A LA CONTRA
Los Cavia desde la barrera
Estar en la mesa cerca de la salida en una ceremonia tan eminente tiene ventajas: te enteras de todo
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Iniciar sesiónLes contaba a mis compañeros, los columnistas Bruno Pardo y Ramón Palomar, los tres vestidos de bonito y sentados a la mesa número 20 (la César González-Ruano) de los premios Cavia, que en República Dominicana, cuando la dictadura de Trujillo, uno sabía que ... había caído en desgracia conforme su asiento asignado en las celebraciones iba alejándose de la cabecera de la mesa presidencial.
Así de sutil era el sátrapa en transmitir su desafecto, su rencor y su ira. Nosotros, desde donde estábamos, a los Reyes y a los premiados ni les veíamos. Nos los tapaba un pilar y medio centenar de repeinadas cabezas y centros florales. Por detrás de nosotros, solo tres de seguridad, un cortinaje y la puerta de salida. Nos dio la risa.
Estar a dos premiados con el Luca de Tena de ser metafóricamente ‘balaseados’ en el malecón por alta traición (o por baja estofa) y que, cuando alguien pregunte por nosotros (si es que alguien se acuerda), otro alguien comente con desidia que «se desaparesieron», tiene sus ventajas: no hay que preocuparse por salir bien en las fotos, uno puede escaparse a fumar sin esperar a los postres, el baño pilla cerca y el ‘staff’ facilita avituallamiento cuando la vianda es frugal en exceso (más leve que sana).
Detrás de nosotros, solo tres de seguridad, un cortinaje y la salida. Nos dio la risa
Me cuentan, y como me lo cuentan lo cuento, que, en cierta ocasión, una conocida invitada protestó airadamente por el oprobio de ser ubicada todo lo lejos del cogollo que daba de sí la sala. La cambiaron de sitio pero ella se lo perdió, pues ese era el mejor: ahí es donde uno se entera de todo.
Desde la última de las mesas es desde donde se distingue perfectamente a quién se acerca todo el mundo y quién no deja de mariposear para asegurarse de ser visto; quién saluda y quien es saludado, quién se esfuerza por andar cerca de todo el que es alguien y también quién evita a quién (que los hay). Se aprecia, sin espacio para la duda, quién tiene gracia hasta para llevar esmoquin en julio y a quién le sienta como a un cristo dos pistolas.
Se distingue quién ha pasado horas en peluquería y maquillaje y quién se apaña sola (quién con más maña y quién con menos) y, también, a quién le importa en demasía y a quién solo ligeramente. En la última de las sillas uno se entera de quién ha movido hilos para lograr una invitación y quién intentó escaquearse, quién tenía ‘outfit’ desde becaria y quién no lo había pensado hasta esa misma mañana.
Irse a la francesa
Quién no logra dejar de fumar, a quién le iría bien una visita al urólogo, quién no apaga el móvil ni en la fiesta del periodismo, quién es más de tinto que de blanco. Quién llega tarde, quién llega raro, a quién se echa de menos, a quién se echa de más, quien repite y quien debuta, quién es pez en el agua y quién pulpo en un garaje.
Hay quien despierta sonrisas al acercarse y quien mohines, quien se mueve en grupito (como los velocirraptores) y quien va a su bola, quien mira el reloj como si a las doce fuese a convertirse su uber en calabaza y quien olvida que pasan las horas, quien se quita las gafas para dar dos besos y quien se las pone. Los hay que van a divertirse, los hay que van a cumplir y los hay que van a trabajar.
Y, luego, hay quien se va a la francesa, quien se despide de todos, quien lo hace diez veces y quien barre, cierra y apaga la luz. Que nosotros lo vimos. Pero no decimos ni mu.
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