'Pepita Jiménez', como si Hitchcock hubiera hecho a García Lorca

El Teatro de la Zarzuela presenta una nueva producción de la ópera de Isaac Albéniz en la versión que Pablo Sorozábal estrenó en 1964

Cabra rescata las ilustraciones de Adolfo Lozano Sidro para la novela 'Pepita Jiménez'

Ángeles Blancas y Leonardo Caimi, en una escena de la ópera Gemma Escribano

Como si Hitchcock hubiera hecho a Lorca. Así es, según Isamay Benavente, directora del Teatro de la Zarzuela, la producción de 'Pepita Jiménez', la obra de Isaac Albéniz con la que el coliseo madrileño levanta el telón de su temporada. La ópera ... se presenta en la versión que revisó y modificó Pablo Sorozábal -tanto la partitura como el libreto de Francis Burdett Money-Coutts- y que vio la luz en el propio Teatro de la Zarzuela en 1964 (con nada menos que Pilar Lorengar y Alfredo Kraus en el reparto).

La nueva producción de la ópera basada en la novela de Juan Valera la dirige un veterano y prestigioso lobo de mar de la escena lírica internacional, Giancarlo del Monaco -que ya dirigió en la Zarzuela 'Las golondrinas', con gran éxito-, con Daniel Bianco (escenografía), Jesús Ruiz (vestuario) y Albert Faura (iluminación) como colaboradores; en el foso estará el anterior director musical del teatro, Guillermo García Calvo. Ángeles Blancas, Carmen Romeu y Maite Alberola se alternarán en el papel titular; Leonardo Caimi y Antoni Lliteres encarnan a Luis de Vargas; Ana Ibarra y Cristina Faus se reparten el papel de Antoñona, la nodriza de Pepita, y el elenco se completa con Rodrigo Esteves, Rubén Amoretti, Pablo López, Josep Fadó e Iago García Rojas,

García Calvo asegura que Sorozábal, más que una versión de la partitura, hizo casi una adaptación -también del libreto, que tradujo al español y reestructuró-. «Incluyó muchos cambios y creó una versión más 'verista', que funciona muy bien vocalmente. Es una versión más compacta, más sinfónica, y presenta una orquestación muy inteligente; Sorozábal, un genio de la escena, tenía un mayor instinto teatral que Isaac Albéniz». El músico vasco decía que la música del gerundense era «bellísima» pero carecía de ciertos «efectos de concepción teatral». «Albéniz viste la novela de Juan Valera -añade García Calvo- con una partitura rica en melodías cálidas y ardientes, donde la orquesta no solo acompaña, sino que pinta el ambiente andaluz y el drama interior de los personajes. Utiliza ritmos y giros melódicos propios del folclore español, pero con una sofisticación y un lenguaje armónico que revelan la influencia de su etapa europea, creando una obra de gran lirismo y colorido orquestal».

Giancarlo del Monaco reconoce que durante los ensayos se ha peleado con todo el mundo. «En ninguna de las producciones que he dirigido he dejado de pelearmte; con la única persona que no lo he hecho es con Plácido Domingo -ríe-. Algunos artistas somos gente con carácter, pero al final lo que importa es el resultado... El escenario es un estudio de psiquatría». Centrado ya en la obra, dice que su mayor inconveniente es que es muy larga. «Hay cosas que diluyen el trabajo y le quitan fuerza. Por eso en esta producción hemos compactado la obra».

Alaba la partitura: «se puede escuchar la inspiración de Wagner o de Zandonai; es una música más europea que española», y cuenta que la obra transcurre «en un pequeño pueblo andaluz [se apunta a la localidad cordobesa de Cabra, de donde era natural Juan Valera] en el que un simple beso da pie a un acto de exorcismo, y en el que una persona enferma es acusada de loca. Este es el planteamiento básico de una trama que al mismo tiempo acoge una historia de amor, de violencia, de pasión, de masoquismo, en una espiral de locura que tiene como obligado corolario la muerte».

Asegura el director italiano que su puesta en escena trata de rescatar lo que la novela y la historia tienen de «crónica de los bajos fondos del ser humano. De su, a veces, tan oscura idiosincrasia, su singularidad, su carácter más soterrado que sale a la superficie -con alma homicida, fratricida- en el momento más inesperado. Con sus dosis de pasión, de amor, de necesidad o cinismo, de locura, que la hacen ciertamente humana».

De la protagonista, Pepita Jiménez, una joven viuda que se enamora de Luis de Vargas, un seminarista que ha regresado al pueblo, asegura Del Monaco que es «un personaje muy complejo, con una pasión desbordante que estalla; ha incubado su carácter durante veinte años y ha explotado». Una de las sopranos que la encarnarán, Ángeles Blancas -que regresa a la Zarzuela tras una ausencia de catorce años-, asegura que ha llegado virgen a los ensayos. «La novela es débil pero tiene varios puntos fuertes. Creo que el lirismo es fundamental, la belleza de la palabra es algo que caracteriza la obra; he querido dejarme fluir en las contradicciones de esta mujer, en su frustración y en el aspecto que más me ha interesado de ella: su fragilidad. De ahí nace el personaje».

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