Pamplona entona el 'Pobre de mí' de unos Sanfermines inolvidables
Miles de pamploneses se desanudan el pañuelo rojo con la vista puesta en 2023
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Iniciar sesiónVendrán otros Sanfermines. Otros en los que chicas como Carolina se enamorarán y jóvenes como Nicolás correrán su primer encierro, aferrados a la medalla de su madre. Otros en los que mujeres como Jazmín volverán a demostrar que pueden ser tan intrépidas ... como cualquiera. Otros en los que hombres como Mikel se despedirán de Caravinagre y de sus compañeros de la comparsa de Gigantes y Cabezudos tras media vida persiguiendo a los niños por las calles entre risas.
Sí, vendrán otros Sanfermines, pero no serán como éstos. Éstos que tanto se hicieron de rogar, confinados en el tiempo. Éstos en los que estuvieron tan presentes los que estaban como los que no pudieron llegar. No los olvidará nunca Pablo Sánchez, que corrió ante los toros en la calle Mercaderes recordando a su padre. Tampoco el exfutbolista Juan Carlos Unzué, que prendió el Chupinazo hace ya media vida, allá por el día 6, levantándose de su silla de ruedas por quienes luchan contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y por los sanitarios que se dejaron la piel en la pandemia.
Ni los pamploneses ni los que se han acercado a Pamplona a vivir estas fiestas las olvidarán. Entre tanta 'chica ye-yé' y tanto 'sigo siendo el rey' cantado entre meriendas y duchas de cava, en el tórrido aire de estos días se respiraba un aire de victoria, una sensación como la que experimenta el corredor del encierro cuando ha sentido que las astas pasaban cerca y puede contarlo. A ese toro inesperado que irrumpió hace dos años le habían hecho un requiebro de vacunas y podían volver a disfrutar de las fiestas, aunque los test de antígenos circularan como la cerveza o el kalimotxo.
Había ganas de Sanfermines y muchos pamploneses que habitualmente huyen el fin de semana estiraron este año hasta el domingo. O más. Se notaba en las calles, menos pobladas de extranjeros que otros años. Aunque no han faltado 'guiris' apreciados como el estadounidense Joe Distler o el mexicano Carlos Manríquez, con décadas sanfermineras a sus espaldas. Tampoco se quisieron perder estos Sanfermines un puñado de 20 australianos a los que les costó recuperar las horas de sueño perdidas en esos primeros días. Ni tantos de aquí o de allá que acompañaron a las tradicionales dianas o se dejaron caer por el Baile de la Alpargata, como el juez García Castellón o Jordi Évole.
«La gente tiene ganas de fiesta, pero de fiesta sana», decía Josetxo Campion, responsable del puesto de Santo Domingo de la Cruz Roja. Y para la inmensa mayoría así ha sido, aunque algunos las empañaran con agresiones al paso de la corporación municipal por la calle Curia en la procesión de San Fermín. No todo ha sido pacharán y jota. El interminable aplauso a Miguel Ángel Blanco en el 25 aniversario de su asesinato abrió un breve paréntesis en los Sanfermines el mismo día que Pamplona volvió a salir también a la calle contra las agresiones sexuales. Con el recuerdo aún doloroso de la infame Manada, una denuncia por violación y al menos ocho por sospechosos pinchazos reactivaron todas las alarmas. «Queremos unas fiestas en las que seamos libres y no tengamos que ser valientes», clamaron las mujeres en la plaza del Castillo.
Y mientras la investigación de estos casos seguía su curso, los Sanfermines también, entre charangas, comidas, conciertos, bailes y fuegos artificiales. Y toros, claro está. Toros con sol, peñas y meriendas. Y con puertas grandes que han dado lustre al centenario de la plaza.
Hasta hoy, 14 de julio. El día en que los franceses toman la Bastilla en Pamplona. El día del Pobre de mí. ¡Y pensar que el último se vivió con tanta normalidad! Quién iba a imaginar que ese «ya falta menos» que se entona a renglón seguido se iba a hacer tanto de rogar. Tampoco Javier Solano pensó entonces que le alcanzaría la jubilación antes de volverse a poner ante las cámaras en los encierros. «Hasta el año que viene. Esperamos contar con su presencia...», dijo como cualquier día 14 de cualquier año anterior.
Es hora de quitarse el pañuelo rojo y de seguir, como Pedro, el peregrino alemán que contempló con una sonrisa el Chupinazo. Tal vez camine ya por campos de Castilla. Y los refugiados ucranianos a los que tanto les han sorprendido los Sanfermines, ¿qué pensarán al presenciar ese extraño espectáculo de pena y de juerga que es el Pobre de mí?
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