'Perla', de Siân Hughes: el dolor de la pérdida

Relato de una estremecedora belleza y de una exquisita sensibilidad, 'Perla' está atravesado sin cesar por un afilado y penetrante lirismo que lo hace brillar, a cada paso, como esa perla rara e inusual que anuncia el título. En él, Marianne, la narradora, es una mujer que ha vivido toda su vida atrapada en un misterio que decidió por completo su existencia y la relación con los otros.

NOVELA

'Perla'

• Autora Siân Hughes
• Editorial Sajalín
• Año 2024
• Páginas 247
• Precio 20 euros

Cuando tenía ocho años, su madre se fue un día sin decir una palabra y desapareció para siempre. Atrás dejó un marido profesor que siempre veló calladamente por su ausencia, un bebé recién nacido en la cuna y una niña amante de los cuentos fantásticos y de los poemas que su madre le recitaba con un inmenso amor y ternura. Por encima de todos ellos, uno: 'Perla', un poema medieval, de finales del siglo XIV, incluido en un mismo libro junto al romance de la mitología celta 'Sir Gawain y el caballero verde'.

Su joven madre, misteriosamente, había rodeado con el lápiz la palabra 'Perla' y con letras mayúsculas había añadido 'CONSOLATIO'. ¿Qué quiso decir, se preguntará Marianne de mayor? ¿Quizá era una señal para un futuro de un dolor inextinguible, a causa de una ausencia que jamás se cerraría en su mente y su corazón? ¿Le mandaba su madre, como legado único, un mensaje de consuelo eterno, de consolación en lo inconsolable?

Buscando siempre a través de indicios, de fantasías sobrenaturales que se unen a los mitos de la tierra, plagados de supersticiones, con el objetivo de apaciguar los temores y de comunicarse con los muertos del pequeño pueblo donde vivían, Marianne verá pasar las épocas de su vida removiendo fantasmalmente recuerdos «aunque me digan que me equivoco en el orden y en los detalles», por insignificantes que sean.

Huellas y rastros minúsculos en la casa que todos compartían, que puedan dar luz a la incógnita de su pérdida. O, si no, hechizos fabricados por ella misma a base de punzadas de dolor intenso y autolesivo, como dirá: «Me convencía de que el dolor formaba parte de la magia; si sufría lo bastante, podría hacerla reaparecer».

Marianne nunca dejará de esperarla y escogerá los sitios precisos donde su madre puede hacer, de repente, su aparición. Los sitios que los identifican y que hablan de ellos y de lo que son en lo más íntimo. Así, cada año, aunque su padre y su hermano no lo entiendan, Marianne acudirá a las fiestas del pueblo, Las Vigilias. Al acabar la misa, todos se encaminan al cementerio local, a rendir tributo a los que se fueron.

Allí, los mismos apellidos (Hewitt, Huxley, Proudlove) se repiten una y otra vez, salvo los de ellos: «Si mi madre volviese —se dirá Marianne— dónde, si no, vendría a buscarnos? ¿Cómo me reconocería si no estuviese sentada junto a esta lápida? Si se presentase allí y tuviera que demostrarle quién soy, le cantaría nuestra canción, 'Verde grava'. La que mi madre le cantaba a un bebé hace ya tanto».