Las partituras del Westmorland: el Spotify del siglo XVIII
El 'Grand Tour' fue el Erasmus del mundo moderno. El navío británico hecho presa en 1779 en Málaga conserva las partituras de los viajeros y propone una incógnita: ¿fue Haydn el Bad Bunny del XVIII? La respuesta está en manos de los investigadores de la Academia de Bellas Artes de San Fernando
La historia de un navío mítico
Madrid
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Iniciar sesiónUn perfecto caballero inglés del siglo XVIII debía visitar el Etna o el Vesubio, ser capaz de apreciar la música y el teatro de su tiempo o conocer la arquitectura, la ingeniería y las obras hidráulicas de la vieja Europa. Tales empresas estaban reservadas ... a los alumnos de Oxford y Cambridge, los mismos que ocuparían puestos en el parlamento o en la Cámara de los Lores. Antes, debían —¡eso sí!—dedicar sus mejores años a recorrer el mundo. Acompañados por un tutor, visitaban Francia, Suiza, Italia o Alemania. En cada uno de esos países veían cosas distintas, inéditas hasta entonces para sus ojos. También compraban obras de arte; se empapaban de la literatura y la cultura; de la historia, la política y el pensamiento moderno.
Ese viaje fue bautizado como el Grand Tour. Aquella ruta fue precursora del Erasmus —para aristócratas—, el epicentro de la cultura inglesa del XVIII y el mapa ilustrado de un continente que hoy parece menos compacto que entonces. Varios siglos después, aún tenemos el privilegio de leer los libros, diarios y cartas de aquellos jóvenes exploradores. También podemos escuchar las melodías que algunos compositores como Haydn crearon para ellos. La del Westmorland es la música que vino del mar. Es la historia de un mundo que aún zarpa en cada nota y que ABC Cultural puede contar hoy a sus lectores gracias al equipo que se ha dedicado durante años a investigar el enorme material histórico que transportaba la fragata.
Presa marítima
En 1779, en plena guerra entre británicos y franceses, la flota gala apresó en Málaga el Westmorland, una fragata inglesa que transportaba todo tipo de mercancías: desde mármol, sal, aceite o sedas hasta mapas, libros y una gran cantidad de obras artísticas que los viajeros del Grand Tour compraban durante la travesía. Al ser capturadas como presa marítima, todos aquellos objetos quedaban a merced de la ley. Con la intención de nutrir de arte los museos, academias e instituciones españolas, el monarca Carlos III adquirió buena parte de aquellos tesoros en una subasta pública. En la primera década del nuevo milenio, el catedrático de arqueología y miembro de número de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, José María Luzón, desveló junto a su equipo los secretos de un barco que hizo historia. La de Europa.
De ese inabarcable fondo surgen ahora las partituras de la música que aquellos nobles británicos interpretaban en algunos de los palacios sicilianos, alemanes o suizos donde pasaban los meses rodeados de la cultura de la que debían empaparse. En el último año, José María Luzón junto a la historiadora Ana González Paredes y la bibliotecaria de la Academia de San Fernando, Susana Rodríguez, han estudiado 50 de las más de 120 partituras de viajeros británicos del siglo XVIII. De esas, media docena serán interpretadas por primera vez durante la primavera de 2024 en la ciudad italiana de Rimini. La ocasión es más que propicia para contar y escuchar lo que la Academia guarda en su interior. Para conocer el tipo de melodías que durante horas entretuvieron a los jóvenes aristócratas, Luzón, Paredes y Rodríguez abren a ABC Cultural las puertas de la biblioteca de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En una amplia mesa de madera descansan los legajos expuestos en atriles y algunos instrumentos de viento que convierten en sonido partituras guardadas durante más de doscientos años. Acumulan dos siglos de silencio.
«La documentación de los ingleses del Grand Tour del Westmorland no se había abordado así», explica Ana González Paredes con una flauta travesera entre las manos. «Tenemos una media de cincuenta partituras estudiadas. Estamos haciendo un estudio de cada una desde la perspectiva de su trayectoria. Se trataba de música que circulaba por Europa. Estos jóvenes viajeros las compraban o algunas se las componían a ellos. Existen algunos autores como Haydn, cuyo legado musical ha perdurado, pero otros como Lidarti son menos conocidos», comenta la joven historiadora del arte justo antes de embriagar a los visitantes con la melodía de un mundo remoto y justo por eso casi inédito ante nuestros ojos.
El Grand Tour
El tipo de partitura que llevaban los viajeros del Grand Tour debe su razón a la naturaleza de la travesía. Son piezas simples, como mucho duetos y composiciones ligeras. El viaje era largo. Normalmente lo hacían con un preceptor, en su mayoría profesores de Cambridge, Oxford y reverendos protestantes. Los acompañaban también ayudas de cámara, criados y cocineros que partían desde Inglaterra. Cruzaban Calais y entraban en Francia para pasar la primavera y el verano. Luego visitaban Lyon, pasaban la Saboya y cruzaban los Alpes hacia Italia. En Verano, viajaban a Sicilia.
La formación consistía en estudiar sistemas políticos, admirar grandes obras de ingeniería, arte y arquitectura, así como las maravillas de la naturaleza y la cultura que se fraguaba en cada salón, concierto y tertulia. El retorno a Inglaterra comenzaba por Roma (donde pasaban la primavera tras los carnavales) y allí se hacían pintar por artistas del gusto neoclásico como Mengs o Batoni. En Venecia pasaban el verano y de ahí se dirigían hacia Austria, Alemania y Holanda para regresar después a Gran Bretaña.
La música es una piel más del Grand Tour, una capa que José María Luzón y su equipo analizan como parte de un conjunto. «La colección del Westmorland abarca obras de arte de todo tipo: estampas, cuadros de grandes dimensiones, libros, documentos, diarios y también un fondo musical en el que se encuentran estas partituras. Algunas tienen los nombres de los propietarios ingleses. En aquella fragata venían nada menos que cuatro bibliotecas completas del Gran Tour. Es un viaje que va a durar unos años y tú llevas unos libros determinados, pero al viajar también estás recibiendo la cultura y traes de vuelta más volúmenes. Entre los libros, cuando llegan aquí a la biblioteca, se citan también partituras. Unas 120. Era una descripción muy inexacta. Nosotros nos hemos dedicado a identificar cuáles son las partituras del viaje y a quiénes pertenecieron».
Tanto el archivo musical como el resto de documentos del Westmorland, aparte del Grand Tour, muestran cómo este tipo de viaje tiene algo de academia, de formación. Se entiende la travesía como experiencia intelectual. «El Grand Tour de los viajeros que están aquí representados, lo hemos reconstruido a la perfección: somos capaces de saber dónde estuvieron, qué compraron, qué leyeron, qué música escucharon», asegura Luzón. Desde el emblemático libro 'Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy' o un diccionario de usos y formas acorde a cada país hasta manuales para escribir cartas. Estos documentos se mezclan con diarios, retratos y piezas musicales, que esta mañana se despliegan sobre las mesas de lectura de biblioteca de la Academia de San Fernando.
En el archivo musical del Westmorland se conserva, según Luzón, una pieza breve que el italiano Felice Giardini dedicó a sir William Hamilton, embajador inglés en Nápoles durante el siglo XVIII y principal anfitrión de los jóvenes del Grand Tour. «Este tipo de dedicatorias al final nos da muchos datos. Nos permite conocer cómo era esta relación entre el músico y los patronos. De hecho, William Hamilton es una de las figuras que siempre aparece cada vez que nos ponemos a estudiar el Westmorland. Tanto como autor de algunos de los libros que tenemos, como anfitrión de estos viajeros. Porque él era un embajador británico que vivió prácticamente toda su vida en Nápoles, como enviado real. Recibía a estos viajeros en Nápoles y ponía en contacto a estos jóvenes con la música del momento, los llevaba a las fiestas, les recomendaba rutas por las obras de arte que debían recorrer».
Spotify del XVIII
¿Qué encontraron Ana González Paredes y Susana Rodríguez cuando revisaron, una por una, estas partituras? ¿A qué sonaba la música de estos jóvenes? La respuesta que ofrece Porta es contemporánea y justo por eso sorprendente. «La música que estos jóvenes interpretaban durante el viaje con sus tutores es ligera, bastante simple: duetos casi siempre, cositas simples, música ligera. Tenían 20 o 21 años. Cuando empezamos a estudiar las partituras, nos dimos cuenta de que era lo que estaba en boga. La música de los salones y las reuniones, algo así como los raperos de la época. Como el Bad Bunny del siglo XVIII».
Ana González Paredes es historiadora del arte con un máster en Arte en la Edad Moderna. Su tesis doctoral le permitió acceder a una parte del fondo del Westmorland que durante décadas permaneció aparcado para su estudio. Con José María Luzón como tutor, se dedicó, junto son Susana Rodríguez, a rastrear cuántas de las composiciones musicales incluidas en este fondo pertenecieron a autores importantes, o que llegarían a serlo, como Haydn, hasta otros que en su momento impusieron un gusto determinado sin llegar a transcender del todo, como es el caso de Cristiano Giuseppe Lidarti (1730 –1795), un compositor y violonchelista austriaco, nacido en Viena y de ascendencia italiana. Su obra más destacada es el oratorio Ester, sin embargo, sus composiciones formaban parte de apresto musical de los viajeros del Grand Tour.
Otra figura en su tipo que parece en las partituras del Westmorland que conserva la Academia de Bellas Artes de San Fernando es Felipe Giardini, un compositor y violinista italiano formado entre Milán y Turín, alguien que alcanzó gran notoriedad como concertista, profesor de violín, de canto y de clavecín y también como director de orquesta en el Londres del siglo XVIII. Poco después, asumió la dirección orquesta de la Opera Italiana. Allí presentó las óperas 'Demetrio' y 'Siroe', ambas con libreto de Metastasio, compositor italiano canónico del XVIII y cuyas partituras también aparecen en el fondo de la fragata británica que se conserva hoy en España. En estos archivos está reunida la sensibilidad musical de un tiempo y un canon, generalmente italiano, que condicionó el gusto inglés de aquellos años. Podría ser una lista de reproducción ilustrada o, por qué no, la banda sonora de una travesía.
Un arca
El Westmorland no sólo transportaba objetos. Como la embarcación de la Biblia antes del diluvio, la fragata británica tenía como principal obligación transportar lo esencial de las principales rutas comerciales europeas. En su interior habita un periplo más grande que su itinerario. En su bodega no viajan sólo retratos, diarios o partituras, sino algo mucho más grande: formas de mirar y sentir. Es el pulso de un tiempo. Así lo entiende Susana Rodríguez, quien desde hace meses trabaja en la lectura atenta de estos documentos.
«El conjunto de las composiciones del Westmorland ofrece una visión de la música que en ese momento se estaba tocando. Resume lo más puntero y lo que más gustaba tanto a los jóvenes aristócratas que viajaban y realizaban este tour como al público de las ciudades que visitaban», propone Rodríguez. «Nos estamos centrando en un año concreto, entre 1778 y 1779, aproximadamente. Eso nos muestra lo que les llamaba la atención, lo que querían aprender y conocer. La música está inmersa en el contexto del arte y el gusto de la época. Estos aristócratas no sólo interpretaban esta música, acudían a conciertos, óperas y obras de teatro. Se sumergían en este conocimiento y luego daban clases. Nos da una visión de la época de cómo se vivía», explica Rodríguez.
El Grand Tour era el viaje canónico de los jóvenes de la alta aristocracia europea. En el verano de 1840 Mary Shelley llegó al lago de Commo, en Italia, un paisaje que condicionó su sensibilidad y temas literarios. No fue la única obra en su tipo, Flaubert glosó sus viajes a Egipto y Byron sus tropelías, pero el Grand Tour era otra cosa. Aquellas excursiones fueron la materia prima para una literatura peregrina y curiosa. De aquellos años surgieron libros como 'Viaje sentimental por Francia e Italia', del inglés Laurence Sterne (1767). El estilo lírico de esta obra generó toda una moda de diaristas viajeros, que al volver de su viaje publicaban sus experiencias e impresiones subjetivas. Hasta entonces, los relatos de viaje solían adscribirse más bien a una descripción formal del lugar visitado. A partir de ese momento la narración es distinta, como lo demuestra el 'Viaje a Italia', de Goethe. Pero fue sobre todo en la arquitectura y las artes decorativas donde la influencia del arte grecolatino fue mayor.
La clave
El Westmorland no sólo aportaba objetos del Grand Tour, sino de toda la ruta marítima que cubría. En su interior, por ejemplo, viajaba un cajón muy especial, que fue el que dio a José María Luzón y a su equipo en la academia la primera pista para iniciar este proyecto de investigación hace ya más de veinte años. Así lo recuerda el catedrático: «En la nave había un bloque de mármol con un compartimiento secreto en el que iba de contrabando una cosa muy especial. El Papa Gregorio XIV le enviaba reliquias al Conde de Arundel, y para que no las encontrasen en la aduana (de lo contrario, las quemarían) iban escondidas en ese compartimento. Cuando termina el episodio y capturan el barco y trasciende que lo ha comprado Carlos III, el embajador español recibe a un jesuita inglés que estaba en Roma y le cuenta que hay un cajón, que está en Málaga, que ha ido ahora a Madrid y que no se puede vender por razones muy poderosas».
Sin duda, el asunto era muy importante, y así lo comprobaron Luzón y sus investigadores. En los inventarios, asegura el catedrático, aquel bloque de mármol aparece descrito como 'El cajón del santo', porque no se especificaba qué, cuántas o cuáles reliquias iban en su interior. «Al cabo de siete años, el nuncio mandó por él. Pero pasaron siete años», insiste José María Luzón. «Cuando nosotros hicimos la exposición en Oxford y en la prensa inglesa se publicó la noticia en la que se mencionaba lo del cajón del Santo, contactó con nosotros el archivero de los Arundel, que son los duques de Norfolk, los católicos ingleses más importantes. Nos informó que habían recibido el cajón, porque, aunque no lo tuviésemos, constaba en el archivo». El Westmorland navega en el tiempo gracias, justamente, al hallazgo de lo que viajaba en sus bodegas.
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