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Jonathan Lethem: «Nos movemos entre el cinismo y el idealismo constantemente»

El autor relata en «Los Jardines de la Disidencia» los encontronazos entre el idealismo político y la vida cotidiana

Jonathan Lethem: «Nos movemos entre el cinismo y el idealismo constantemente» inés baucells

david morán

Antes, mucho antes, de convertirse en uno de más celebrados representantes de la novela estadounidense contemporánea y erigirse en portentoso remezclador de las tradiciones literaria, musical y audiovisual, Jonathan Lethem (Nueva York, 1964), el niño Jonathan, ya apuntaba maneras. De ello da fe el papel pintado de su habitación infantil, donde entre centenares de perros idénticos, dálmatas bidimensionales estampados sobre un fondo rojo, el autor de «La fortaleza de la soledad» insertó un can completamente diferente; otro dibujo que mantenía las mismas proporciones que los demás, y con el que creaba una nueva realidad a partir de un pedazo reciclado.

Una técnica que el autor no ha dejado de emplear en títulos como «Huérfanos de Brooklyn» , «Chronic City» y «Paisaje con muchacha» y que le ha llevado ahora a «Los Jardines de la Disidencia» (Literatura Random House). «Es curioso como eso se ha acabado convirtiendo en una premonición de mi trabajo como escritor», reconoce Lethem, de paso por Barcelona para presentar un libro en el que abandona la tensión del Manhattan distópico de «Chronic City» para mudarse a Queens y repasar la historia del activismo y los movimientos contraculturales en la América del siglo XX y principios del XXI. Siempre de la mano de la saga encabezada por Rose Zimmer, activista todoterreno y «antifascista prematura» con la que Lethem recupera la figura de su abuela materna.

-«Los Jardines de la Disidencia» es un libro sobre política, pero no un libro político.

-Tiene que ver con la experiencia humana del deseo político, de vivir de acuerdo con determinados sueños políticos, pero realmente no busca describir ni cambiar las ideas políticas de nadie. De hecho, si intentas usas este libro como una bandera bajo la que marchar, no tendrías adónde ir.

-De hecho, buena parte del libro parece apuntar que el ser humano está genéticamente incapacitado para la política: sus contradicciones siempre acaban chocando con sus ideales.

-Rose, por ejemplo, es un personaje imposible. Se ha hecho a sí misma como intelectual, neoyorquina y sofisticada, cosas que, en cierto modo, son totalmente elitistas. Pero descubre que su destino está en dedicarse a una idea del mundo igualitaria y común. Aún así, le gusta el poder, los uniformes y la autoridad. Así que todo el libro tiene que ver con la dificultad de mantener el idealismo político frente a las presiones internas y externas. El problema de la vida americana es la contradicción entre la libertad colectiva y el individualismo.

-La novela también traza el paralelismo entre cómo afecta la política a la gente y cómo la gente se afecta y condiciona a sí misma casi del mismo modo.

-Una de las cosas extrañas del libro tiene que ver con lo que una persona puede hacer por otra. Olvida naciones, movimientos políticos e incluso la familia. Solo la comunión individual. ¿Pueden Rose y Cicero formar un comunismo de dos? Me pregunto si las conexiones individuales están sujetas a los mismos compromisos y contradicciones que destruyen movimientos políticos.

-El tono del libro, especialmente cuando escuchamos a Rose, es bastante irónico y desencantado. ¿Es así como describiría su propia relación con la política?

-Cuando intento hacer una inmersión en la sensibilidad de los personajes, son mis propias contradicciones las que estoy explorando. Supongo que describiendo el cinismo y el idealismo experimento ese desorden que intento escribir. Dedico mucha energía, quizá no buena pero sí que productiva, a intentar mantener contradicciones imposibles. Para mí es así como vivimos la vida. Nos movemos entre el cinismo y el idealismo constantemente, buscando la posibilidad de entender si hay algo en medio.

-La novela tiene que ver, en buena parte, con la historia de su abuela y su papel como activista. ¿No es un poco complejo fabular de este modo sobre la memoria familiar?

-Abandoné cualquier aprensión que tenía sobre esto cuando escribí mi cuarta novela, «Paisaje con muchacha», donde utilicé el material más personal. Mi arte reclamaba que abandonase cualquier prevención. Eso es algo que ya hacía mi padre con la vida de su familia en sus pinturas, retratando a mi madre o al resto de nosotros. Aún así, siempre hago una apropiación indirecta, cogiendo algo de la vida y transformándolo en algo completamente fantástico. Cuando escribí «La fortaleza de la soledad», la gente pensó que era mucho más autobiográfico de lo que realmente era. El espíritu era autobiográfico, sí, pero mucha gente se lo tomó de un modo literal. Incluso hubo gente que me dijo que le gustaba leer lo que escribía en la revista «Rolling Stone», cuando en realidad jamás había escrito una línea en la revista. De hecho, empecé a escribir de música después de la novela, ya que la gente esperaba que lo hiciese. De algún modo, los libros preceden la vida que creamos. Es curioso, porque es algo que me persigue: cosas que he escrito como una fantasía pasan a formar parte de mi vida.

-Me imagino que ya le habrán dicho que «Los Jardines de la Disidencia» parece la más seria de sus novelas.

-Quizá para alguos lectores los superhéroes de «La fortaleza de la soledad» hicieron del libro algo más trivial, pero no puedes leerlo sin ver que es un libro sobre la prisión, la raza, el aislamiento y la desintegración del tejido social americano. Y «Chronic City», pese a los personajes extraños y surrealistas, es el espejo de este libro. Es un libro sobre la amnesia, sobre vivir sin historia y de espaldas a la responsabilidad política. En el fondo de aquel libro estaba la Guerra de Irak y la destrucción de Nueva York por la gentrificación. Es un libro muy enfadado, violentamente anticapitalista. Puede que, en lo referente al tono, sí que sea más serio, pero eso tiene que ver con que trata de personajes que aceptan su destino.

-Después Brooklyn en «La fortaleza de la soledad» y Manhattan en «Chronic City» ahora viajamos a Queens, «el suburbio de los airados». ¿Escribir sobre Nueva York es una obligación o una necesidad?

-Escribí cuatro novelas antes de escribir sobre Nueva York, pero ahora, si me paro a ver en lo que me he convertido, lo acepto: soy un escritor de Nueva York. Y está bien. Paso más de medio año fuera de una ciudad de la que, paradójicamente, me expulso una y otra vez, pero creo que hay algo que me empuja a reconstruir la ciudad desde la distancia. Está en mi cabeza. Vive ahí todo el tiempo. Y en todos mis libros queda claro que existe una relación amor-odio.

-¿Qué implicaciones personales tiene el hecho de ocupar la plaza de David Foster Wallace en la Universidad de Pomona?

-Creo que tengo una relación única con él y con su trabajo. Su ausencia es muy envolvente, y tengo la sensación de tener una responsabilidad muy importante, porque para los estudiantes se ha convertido en una figura muy influyente, en una suerte de Salinger o Vonnegut. Al mismo tiempo genera un problema, ya que muchos estudiantes se identifican con una mente que no podía vivir en el mundo, así que a veces siento que mi trabajo consiste en dar perspectiva. En decirles: «Sí, es muy bueno, pero aquí tienes algo más que deberías leer». O «piensa en él de esta otra manera». De todas maneras, es un honor, ya que nadie más tuvo este trabajo aparte de él. Eso me hace formar parte del mito de algún modo.

-A casi todos los autores de su generación les persigue el fantasma de la Gran Novela Americana, algo que a usted no parece preocuparle demasiado.

-Para mí no es algo relevante, ya que la escritura con la que crecí era disparatada, internacional, excéntrica y, en muchos casos, marginal. Y sí, leí a Roth, Mailer y Updike cuando eran joven, pero encontraba una insatisfacción tan enorme en estos escritores que me moví en busca de estímulos más urgentes. Idealicé a Kafka, Philip K. Dick, Graham Greene, Flann O’Brien y un centenar más de escritores, y cuando volví a los Mailer y los Updike no fue atraído por el concepto de Gran Novela Americana, sino por su voz individual. Esa idea de que tiene que haber una identidad americana en la escritura es algo completamente irrelevante. Una discusión de machos blancos. Prefiero una conversación que incluya a Patricia Highsmiht, Kobo Abe y Christina Stead…Así es como siento la literatura: para mí no tiene que ver con aburridos límites nacionales y de identidad. Cuando leo no soy blanco, varón y americano; soy todas esas otras mentes que me arrastran más allá de esas categorías.

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