ARTE
Marisa González o el resto poético de la tecnología
Madrid
Consecuencia del Premio Velázquez otorgado a esta autora en 2023 se deriva la revisión completa, en el Museo Reina Sofía, del trabajo de esta pionera del feminismo y lo tecnológico
Lea una entrevista con Marisa González tras la concesión de su premio Velázquez
Madrid
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Iniciar sesiónSonia Landy Sheridan declara que su enseñanza de sistemas generativos, desde finales de los sesenta, surgió de su búsqueda «de un proceso artístico apropiado para nuestro tiempo», asociado con las transformaciones que se estaban produciendo en la Ciencia, tanto en las investigaciones sobre genética ... como en los viajes espaciales. También aludía esta artista y profesora que acogería a Marisa González en el Art Institute de Chicago en 1971 a las revueltas sociales de la época y, por supuesto, a las dinámicas comunicativas.
Aquella década convulsa que periodizó admirablemente Fredric Jameson es tanto la del 'fascinante' maoísmo como la que asistió a la consolidación de las rigurosidades estructuralistas, tensándose el arco crítico desde la 'nueva izquierda' hasta la revolución castrista, y teniendo, sin ningún género de dudas, el feminismo un papel detonante en las luchas de los procesos de subjetivación que intentaban escapar del sometimiento.
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Sheridan describe a la joven González como una creadora «rebosante de ideas que quería expresar», una mente inquieta y curiosa que encontró en los procesos tecnológicos un cauce para las «rápidas metamorfosis de las imágenes». Juntas plantearían en 1986 en el Centro de Arte Reina Sofía, antes de que asumiera la condición de museo, una exposición que titularon 'Procesos', y en la que, entre otros dispositivos, presentaron 'Lumena', un sistema gráfico informático muy novedoso, creado por John Dunn.
Claudia Giannetti ha señalado que Marisa González «ha sabido percatarse de la necesidad de llegar, a través del desarrollo de la comunicación humano-máquina, a una simbiosis o asociación equilibrada entre la práctica artística y los recursos técnicos, indagando no sólo acerca de los puntos de contacto, sino también acerca de los de fricción entre ambos».
La resonancia de lo humano
Más allá del fetichismo hiper-tecnológico, lo que le preocupa a la artista es la pervivencia o, mejor, la resonancia de lo humano, en composiciones repetitivas, modulares, con cierta clave musical. En cierto sentido, González realiza una deconstrucción de las pautas abstractas de las poéticas tecnológicas para proponer una iconografía de ritmos en los que se pasa de lo generativo a la descomposición, en desarrollos que tienen algo de fugas o 'ritornellos'. Ha recurrido al fax o las fotocopiadoras, la computación o la fotografía, pero, en todo momento, buscando efectos estéticos y también ciertos posicionamientos críticos de carácter feminista.
Su retrospectiva ahora en el MNCARS, deriva de la concesión del Premio Velázquez en 2023, permite revisar toda su trayectoria, desde las piezas iniciales de los años setenta hasta la instalación sobre el desmantelamiento de la fábrica de pan de Bilbao, realizada en 2000. En un texto para el catálogo de la exposición 'La Fábrica. Registros Hiperfotográficos e Instalaciones' de González en la Fundación Telefónica de Madrid (2000), subrayé la relación que los trabajos de esta artista tienen con la ruina y lo funerario. La autora mantiene como una constante emocional y estética la preocupación por el rescate de la realidad, como si ella fuera la responsable de custodiar elementos que están a punto de desaparecer.
Así despliega una tenaz práctica del reciclaje con cierta tonalidad melancólica. Pienso en la serie que realizó a partir de retratos de muñecos, recogida en la exposición 'Sueños rotos. Silencios rotos» (1995), en la que insiste en repetir un rostro enigmático al que se le han extraido los ojos, en cuyo lugar, como indica Menene Gras, «solo quedan unas cavidades oscuras en las que se ha instalado el vacío, que se asoma en estas ventanas neutras que configuran el marco de sus imágenes retenidas». En esos siniestros –en el sentido freudiano– semblantes se refleja nuestra angustia, son superficies en las que se decanta el fetichismo corporal.
Desde una imagen realizada en Chicago en 1972 de una muñeca que alegoriza la violación, hasta la serie 'Miradas en el tiempo' (1993), en la que subraya el uso y abuso publicitario del cuerpo femenino, Marisa González formula una peculiar crítica del narcisismo que en nuestra época' en la que tenemos todas las pantallas encendidas' adquiere el rango de hipnosis o entontecimiento colectivo.
Entre las tecnologías obsoletas y la picnolepsia ocasionada por la saturación archivística, el imaginario de Marisa González intenta ofrecer semblantes que no sean los habituales del 'filtrado algorítmico'. Su interés por 'el resto' hace que su estética tenga algo de 'escatológica', acaso consciente de que el medio no es, como pretendiera McLuham, el único mensaje.
La huella del tiempo
Así, en el trabajo que realizó en la central nuclear de Lemóniz (2004-2008) recupera vestigios de un 'desmantelamiento', en una paradójica búsqueda de energía crítica donde propiamente nunca hubo otra cosa que la anticipación de la angustia colectiva y el testimonio crítico ecologista. Desde aquellos limones que fotografió en su inexorable putrefacción en 1998, la vasca no ha dejado de atender la huella del tiempo, generando un 'memento mori' en una época de banalidades viralizadas.
Para desplegar los ciclos imaginarios de la metamorfosis, Marisa González utiliza la metáfora como herramienta de expresión, presentando cuerpos que son moldes, frutos en su abyecta maduración final, edificios reducidos a sórdidos escombros, silencio y sueños, promesas incumplidas y violencias soterradas. Un ejercicio obsesivo, vital y paradójica o inconscientemente nihilista, una labor del duelo a punto de encarnar el síndrome de Casandra.
Marisa González
'Un modo de hacer generativo'. MNCARS. Madrid. C/ Santa Isabel, 52. Comisaria: Violeta Janeiro Alfageme. Coproduce: Azkuna Zentroa. Hasta el 22 de septiembre. Cuatro estrellas.
Cuando contemplo el autorretrato de Marisa González colocando directamente su semblante sobre la fotocopiadora a comienzos de los años setenta, no puedo dejar de establecer un 'salto intempestivo' para conectarlo con la destructividad, en clave esquizofrénica, desplegada en 'El club de la lucha', con esas reglas que, propiamente suponen la ausencia de toda regla. Aquel frenesí tecnológico está hoy sedimentado en el 'terraplanismo algorítmico'.
Las copias de las copias nos hacen recordar que el 'desierto de lo real' de Matrix tenía su remoto origen en la caverna platónica. Viejos mitos generativos, contemporáneas distopías, afanes técnicos en busca de un poco de poesía.
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