La quiebra de Lehman Brothers y el barman de las 500 corbatas
Guillermo Fesser novela la vida de Marcelo Hernández, barman del legendario Oyster Bar de Nueva York, y reivindica el papel de los inmigrantes hispanos en Estados Unidos
Barcelona
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Iniciar sesiónGasta nombre de ángel de la guarda de los que le aparcan a uno el coche y evitan los molestos arañazos, pero en realidad Marcelo Hernández es otra cosa bien diferente. O quizá no, porque de barman a confesor y de ahí a ángel ... custodio apenas deben mediar un par de negronis y algún que otro martini. El caso es que aquí y ahora, tras la barra del Dry Martini de Barcelona, Marcelo es, según a quién le hagamos caso, un entrenador o un director de orquesta. Lo primero lo dice Andreu Buenafuente, que se ha pasado para saludar. Lo segundo son palabras de Guillermo Fesser, (Madrid, 1960) para quien Marcelo es también el protagonista de su última novela, un libro que, bingo, se titula 'Marcelo' (Contraluz). Como el ángel de la guarda más famoso de la política española. Y, claro, como el simpático septuagenario de origen ecuatoriano que posa ahora detrás de la barra mientras reparte postales del Oyster Bar de Nueva York.
Porque Marcelo, de 78 años, bigote entrecano y deslumbrante corbata con claves de sol, partituras y un violín del tamaño de todo el plexo solar, fue durante casi 40 años barman del Oyster Bar de la estación Grand Central de Nueva York. Antes pasó por el Four Seasons y el Playboy Club, pero nada, asegura, como el Oyster Bar. Ahí le descubrió Fesser el día que decidió animarse a probar el sándwich de ostras fritas («no has estado de verdad en Nueva York hasta que lo pruebas», le dijo un amigo) y de ahí salió una novela que, apunta el escritor y periodista, es la historia de la ciudad, del bar y, sobre todo, de un joven que salió en Quito en 1964 y se hizo neoyorquino maniobrando sobre la barra fija; de un terapeuta sin título que encontró en las corbatas rimbombantes y coloridas, en las chalinas jocosas y atrevidas, una manera de vencer su timidez y, al mismo tiempo, de dejar suelto un hilo del que podían empezar a tirar los clientes. «¿Qué cuántas tengo? Pues para un año y medio, así que calcula», dice Marcelo. Y todas, añade, de pura fantasía. «Cuando murió mi madre me di cuenta de que no tenía ni una sola corbata negra», confiesa.
Como en casa
«Marcelo es especial porque tiene un don: cuando tu entras al bar, te da la impresión de que llevaba toda la vida esperándote. Hace unos cócteles maravillosos, sí, pero lo que crea clientela es que te hace sentir que eres la persona más importante del mundo. Te da la impresión de que, en vez de entrar en un bar, estás volviendo a casa», relata Fesser. Eso mismo debió pensar Jim, corredor de la bolsa de Nueva York y uno de los «regulares» del bar, cuando se desplomó en la silla, pidió un doble de lo de siempre y le dijo: «Marcelo, Lehman Brothers cerró». «Todo el mundo se quedó mudo. La prensa aún no lo sabía. Lo supe yo primero», recuerda.
«Los bares son platós donde se rueda la vida la gente»
Guillermo Fesser
La confidencia de Jim 'Dewars' («en un bar no existen los apellidos: para distinguir a los clientes les llamamos como que lo que toman», aclara) da una idea del clima que reinaba en el Oyster Bar y de cómo entendía Marcelo su oficio. «Un buen barman ha de ser modesto y sencillo. El cliente viene a verte, te cuenta su vida privada y eventualmente eres su confidente», asegura este artista de la mezcla y el combinado que ha servido a actores, artistas y deportistas; a Marlon Brando, Andy Warhol y Pep Guardiola. A mafiosos, presidentes y 'brokers' anónimos.
«Los bares son platós donde se rueda la vida la gente», defiende Fesser, para quien 'Marcelo' es también una manera de reivindicar el papel pionero de los hispanos en Estados Unidos. «No se sabe que los hispanos llevamos en Estados Unidos desde el principio: la primera ciudad se llama San Agustín, la Sinagoga más antigua de la ciudad de Nueva York la fundó un señor que se llamaba Gómez, el primer habitante no nativo de la isla de Manhattan se llamaba también Juan Gómez… Mientras las colonias inglesas se morían de asco, los hispanos construían catedrales», explica el autor de 'Cándida' .
Ahí está Marcelo para confirmarlo y ahí está también el arquitecto valenciano Rafael Gustaviano, responsable de la estación Gran Central y del asombroso subterráneo en el que se aloja un Oyster Bar del que Marcelo casi no se pudo despedir, ya que se jubiló en plena pandemia, justo cuando el bar estaba cerrado. «Ahora me dedico a hacer algo que me he ganado: dormir hasta las doce de la mañana», bromea un ya exbarman que, eso sí, aún acude de vez en cuando a su antiguo lugar de trabajo para visitar a sus compañeros. «Es mi bar», zanja.
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