FÚTBOL FEMENINO
Rubiales se lleva a Vilda por delante
El tsunami del beso pesa más que el título: Pedro Rocha despide al seleccionador 16 días después de ganar el Mundial
Las futbolistas se salen con la suya. Lo suple al frente del equipo nacional femenino Montse Tomé, su segunda
Jorge Vilda, un villano inexplicado
Jorge Vilda encarnaba una terrible contradicción: campeón del mundo, no tenía cuerpo técnico ni jugadoras. Le prometieron hace dos semanas un contrato de cuatro años por 500.000 euros anuales, pero ha perdido su empleo. Luis Rubiales ha sido su mentor –le mantuvo durante toda ... la crisis de las 15 amotinadas– y su condena a perpetuidad: en pleno escándalo internacional, los aplausos en aquella asamblea del viernes 24 de agosto le quitaron legitimidad para encabezar el nuevo reto de la Selección –participar por primera vez en unos Juegos Olímpicos–. España tiene tres meses para clasificarse, y sin futbolistas es complicado lograrlo; la Federación le ha bajado definitivamente el pulgar.
Pedro Rocha, presidente interino de la RFEF, se reunió ayer con Vilda para comunicarle su destitución, tanto de técnico como de director deportivo. En el comunicado de despedida, el organismo se deshizo en halagos hacia el ya exseleccionador, agradeció su labor y puso en valor «su intachable conducta personal y deportiva», definiéndole como «una pieza clave en el notable crecimiento del fútbol femenino en España». Asimismo, horas después de su salida, se hizo oficial el nombre de la sucesora: Montse Tomé, segunda de Vilda, quien también jaleó el discurso de Rubiales. Será la primera mujer en ocupar el cargo de seleccionadora nacional.
Hubo otros miembros federativos que quedan marcados por sus aplausos aquel viernes, incluido el seleccionador nacional Luis de la Fuente, pero su reputación no estaba tan desgastada como la del técnico campeón (cuya rectificación el día después no contentó a nadie). La espiral inimaginable de las últimas semanas ha reconciliado a las jugadoras con la opinión pública, que no comprendió su silencio durante la crisis de las 15. El fútbol femenino había ofrecido ya varios ejemplos de vestuarios rebeldes que fuerzan la destitución de un técnico (baste recordar el caso del antecesor de Vilda, Ignacio Quereda, o del Barça de Cortés y el Madrid de Aznar), y la sociedad española tildó su postura de caprichosa. Rubiales también. ¿Por qué ninguna futbolista explicó entonces en público lo que decían sobre Vilda en privado? Por miedo, coinciden todas las fuentes consultadas, además de falta de experiencia en la ingrata posición de encontrarse en medio de un huracán mediático.
Dejaron correr que Vilda visitaba a las jugadoras en sus habitaciones a las once de la noche, como si tuviese miedo a que organizasen fiestas privadas: una costumbre que fue irritando a las futbolistas, toda vez que algunas de ellas habían cumplido ya los 30 años y, como dice alguien muy próximo a ellas, «no necesitaban una niñera». Esa curiosidad constante sobre sus quehaceres, sumada a una desconfianza constante sobre la comunicación externa, fueron alejando al seleccionador del núcleo del equipo. Las jugadoras del Barça, campeonas de Europa, pedían además nuevos métodos de entrenamiento y preparación física.
Conocida era también su falta de experiencia profesional –antes de entrar en la Federación, Vilda solo había entrenado al Canillas, un modesto club de Hortaleza–. Las jugadoras solicitaron cambios: el primero, que Vilda dejase de ostentar a la vez el cargo de seleccionador y de director técnico. Antes del Mundial, cuando se produjo el acercamiento entre las 15 y la Federación, esta les prometió que saldría de la selección después del campeonato. La oferta de renovación hecha por Rubiales les sentó como una traición definitiva.
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No es casualidad que el conflicto estallase el verano pasado, después de la Eurocopa de Inglaterra, donde España cayó eliminada en cuartos de final contra el equipo anfitrión. Hay una anécdota que ilustra los motivos de las chicas ya hace un año: un error de Vilda y sus ayudantes hizo que el día de descanso organizado para pasar el día con las familias no se fijase varios días antes del partido crucial de cuartos, sino dos días antes. «Tenías que vernos a todas paseando por Londres», dice una fuente del grupo, «haciendo compras y sacándonos fotos mientras las rivales se entrenaban… De 9 a 9».
España perdió el partido y las jugadoras se conjuraron para forzar cambios. Los modales de Vilda (rasgo valioso en vestuarios no siempre fáciles de gestionar) y su conocimiento de la burocracia federativa no eran ya avales suficientes. Había pasado de ayudante en la sub-17 a seleccionador absoluto en ocho años, un ascenso fulgurante cimentado en triunfos con las categorías inferiores (dos Europeos sub-17 y uno sub-19). Pero el fútbol femenino español había cambiado mucho desde 2015.
«No le deseo a nadie por lo que estoy pasando estos días», dijo Vilda ante la prensa cuando estalló el conflicto hace un año. El escándalo de este verano ha convertido esa tormenta, sin embargo, en un chispeo sin importancia. Rubiales afirmó que el gesto de los testículos en el palco iba dirigido a él, «por lo mal que lo habían pasado estos meses». Las chicas piensan que iba dirigido a ellas (especialmente a las que no acudieron al torneo).
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Aunque equivocado, Vilda podrá decir al menos que es el único miembro del equipo que se mantuvo leal al jefe hasta el final (las chicas insinúan que Rubiales participó en la confección de las alineaciones). Además de ganar un Mundial. Se lleva una jugosa indemnización, pero a corto plazo le llegarán muchas menos ofertas de las que hubiese recibido si su jefe no hubiese cortocircuitado de semejante forma frente a las cámaras de todo el mundo. Quién sabe si quizá la UEFA le hubiese dado también el premio a mejor entrenador del año el viernes pasado.
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