De la tromba brava de Nudista, indultado por aclamación popular, a las gotas de talento de Juan Ortega

Más que indultar a Nudista, se indultaba una tarde que hasta ese quinto (más bien sexto) se podría resumir en breves apuntes. Una tarde como el día, gris. Sin abrir, sin romper. Sin rastro de esa lluvia que finalmente cayó en tromba, con la bravura de Nudista; y también en gotitas, con el talento exquisito de Ortega, que firmó lo más torero de un festejo que se rubricó con los tres matadores y el vaquero de la ganadería a hombros por la centenaria plaza de toros de Almendralejo, como deberían haber hecho con el empresario. Porque, todo hay que decirlo, las plazas de toros raras veces se llenan si no hay detrás un sobreesfuerzo empresarial. Ovación para Alberto García/Tauroemoción.

Pero volvamos a lo de Nudista, único, hasta ese momento, que verdaderamente se empleó en su salida. Bajísimo en su estampa y especialmente acodado en sus pitones. La herencia menos oculta de Jandilla. Con los vuelos muy retrasados lanceó el torero, entregado como de costumbre, como en el brindis a su nutrida peña: «¡Eres más grande que el Madrid, socio!», le respondían. Y grande fue su faena, aunque circunscrita a la mano diestra. Con vibración y acierto en su planteamiento, dándole las ventajas al bravo Juampedro, de codicia suprema. No hubo acople con la mano izquierda, bien porque era un pitón más descompuesto del animal bien por la tensión de su franela. Pero lo cierto es que aquello no rodó. Por eso, pese a reconocer la tremenda bravura de Nudista y la brillantez del matador con la diestra, no alcanzo a comprender por qué sucumbió a la petición de indulto. Una gran faena, sí, limitada en su oferta. Como limitado fue su triunfo: una vuelta al ruedo. El mismo público que pidió el indulto se olvidó de pedir los trofeos para el torero. En fin…

De edición limitada fueron los lances de Juan Ortega a Sumiso, el sexto, cuando ya había cambiado el sino de la tarde, más bien noche. Sublimado en el quite, también a la verónica, lo más exquisito de la corrida. Soberbio en su manera de mecer los vuelos, de girar las yemas de sus dedos en el embroque, de abandonarse en su encuentro. Un primor de verónicas gracias a Sumiso, el de mayor entrega, ritmo y talento de toda la corrida. Que animó al torero, entregado a la causa. Hubo perfección en su colocación y perseverancia en su faena, exaltada en unos doblones finales con muchísima categoría, como unos naturales completamente de frente.

Había inaugurado la tarde Talavante –sustituto de Morante–, tras una ensordecera bronca al palco por los siete minutos de retraso del paseíllo, aunque nadie agradeció que, tras romper, no hubo himnos ni entrega de obsequios y souvenirs. ¡Por fin! Poquito tiempo estuvo con Ponche, el pequeñito primero, también infantil en su estilo: corretón y sin profundidad. Mejor presentado estuvo Pirata, el cuarto, también –como toda la corrida– con los pitones mirando a sus ojos. Rítmico en su salida, aunque intermitente en su final. Se entregó Talavante, más acertado en las ajustadísimas dos series últimas.

El más hombretón fue el segundo, que cantaba sus cinco años en su cuerpo y en su galope, mucho más sostenido. A Volapié le faltó entrega, aunque tuvo tres series de categoría con su mansita inercia. Lo bordó Emilio de Justo adelantando y subiendo el trapo, a la vez que buscaba con sus zapatillas la línea paralela. Aquello rodaba en forma de circunferencia, con su expresión más relajada, con la plaza entregada. Muy tarde cogió la zurda, ya sin celo el animal. Y poco inteligentes fueron las manoletinas finales, con el Volapié huyendo tras encontrar salida en la altura. Lo asó con la espada. Poca historia tuvo lo de Juan Ortega y Bellotero, el tercero, armónico y cuajado a partes iguales, aunque descompuesto y sin estilo.