Cuando viajar rimaba con inventar: los protagonistas del 'Grand Tour' español
La Biblioteca Nacional presenta una exposición dedicada a los viajeros de la Ilustración, con figuras destacadas como las de Isidro Velázquez o Moratín
Tesoros de la Biblioteca Nacional

Antes de que viajar se convirtiera en una suerte de obligación, en necesidad casi fisiológica de acaparadores de atención, lo de conocer otros países estaba reservado a unos pocos afortunados, generalmente de clase alta, o que gozaban del favor de algún benefactor. En aquella época, entre el siglo XVII y comienzos del XIX, el viaje era una forma más de conocimiento. Eso era el 'Grand Tour': una aventura de meses o años, que solía tener Italia como destino preferente y que aportaba unas visiones arquitectónicas, pictóricas o literarias desconocidas. Históricamente, esta tradición se ha vinculado más con Inglaterra o Alemania; y si no aparece España entre estos países no es tanto porque no se hiciera, sino porque no se ha documentado debidamente.
Esto último lo dice Paolo D'Alessandro, comisario de la exposición 'Palabras de viajeros. El viaje literario y su aportación a la cultura europea', con la que la Biblioteca Nacional de España (BNE) pretende cubrir este vacío. Documentos, primeras ediciones, manuscritos, dibujos, grabados y esculturas dan forma a esta muestra, que se compone de 137 obras, de las cuales 113 pertenecen a la BNE. El montaje es cosa del artista y pintor Ignacio Goitia, que ha diseñado un pasillo central, inicio y fin de la muestra, en el que recrea las calles de Roma o Pompeya que se podían encontrar los viajeros de la Ilustración: «He utilizado elementos que están en los libros de la exposición, como las esculturas pompeyanas». Y al fondo, una reproducción del volcán del monte Vesubio, «motor de destrucción y conservación».
La primera parte de la exposición está dedicada a la experiencia formativa de los jóvenes discípulos de arquitectura, que gracias a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando pudieron conocer la tradición de la Ciudad Eterna. Destacan en este ámbito los nombres de Juan de Villanueva e Isidro González Velázquez. Este aprendizaje en su vuelta a España, se tradujo en proyectos como el del Salón del Prado o elementos del actual Paseo del Prado de Madrid. La pensión de los jóvenes aspirantes a arquitectos de la Academia duraba seis años. Los dos primeros debían transcurrir en Roma. Hay en esta parte cartografías y dibujos, como una vista de Roma en 1792 de Velázquez a pluma y pincel, que muestran esta etapa del viajero.
No todos interpretaron de la misma manera las ruinas. Quevedo, un par de siglos antes, escribió que era difícil hallar a Roma en Roma: «¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura, / huyó lo que era firme y solamente / lo fugitivo permanece y dura!». Si para el poeta las ruinas romanas fueron ejemplo de decadencia, Alonso Cano se fijó en cambio en la importancia de estos fragmentos monumentales: «Aquí sí que un capitel medio enterrado, una vassa dislocada, un trozo de cornisón por el suelo, con el resto de la ruinosa antigualla, están exiviendo al aprovechado Architecto un Canon de la más perfecta Architectura».



Hay también espacio en 'Palabras de viajeros' para otro género muy vinculado a este fenómeno, los libros de memoria; el cuaderno que los artistas llevaban consigo y en los que copiaban detalles de cuadros o estudiaban la arquitectura de las fachadas. «Siempre llevarán consigo libros de memoria en los que anotarán las obras más dignas que encontrarán en templos, palacios, jardines y fuentes, y los ornamentos antiguos y modernos donde quieran que las hallen», dictó en 1758 el entonces secretario general de la Academia de San Fernando, Ignacio de Hermosilla y Sandoval.
Con el permiso de Isidro Velázquez, el otro gran protagonista de la muestra es Leandro Fernández de Moratín, «el viajero que más se acerca al espíritu original de esta tradición cultural europea». Este escritor acapara la sección del 'viaje narrado'. En Italia, desde 1793 hasta 1796, visitó las ciudades más importantes de Italia, conoció las principales instituciones políticas y culturales. Como anécdota, en una ocasión le robaron sus pertenencias, lo que para él fue una desgracia, pero por suerte lo recuperó. Un cuaderno manuscrito que en su día le sustrajeron está entre las obras expuestas. «Este era el teatro –escribió en 'Viaje a Italia'–. Este recinto sonó con aplausos públicos, los hombres desaparecieron, y el lugar existe».
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Completan la exposición cartas del abad Juan Andrés y Morell, que pueden considerarse como el primer libro de viaje sobre Italia impreso en castellano, algunas obras del pintor Valentín Carderera o textos que Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, dedicó a la ascensión del Vesubio. Para finalizar, libros de escritoras viajeras como Carmen de Burgos o Emilia Pardo Bazán, que desde el final del siglo XIX y en el siglo XX «recogieron el testigo de los valores de la Ilustración, sobre todo en términos de cosmopolitismo», según el comisario: «El viaje era para ellas fundamental». Hasta el 21 de enero, en la sala Recoletos, la BNE propone este regresa una manera de viajar «bajo el signo de lo útil, el placer, el aprendizaje y de la comparación».
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