«Pero sucede»
Eduardo Jordá. Antología. Selección y prólogo de Antonio Rivero Taravillo. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2010. 208 pág. 11 euros.
MANUEL DE LA FUENTE
Hay poetas que tras leerlos te dejan el corazón como una camisa hecha jirones. Te llegan tan adentro. Poetas cuyo verso es como aguantar el temporal en el castillo de proa. Te llegan tan hondo. Poetas que te dejan el alma en bancarrota, para que ... alguien la lleve a reparar en parihuelas. Te llegan hasta el dobladillo de las entrañas.
No hablan con palabras oscuras, ni con palabras moribundas, ni con palabras vacías. Hablan como te hablaría el chopo de la ribera, la rosa del jardín, los tréboles de Irlanda, como si las estrellas te susurraran al oído, como si Woody Guthrie cantara en tu cuarto de estar, como si un piel roja te enseñara la caza del bisonte, como si John Wayne te estrechara la mano y te dijera: « That’ll be the daa» .
Poetas como Eduardo Jordá, que nunca ha sido pasto de las llamas de las modas , que ha ido haciendo su carrera paso a paso, verso a verso, beso a beso, mientras en el tocata Tim Buckley deshojaba la margarita de su angustia, o los Beach Boys le cantaban a los muslámenes californianos. Cuentan las crónicas — las solapas de algún libro— que Jordá (Palma de Mallorca, 1956) es un poeta tardío pero eso no quiere decir que sus versos no estén en hora, ni que el reloj de sus poemas atrase. A veces las cosas llegan a la hora en punto, como los pájaros, las nubes. Como «Pero sucede», antología poética con selección y prólogo de Antonio Rivera Taravillo, que recoge lo mejor y más querido de los libros de Jordá: «Ciudades de paso»(2001); «La estación de las lluvias» (2001); «Tres fresnos» (2003); «Mono aullador» (2005); «Instante» (2007); y un puñado de inéditos.
La isla del tesoro... poético
Poéticamente, Eduardo Jordá ha crecido con «Luis Cernuda y Antonio Machado. Y entre los extranjeros –aunque en poesía, y también en la vida, me niego a hablar de nacionales y extranjeros—, Yeats, Mandelstam, Milosz. Y un poeta por el que tengo un cariño especial, R.L.Stevenson, que es uno de los más grandes poetas del siglo XIX, aunque su prosa haya oscurecido a su poesía y no sea demasiado conocida». Sigamos y dejemos que el poeta coja el fonendoscopio y ausculte a la poesía. ¿Sana, sanota, renqueante, malherida...?
Jordá ha ido haciendo su carrera paso a paso, verso a verso, beso a beso
« La poesía está desaprovechada en el mundo de hoy . No hay niño medianamente sano que no se emocione leyendo un poema o recitándolo a solas en su cuarto, de noche, cuando un rayo traspasa la oscuridad. Sólo hay que sabir elegir el poema, cosa que nuestros profesores no siempre suelen hacer bien». Puede no parecerlo, pero, como continúa Jordá, «si nos fijamos bien, la poesía lo invade todo en el mundo de hoy, aunque sea en su modalidad más degradada. Está en las canciones que se oyen en la radio, en los anuncios, en el hip-hop adolescente y hasta en los anuncios de perfumes. Lo que pasa es que la otra poesía, la que hacemos los poetas, apenas se conoce. Ésa no goza de demasiada salud en el aprecio del público, aunque hay países en que las cosas están peor (Francia, por ejemplo)».
¿Señalamos con el dedo? «En cierta forma, es culpa nuestra. Muchas veces escribimos poemas incomprensibles o simplemente idiotas . Y somos demasiado solipsistas (y perdón por la palabra). Nos falta claridad y emoción. Emoción genuina, no retórica ni sentimental, ésa que nos produzca un escalofrío en la espina dorsal al mismo tiempo que nos ilumine con un hallazgo desconocido sobre la vida que llevamos. Eso es lo que intento hacer».
Cuenta Eduardo Jordá, hombre y poeta ajeno a grupos, encasillamientos, tendencias y poéticas que el elogio que más le ha gustado se produjo cuando un profesor de Estética le dijo: «Pareces un poeta extranjero». Ya puestos, ¿en que se diferencia un poeta «extranjero» de uno nacional? «Me molestan mucho las etiquetas nacionales y de hecho desprecio toda clase de nacionalismo, sea el que sea. Soy mallorquín y vivo en Sevilla, pero eso es accesorio. Pero digamos que a mí me interesa que un poema contenga los tres elementos esenciales de lo que para mí es la ecuación poética: emoción, inteligencia y música. Si un poeta lo consigue, para mí ya es un compatriota y me da igual de dónde sea. Yo, desde luego, lo he encontrado en poetas de fuera mucho más que de aquí, pero eso no tiene ninguna importancia».
Y Jordá, jinete pálido de nuestra poesía, centauro del desierto de los versos al que le hubiera gustado echarse una partidita con Bolaño (también buen conocedor de la historia militar) a cualquier war-game, se calza el uniforme confederado y se lanza a la carga en Gettysburgh. Sueña con su esposa y con sus hijos que han quedado en el Sur profundo, y en esa buena cosecha que ya jamás recogerá.
Noticias relacionadas
- «En la juventud está el placer» - Denton Welch
- «Mitología de Nueva York» - Vanessa Montfort
- «1Q84» - Haruki Murakami
- «Sukkwan Island» - David Vann
- ««Las voces encendidas»» - Carlos Aganzo
- «Aquelarre» - Salto de Página
- «Nada es crucial» - Pablo Gutiérrez
- «El Juego del Otro» - Errata Naturae
- «La huelga de los poetas» - Rafael Cansinos
- «Amor» - Manuel Vilas
- «Cada siete olas» - Daniel Glattauer
- «La noche del eclipse tú» - Luis Artigue
- «Hilo Musical» - Miqui Otero
- «Chélov comentado» - Nevsky Prospects
- Empieza a leer «Pero sucede», de Eduardo Jordá
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete