fueron refinando para conseguir resultados más rápidos y precisos. Así es como en la segunda mitad del siglo XX apareció la mutagénesis aleatoria. Se trata de una técnica que 'fuerza' cambios en el ADN de las semillas a través de la radiación o de procesos químicos, una tecnología ampliamente desarrollada y aplicada en los cultivos actuales. El problema de este método es que crea mutaciones al azar, aleatorias, que además no se observan hasta que no crece la planta.
En los noventa llegaron los polémicos transgénicos, cuya técnica es manipular las plantas añadiendo un gen de otro organismo, de la misma especie o diferente, para producir un nuevo vegetal con un valor añadido. Por ejemplo, el maíz BT, el único producto transgénico que se planta en España, contiene una proteína procedente de una bacteria natural del suelo llamada Bacillus thuringiensis (de ahí su nombre) que la hace resistente a la plaga de los insectos taladros. Porque, a pesar de lo que pueda parecer, el cultivo de transgénicos -que no los productos transgénicos, que se importan de otros países- no está prohibido; el problema es que se necesitan tantos permisos y tanta inversión que en la práctica son casi inviables. Y, aunque se consiga luz verde, cada país tiene la última palabra de si permite o no dichas plantaciones. «De hecho, el maíz transgénico fue aprobado por la UE justo antes de que entrase la directiva de 2001», señala Lluis Montoliú, investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC (CNB-CSIC). «En Europa la hipocresía es máxima: no autorizamos los cultivos, pero compramos toneladas de transgénicos para nuestro ganado», lamenta.
Y todo a pesar de que, tal y como se quejan los científicos, no existe evidencia científica de que sean peligrosos para la salud. «Se han gastado mucho dinero y recursos en probar que son productos aptos para el consumo», señala por su parte Josep Casacuberta, profesor del CSIC e investigador del Centro de Investigación en Agrogenómica (CRAG) y miembro del Panel de Organismos Modificados Genéticamente de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). «Y aun así aún sigue teniendo ese estigma en la sociedad».
Una tecla precisa
La tecnología CRISPR se prometía como la herramienta perfecta: al contrario que la mutagénesis, los cambios están dirigidos hacia el gen concreto que se quiere modificar, sin afectar al resto. Tampoco se introducen genes de otras especies. «Sería imposible jurídicamente distinguir a una planta modificada con CRISPR de otra que no lo esté, porque no es lo mismo que con los transgénicos, en los que se introduce un transgén que los análisis sí pueden detectar», dice Casacuberta. De forma muy simplificada, CRISPR es algo así como tener una 'varita' capaz de tocar la tecla precisa dentro del ADN para que la planta se convierta de forma natural en un vegetal más resistente a sequías, que tenga los frutos más grandes o que los granos no caigan de la planta. El mismo proceso que siguieron los tomates para convertirse en lo que son hoy, pero de forma acelerada.
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«Con este borrador legislativo (que ha presentado la Comisión Europea) empezamos a ver el vaso medio lleno. No es tan ambicioso como nos hubiese gustado, pero quiero pensar que existe el consenso suficiente detrás de él», señala Montoliú.
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