«La expedición de Humphry Clinker»
Tobias Smollett. Traducción de Miguel Temprano García. Grandes Clásicos Mondadori. 448 páginas. Barcelona 2010. 23,90 euros.
«La expedición de Humphry Clinker»
Tipos como éste sólo pueden nacer en la Gran Bretaña. Cirujano, médico militar de la Armada, colono en Jamaica, poeta, novelista, traductor (de Cervantes y Voltaire, nada más y nada menos), viajero, editor y periodista , amén de sagaz observador de la sociedad de ... su tiempo, en cuyas llagas metió todos los dedos posibles, el escocés Tobías Smollett es un personaje singular entre los singulares. Apenas vivió medio siglo, entre 1721 y 1771, el éxito no le llegó a la primera, pero cuando lo hizo fue para siempre y lo convirtió en uno de los novelistas más populares de la Inglaterra de su tiempo. Antes, lo dicho, una vida bastante perruna hasta los 27 años en que publicó «Las aventuras de Roderick Random», desgarrador testimonio de su vida en la Marina británica, aunque el finísimo humor, siempre presente en sus libros, suavizó aquel mundo de barriles de ron, ratas en la bodega, látigos de siete colas, zurriagazos a mansalva y balas de cañón que se llevaban por delante cualquier miembro, fuera o fuese inferior, superior, o ambas cosas en el peor de los casos. Balas de cañón como las que volaron en una de las batallas más importantes de la época, el sitio de Cartagena de Indias (primavera de 1741), en el que maese Tobías participó y donde los británicos se llevaron lo suyo y lo del inglés, aunque fueran por esos mares de Dios tirándose el rollo de que habían tomado la ciudad, como bien recordó Arturo Pérez-Reverte en nuestro suplemento XL Semanal el pasado verano.
Pero volvamos a tierra firme y volvamos a Smollett y otro de sus más famosísimas obras, escrita con 49 años, «La expedición de Humphry Clinker» que narra, a través de la correspondencia entre varios familiares y criados, las descacharrantes observaciones, las atinadas percepciones, los usos y costumbres de la Albión, más que pérfida contradictoria, con ese humor que solo pueden tener los británicos, gente a la que no le importa empezar a reírse por uno mismo y sus más cercanos congéneres. El protagonista principal, aunque no el único, es un militar retirado, Matthew Bramble, de situación económica desahogada, que viaja por Inglaterra, en compañía de un par de sobrinos, algún criado, su solterona hermana y la sirvienta de ésta. El otro compañero de viaje es el ácido úrico, pues el señor Bramble padece una torturante gota que le agria el carácter y le pone el humor más ácido que los limones del Caribe, donde precisamente aprendió el castellano.
Se tiene al señor Tobías por uno de los mejores traductores del «Quijote» y sin duda algo se le debió pegar de la pluma de don Miguel, pues las apreciaciones sobre el mundo en que vivían sus protagonistas cabalgan a lomos del borrico de Sancho y el rocín de Don Quijote : ironía, crítica, retruécanos, sabiduría popular. Carta a carta, los protagonistas se ríen los unos de los otros, de sí mismos, del prójimo, y pueden hablar de arquitectura y filosofía, fisiología y economía, a la par que otros discuten sobre el precio del suero de la leche, del que al parecer irlandeses y escoceses se ponían hasta las trancas, de la dentadura del caballo, del pique ancestral entre Escocia e Inglaterra, la suciedad de ventas, posadas y caminos, del trigo y de la paja.
Dejemos la palabra al protagonista. ¿Habla de la Inglaterra de mediados del XVIII, o de la España del ladrillo, el cohecho y la rapiña?:
«Es como si un terremoto hubiera desgarrado el terreno formando montones y agujeros y hubiese descolocado las calles y las plazas, o como si algún diablo las hubiese metido todas en un saco y las hubiera dejado caer al azar. Es fácil imaginar en qué clase de monstruo se habrá convertido Bath dentro de unos años por culpa de todas esas excrecencias, pero la falta de belleza y proporción no es el peor efecto de esas nuevas mansiones: las han construido con materiales tan ligeros que no dormiría a gusto en ninguna de ellas cuando soplara un poco de viento...Todos estos despropósitos nacen de esa manía por el lujo que se ha extendido por toda la nación y ha contagiado incluso a los más pobres. No hay nuevo rico que, ataviado a la última moda, no vaya a Bath a hacerse ver: agentes y comisionados de las Indias Orientales, cargados con el botín de las provincias que han saqueado; contratistas que se han enriquecido, en las dos guerras sucesivas, con la sangre de la nación; usureros; agentes de bolsa e intermediarios; hombres de extracción baja y sin educación que se han encontrado nadando en una opulencia desconocida hasta ahora por lo que no es raro que su espíritu esté embriagado de orgullo, vanidad y presunción...».
Esclarecedor. Tanto como la magnífica y armónica traducción, que traslada el espíritu y la letra de esos años, solo empañada por un desolador «es una excusa que hace aguas por todas partes» (pág.31), quizá debido a un corrector que se pasó de listillo, porque no es de creer una gracia el autor, aunque en sus párrafos no falten abundantes ramalazos escatológicos. Pero hablando de aguas, las peripecias que Tobías Smollett propone son, precisamente, para eso, para orinarse de la risa. «La expedición de Humphry Clinker» es un clásico , un libro que en medio de tanto thriller con menos suspense que un partido del Barça, tanta novelita que convierta al Cid en Terminator, y tanto maquis que no se sabe ni la primera estrofa de A las barricadas, supone no un soplo, sino un vendaval de aire fresco, aunque tenga tres siglos de existencia. La gran literatura, como ésta, es eso: convertir un prosaico ataque de gota en una epopeya, en una leyenda del ciclo artúrico.
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