Pamplona estalla en fiestas con el Chupinazo de los Sanfermines más esperados
El exfutbolista Juan Carlos Unzué dedica a los sanitarios el cohete que da inicio a 204 horas ininterrumpidas de fiesta
Pamplona
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Iniciar sesiónHabía ganas de Sanfermines ¡y qué ganas! Se lo decían los pamplonicas que se saludaban por la calle. «Por fin», «sí, por fin». Y se palpaba en las calles, donde ya desde primera hora la gente almorzaba y cogía fuerzas para las 204 horas ... de diversión que después de una larga espera de tres años se les presentaban por delante. Pablo Eugui, pamplonés de 32 años, ha regresado desde Viena, donde trabaja, para vivir estos Sanfermines tan especiales junto a su familia y sus amigos y disfrutaba de unos huevos con chistorra y patatas fritas en el Bosquecillo, ambientándose ya para la fiesta. Muy cerca caminaban hacia la Plaza Consistorial Raúl Ramírez y sus amigos que venían desde Los Ángeles. Hace dos años que esperaban hacer realidad el regalo que le habían prometido a su hermano Cristian por su cumpleaños y se habían engalanado de la etiqueta para la ocasión. Los cuatro vestían de inmaculado blanco, con el nudo de la faja a la izquierda como es debido y llevaban el pañuelico rojo en la muñeca, a la espera de anudárselo al cuello tras el Chupinazo. «Vamos a meternos en la plaza, claro, y mañana al encierro», decían aunque todavía no conocían ni el recorrido por el que corren los toros hasta la plaza ni habían visto la envergadura de los astados de Núñez del Cuvillo que aguardan en los corrales del gas para el día grande de las fiestas en honor a San Fermín.
En el rincón de la Aduana, en un portal adosado a la iglesia de San Lorenzo, que alberga la figura del santo, un numeroso grupo celebraba los 25 años de almuerzos cantando a voz en grito a Camilo Sesto y su «Vivir así, es morir de amor». Los cánticos se multiplicaban a medida que se avanzaba hacia la plaza del Ayuntamiento que con sus apenas 2.000 metros cuadrados es capaz de acoger a más de 11.000 personas en un día como hoy, que las había. Los inevitables empujones para asistir en persona al lanzamiento del Chupinazo no amedrentaban a un buen grupo de navarros de mediana edad que antes de entrar ensayaban sus voces en la calle Mayor. Xavier Díaz, Ana Recalde, Eduardo Portillo, José Mari Compains, Puy Aramendi, Ana Hualde, Zelaida Biurrun y Pablo Iribarren entonaban una canción en euskera de Oskorri, con la compañía de otros que se sumaban y les deseaban que pasaran buenas fiestas. Venían preparados, con sus chubasqueros en la mochila, que sacaron ante la iglesia de San Saturnino antes de adentrarse en el gentío.
Allí aguardaba un retén de sanitarios de la Cruz Roja, que había movilizado dos ambulancias, un vehículo auxiliar y hasta un camión por si se producía algún accidente de múltiples víctimas en el Chupinazo para poder montar un hospital de campaña. «Entre enfermeros, médicos y socorristas, estaremos para el Chupinazo unas 30 personas repartidos en tres puestos (Santo Domingo, San Saturnino y en San Agustín)», comentaba el responsable del puesto desde 2012, Josetxo Campion, que sin embargo no preveía casos graves. Desde que prohibieron la entrada de vidrio en la plaza se ha reducido considerablemente las atenciones a heridos con cortes en los pies. Un cordón policial vigilaba que se cumpliera la normativa, revisando bolsas y mochilas.
Un alemán perdido
A falta de un cuarto de hora para el lanzamiento del cohete, los aledaños de la plaza Consistorial estaban abarrotados de gente. En la cuesta de Santo Domingo la gente emulaba a los toros que mañana subirán a toda velocidad en el primer encierro, embistiendo para hacerse un sitio en oleadas. Y allí, en medio de los empujones de unos y otros que se soportaban con un encomiable buen humor se encontraba Pedro, un peregrino alemán de unos 60 años que decidió ayer hacer un alto en su Camino de Santiago para vivir los Sanfermines. Con su camisa a rayas, observaba a la gente con una amplia sonrisa que ni el vino que le caía de tanto en cuanto le borraba de su rostro. Muy cerca, los cánticos hacían que escuchar a Mercedes fuera toda una proeza. Para esta joven peruana eran sus primeros Sanfermines, también. Venía a pasar solo dos días, pero intensos.
El reloj avanzaba entre cánticos, bromas y empujones hasta que a las 12 menos cinco minutos comenzaron a elevarse los pañuelos al cielo. «¡San Fermín!» «¡San Fermín!», coreaba la plaza que gritó aún más fuerte cuando vio asomarse al exfutbolista Juan Carlos Unzué al balcón del Ayuntamiento con su silla de ruedas. Hacía días que había dicho a los más próximos que iba a intentar ponerse de pie para lanzar el Chupinazo, desafiando sus propias fuerzas mermadas por la esclerosis lateral amiotrófica que padece. Y así lo ha hecho, para admiración de todos antes de dedicar a los sanitarios ese cohete tan especial, tras dos largos años de pandemia.
No hay pamplonés que no se emocione al oír ese «¡Viva San Fermín!» que se grita en castellano y en euskera. Y más en este año. El Chupinazo rompía el dique levantado por el Covid en dos largos años de miedo, dolor y confinamiento, liberando la alegría de los miles de jóvenes y no tan jóvenes que brincaban y brindaban ante el Ayuntamiento.
Ni el desapacible tiempo con que ha amanecido este 6 de julio, con fuertes chubascos, ha logrado contener estas ganas de diversión que ya se palpaban desde el día anterior. «Me encantan los Sanfermines por los encierros, la fiesta y por cómo la viven los españoles», decía Ryan Werts, un joven australiano que no ha dudado en recorrer más de 15.000 kilómetros para repetir por octava vez. Y su amigo Jack McDonald, que va por sus quintos Sanfermines, asentía con una gran sonrisa.
Besos, chapuzones y lágrimas de emoción
Una pareja se besaba apasionadamente entre el gentío, mientras a su lado dos mozos de la peña Donibane ataviados con gafas de buceo y manguitos de niño en los brazos se disponían a sumergirse en la multitud. "¿Os lanzamos al agua?", les proponían otros bien dispuestos a cumplir. Muchos asistían al lanzamiento del resto de los cohetes en silencio, contemplando con emoción contenida la escena con la que tanto fantasearon durante los suspendidos Sanfermines de los últimos años. A dos mujeres, sin embargo, no les importaba llorar abrazadas en la calle San Saturnino. A saber qué recuerdos tendrían o a quién estarían echando de menos.
En el retén de la Cruz Roja solo estaban atendiendo a un joven que se había excedido con el alcohol. "Ha sido un Chupinazo más sereno, se ve que la gente tiene ganas de fiesta, pero de fiesta sana", sostenía Josetxo Campion.
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