Lluís Pasqual: «La envidia es un estigma que tenemos los ibéricos»
El director de escena catalán dirige la producción de 'El caballero de Olmedo', una nueva ópera de Arturo Díez Boscovich sobre la obra de Lope de Vega, que verá la luz el próximo 6 de octubre en el Teatro de la Zarzuela
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Lluís Pasqual, en el ambigú del Teatro de la Zarzuela durante la entrevista
Lluís Pasqual y don Alonso, el caballero de Olmedo, son viejos amigos. Se conocieron hace tiempo en los versos que escribió Lope de Vega, y al director catalán, por entonces un joven estudiante, ya le cayó bien aquel hombre al que llaman «la ... gala de Medina, la flor de Olmedo». Se volvieron a encontrar hace ahora treinta años, en la Cour d'Honneur del Palacio Papal de Aviñón (en Francia), rodeados de un gigantesco trigal. Hace una década, dos grupos de jóvenes actores de Barcelona y Madrid volvieron a reunirlos, y estos días se han reencontrado y comparten jornadas de ensayo en el Teatro de la Zarzuela. Allí se va a estrenar, el próximo viernes 6, la ópera 'El caballero de Olmedo', compuesta por el malagueño Arturo Díez Boscovich. A Lluís Pasqual, adaptador del texto y director de escena del montaje, le acompaña como director musical Guillermo García Calvo y un equipo que componen Daniel Bianco (escenografía), Franca Squarciapino (vestuario), Pascal Mérat (iluminación), Nuria Castejón (coreografía), Franc Aleu (vídeoescena) y Jesús Esperanza (maestro de esgrima). En el reparto, Joel Prieto, Juan de Dios Mateos, Rocío Pérez, Alba Chantar, Germán Olvera, Ramiro Maturana, Nicola Beller Carbone, Berna Perles, Gerardo Bullón y Rubén Amoretti.
El reto, asegura, es muy interesante, pero muy difícil. «No tienes ninguna referencia; hasta el primer día de ensayo no escuchamos la ópera entera. Ésta es la segunda vez que estreno una obra nueva de un compositor; la primera fue 'La vera storia', de Luciano Berio, en París en 1985 y sí, tiene un componente de riesgo, porque el compositor va retocando y te va moviendo la alfombra... que es lo normal. Pero bueno, tiene también su parte de calentura también.
«Si uno monta 'Romeo y Julieta', de Shakespeare, puede decidir si la escena del balcón es más o menos apasionada; pero si montas la ópera 'Romeo y Julieta' de Gounod, el compositor ya decidió el color que tenía esa escena»
Lluís Pasqual dirigió hace cuarenta y dos años su primera ópera ('Sanson y Dalila', de Saint-Saëns, precisamente en el Teatro de la Zarzuela), y ya entonces decía convencido que la dirección de escena está en la partitura -«todo está en la partitura», apostilla-. Éste es un caso especial, porque el director conoce profundamente el texto de Lope, pero sus ideas escénicas están condicionadas por la música. «Es la tercera vez que dirijo esta obra; la primera fue más épica, la segunda más lírica e íntima; pero ahora no es mi punto de vista. Si uno monta 'Romeo y Julieta', de Shakespeare, puede decidir si la escena del balcón es más o menos apasionada; pero si montas la ópera 'Romeo y Julieta' de Gounod, el compositor ya decidió el color que tenía esa escena. Yo he trabajado junto con Arturo Díez Boscovich, leyendo la obra, explicándole, pero él tiene, naturalmente, su punto de vista; si no, no sería un creador. Ambos estamos al servicio del texto de Lope, pero la suya es otra mirada, otro ritmo, otro tiempo, y resulta más difícil... Nadie dijo que tenía que ser fácil».
Y explica Pasqual que cuando dirige ópera se siente un ayudante del compositor. «La música le da forzosamente a la función otra temperatura. Le da un envoltorio más grande, digamos. Le hablo a mitad de los ensayos, aún no se ha incorporado la orquesta, y habrá cosas que cambien. Arturo ha escrito una partitura contemporánea -de las que se puede cantar, por decirlo de alguna manera, en algunos momentos-. Los ritmos, los tiempos de las escenas, la importancia de unas con respecto a otra, tienen su mirada, no es la mía».
Teatro, ópera y libertad
«Si me preguntan -amplía el director de escena- si es más fácil montar el texto o la ópera, o qué diferencias hay, digo que los edificios, los teatros, son parecidos, las salas también -generalmente más grande las de ópera-; hay una gente que se sienta en unas butacas y un escenario... Con la diferencia de que entre ellos hay una faja, que es la orquesta. La música es un filtro entre el espectador y el escenario; las emociones llegan filtradas por esa música. Esa es la gran diferencia... Y lo más importante. Y el teatro tiene más libertad... ¡Otra libertad! La ópera está dentro de un esquema; es como un tren, que puede ir a velocidades distintas pero tiene que ir siempre por la vía. En teatro te puedes salir de la vía en cualquier momento y recuperarla más tarde, y no pasa nada».
Cree Lluís Pasqual que 'El caballero de Olmedo' es un buen material para una ópera. «En el fondo, lo dice Lope, el teatro son cuatro tablas, dos actores y una pasión... Y en este caso hay que añadir: con música. Pero nada más, se parece mucho. Hay que tomar opciones, claro: no se puede hacer, por ejemplo, en vaqueros. La gente tiene una imagen como de capa y espada y no se puede traicionar ese imaginario del espectador, y menos con una composición contemporánea. Por eso he optado por hacer una puesta en escena más clásica -esta palabra con muchas comillas-. Es la primera vez que hay proyecciones en todo el espectáculo. La definición de los lugares se hace a través de cambios en unos paneles y unas proyecciones, porque la música de Boscovitz tiene mucho de cinematográfico. Ha compuesto muchas bandas sonoras para cine; se nota la influencia -y es normal, estamos en 2023-, que tenga influencia de Adams, de Strauss, de Puccini, de Wagner, de todos los que le precedieron, y además del cine, que ha contado mucho la capa y espada con música».
Cuenta Lluís Pasqual que cuando estaba haciendo el Servicio Militar releyó la obra y aprovechó un permiso para irse de viaje por Castilla «Vi esa amplitud, ese aire, ese dorado, esos cielos... He querido devolvérselos en este montaje. En Aviñón tenía un superficie de 5.000 metros cuadrados y la convertimos en un campo de trigo, que es lo que uno ve en Castilla. No sé si esta historia sería posible en otro lugar, es una historia muy castellana»... No pasan ni dos segundos y él mismo se contesta. «Sí, sería posible, porque trata de dos temas universales, por tópica que sea la palabra. Uno es la pasión y el segundo es -yo creo que es un estigma que tenemos los ibéricos- la envidia. Fernán Gómez tenía razón cuando decía que el gran pecado del español no es la envidia, sino la ignorancia, y que ésta es la que produce aquella. Don Alonso no moriría si no fuera del pueblo de al lado. Su gran pecado es ser de Olmedo, que está a menos de 20 kilómetros de Medina; si hubiera sido de muy lejos seguramente no le hubieran matado. Cuando preparaba el montaje de Aviñón fui por primera vez a Olmedo y a Medina; hasta la vegetación es distinta, en el camino de Medina a Olmedo va apareciendo vegetación mediterránea, van apareciendo pinos. Son dos mundos. Pero repito, el pecado de Don Alonso es ser del pueblo de al lado».
Si 'El caballero de Olmedo' sigue interesando hoy en día es, precisamente, porque habla de esos temas 'universales'. «Esa es la fuerza de los clásicos -resuelve Pasqual-. Pero no está en todos los textos del Siglo de Oro; en el Siglo de Oro hay mucha religión, cosa que no ocurre en Shakespeare -que menciona una sola vez a Dios, en 'Rey Lear', y en plural: habla de los dioses-. En el comportamiento humano no está ese peso de la religión, pero sí estaba en España en esa época, mientras que Inglaterra se estaba liberando de él».
«El tiempo lo lima todo. Ahora somos capaces de cantar el brindis de 'La traviata' en una comunión, sin tener en cuenta que en su día fue una obra escandalosa y prohibida»
Lope de Vega se atrevió en 'El caballero de Olmedo' con «pequeñas revoluciones» -así las califica Pasqual-. «Es cierto que la obra termina con la intervención del Rey -en la versión de García Lorca para La barraca (por cierto, la última función de la compañía fue 'El caballero de Olmedo', en Tarrasa), dejó al Rey en paz-. Pero aparte de esta última intervención del Rey, Lope de Vega termina la obra con un gran monólogo de Tello, el criado. Eso es muy revolucionario. Ahora, con lo 'destarifados' que estamos todos, dirían que es un final comunista. La utilización del personaje de Fabia, que es una especial celestina, también es muy revolucionaria. Ahora, que salga una 'madame' de un burdel nos hace gracia; después de 'Belle de jour', de Buñuel, todo es posible. Pero en el siglo XVII no era tan evidente que una señora que hacía abortos y que curaba enfermedades venéreas se presentara en casa de unas chicas a montar el lío que monta con las cartas. Todo eso es enormemente revolucionario, pero el tiempo lo lima todo. Ahora somos capaces de cantar el brindis de 'La traviata' en una comunión, sin tener en cuenta que en su día fue una obra escandalosa y prohibida».