una mirada académica
Tristeza
Bastantes veces en los últimos tiempos me han preguntado por mi palabra preferida o la que más me gusta
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Clara Sánchez
Bastantes veces en los últimos tiempos me han preguntado por mi palabra preferida o la que más me gusta, lo que, si se echa un vistazo al diccionario, resulta casi imposible contestar a no ser que en el interior de uno haya germinado un sentimiento ... tan fuerte, una sensación tan avasalladora, que una única palabra domine el centro de nuestro espíritu y las otras se conviertan en sus acompañantes en cualquier párrafo, novela, poema, discurso o simple conversación.
Y aunque para los escritores las palabras sean nuestras aliadas y en ocasiones unas enemigas con las que forcejear, nunca se me había ocurrido que una de ellas se adueñara de mí.
La respuesta fue espontánea y no pensada: tristeza. El periodista se quedó sorprendido porque no tengo aspecto de triste, y yo más que él. Podría haber dicho libertad, alegría, amor, amistad, comprensión o la manoseada resiliencia, palabras bonitas que animan a vivir en un mundo en que hay que exhibir un optimismo y positivismo completamente tarados.
La descubrí en mi madre, era su estado natural y bajo su influjo y ensimismamiento fluía su creatividad
Hay que sonreír y pasar por los momentos más escabrosos y amargos como si nada. Y desechar de nuestro acervo lingüístico la maldad, el odio, la venganza, la crueldad, lo escabroso, la abyección, el sadismo, la muerte, o blanquearlos para que no sean tan oscuros. La palabra blanquear también es muy seria y muy practicada en los medios, va dirigida a que solo nos escandalicemos de tonterías y a que nuestros niveles éticos no profundicen en el daño y la falta de respeto al prójimo, también a tratar con ligereza y aire positivo algún reciente asesinato perpetrado por un chico majo.
Pero ¿por qué tristeza? La descubrí en mi madre, era su estado natural y bajo su influjo y ensimismamiento fluía su creatividad, pero como no encajaba en la llamada «alegría de vivir» consumió una gran energía en tratar de ser como todo el mundo e incluso recurrió a las pastillas sin necesidad porque la tristeza no es una enfermedad, es un don que serena el alma y te transporta a la poesía.
Está ligada a una suave melancolía, a la parsimonia o a la inconsciente frivolidad que, por ejemplo, emana de la obra de Françoise Sagan, ‘Bonjour tristesse’, un gran título para describir cierta languidez existencial. Y gracias a la pregunta del periodista he llegado a darme cuenta de que mis ratos de tristeza son impagables, me sacan de la euforia del mundo, de mi propio coraje, de mi propia fuerza y me sumergen en una realidad alternativa equilibrada y sincera. Gracias tristeza por poner las cosas en su sitio.
La palabra tristeza concentra todo un universo formado por mil matices emocionales de gran intensidad. Y si los dirigentes del mundo estuviesen más tristes que sobreexcitados y sobrepotenciados y sobreresilienciados y algunos bastante sobremedicados, la vida sería alegre de verdad.
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