Hazte premium Hazte premium

TV

«Todavía hay quien sangra y muere por la guerra de Vietnam»

En «El ejército perdido de la CIA», David Beriain y su equipo se adentran en la selva laosiana para mostrar el exterminio que sufre la minoría étnica de los hmong: «Una historia como esta no la acabas, te acaba»

Nieves Mira

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La guerra de Vietnam terminó el 30 de abril de 1975. Hace ahora 41 años y 22 días que Vietnam del Sur capituló y se puso fin a un conflicto que había durado dos décadas, en el que perdieron la vida un millón y medio de combatientes y dos y medio de civiles . Lo que se desconoce es que, a día de hoy, siguen muriendo personas, a consecuencia de una guerra que, para ellos, aún no ha terminado. En Laos, donde la CIA desarrolló una operación secreta, una pequeña comunidad étnica, los hmong, resisten fusil en mano la amenaza del ejército laosiano . Los persiguen para acabar con una comunidad minoritaria amenazada por representar todavía hoy el último reducto de occidente. Su ejército, en los años 70 llegó a tener 50.000 miembros; en los 90 ya eran 10.000; ahora apenas llegan a dos centenas.

Para dar cuenta de su situación, los periodistas David Beriain y Fernando Ureña estrenan este martes en Discovery Max un largometraje «El ejército perdido de la CIA», en sus palabras, «con una historia de esas que asustan ». Y no porque para realizarlo hayan puesto en peligro su vida, sino por su magnitud. El contexto de esta historia es que, durante la guerra de Vietnam, se produjo una guerra paralela en Laos, que en principio se había declarado neutral. Vietnam del Norte utilizaba el territorio laosiano para abastecer logísticamente al Vietcong a través de la ruta Ho Chi Minh. La CIA vio en los hmong la oportunidad de frenar el avance del comunismo y reclutó para ello a miles. Fue la mayor operación clandestina de la historia de la CIA. Laos se convirtió en el país más bombardeado de la historia por habitante; allí cayeron más bombas que en Alemania y en Japón juntas durante la Segunda Guerra Mundial.

«El ejército clandestino de los hmong tenía tres misiones principales : detener el avance del ejército de Vietnam del Norte sobre el territorio laosiano, rescatar a pilotos americanos caídos y hostigar la ruta de suministro de Ho Chi Minh», comenta a ABC Beriain. Este periodista que ha cubierto conflictos de todo tipo (con armas, drogas, mafias y demás peligros de por medio), aún sigue emocionándose al encontrarse, en mitad de la selva, con un grupo de niños que llevan colgado un kalashnikov . «Espero seguir así, emocionándome, porque si ya no te sorprendes, si ya no sientes nada, empieza a perder sentido el ir a estos sitios». En la película, Beriain rompe a llorar cuando, tras una dura subida hasta donde se encuentra el campamento, se cruza con los niños de la tribu que han bajado a recibirles a pesar de lo complicado del camino. «Hay historias que te pegan más, otras que te pegan menos. Quizás allí fue el ver a esos niños», dice. «Me había pasado ya en Colombia, que una historia con niños casi acaba conmigo».

El poder de la imagen

Ese encuentro fue «el primero con esa realidad, ese mundo perdido, esa ventana de tiempo, ese decir: “ Hemos llegado aquí, hemos tenido el privilegio y la responsabilidad que ello conlleva ”». Si algo les preocupa a los directores es hacer justicia de la historia que hay detrás, la que tanto tiempo de trabajo les ha ocupado. «Es una historia grande, de esas que te encuentras solamente una vez en la vida, y solo cuando nos juntamos unos cuantos sabíamos que era el momento adecuado». Muy pocos periodistas han podido llegar y acercarse a estos descendientes de los hmong que decidieron luchar junto a la CIA. Algunos de ellos fueron capturados mientras lo intentaban y enviados a campos de trabajo forzoso durante quince años. «Periodísticamente se había dado la noticia de que estaban allí, pero nunca se había hecho una historia larga que tratase de profundizar en la experiencia de lo que había allí. Lo poco que había previo, te alumbraba, pero esta historia necesitaba una producción más grande, que buscase su camino hasta llegar allí, para ponerlo en valor», comenta Beriain.

«Éramos conscientes de lo que nos estaban contando, del proceso de exterminio que se está produciendo allí, y todo nos indicaba que cada vez eran menos personas . La situación real, la de ahora, no sabíamos cuál era, pero sabíamos que era muy mala y cabía la posibilidad de que si no íbamos ya, no tuviera sentido ir nunca más», dice Ureña. Por ello, se embarcaron en esta aventura con tan solo una pregunta en mente: «¿quedará alguien allí?». Luego, confiesa que han ido notando cómo hay algo «que hace la historia intemporal, universal, que trascienda… Esta es la historia que hemos hecho que más cuerpo de historia tiene , y queríamos que se percibiese lo que tiene de especial», y de ahí que decidieran lanzarla en formato película, con sus 110 minutos, lejos de los 45 del estándar de su programa en Discovery, y estrenarla en cines (tres días de proyección en la Cineteca de Matadero, en Madrid).

¿Tendría sentido este trabajo en otro formato? «No. Nosotros practicamos un tipo de periodismo, el de inmersión, que tienes que verlo porque te da un tipo de información que no está en los datos, que se maximiza», comenta Beriain. A lo que Ureña añade: «Alguna de esas imágenes que trajeron tienen tanta fuerza que no se podrían describir. A mí me viene a la cabeza constantemente la imagen de esa niña que tiene un tiro en la pierna, porque, ¿cómo puedes pegar un tiro a una niña con cinco o seis años? Es que eso va más allá de las ideologías». «Aunque sí, en esta historia hay un libro . Si tuviéramos tiempo, claro…», dice Beriain mientras, en los cuatro monitores de esta sala de montaje, se pueden ver fotógrafas de su próximo trabajo.

En el proceso de investigación se encontraron con un exagente de la CIA, el veterano de guerra Jack Jolis , que desde Bélgica corroboró de qué manera utilizaban a los hmong para misiones de alto riesgo. También con la comunidad hmong estadounidense, descendientes de los que combatieron hace más de 40 años y que lograron huir del país tras la retirada de las tropas occidentales. E intentaron comprender el papel que pueden jugar en este ámbito las organizaciones internacionales. El gobierno de Laos, por su parte, no quiso ninguna declaración. « Es la primera vez que alguien nos dice que no de manera tan tajante », asegura el director. Quieren dejar claro que ni son ni pretender ser activistas: «Solo somos periodistas contando historias que intentan acceder a las dos partes del conflicto, para que cada uno tenga derecho a hablar», dice Ureña.

Creciendo entre balazos

«Toda esa búsqueda y toda esa incapacidad para averiguar qué es lo que estaba pasando es lo que nos lleva a emprender el viaje, para ver con nuestros propios ojos lo que estaba ocurriendo», comenta Ureña. Y para ello, cuentan con la ayuda de dos valientes, de aquellos que lograron escapar y que ahora vuelven para dar cuenta de la situación en la que viven sus compatriotas y denunciarlo. Con todos los riesgos que ello conlleva, asumiendo que puede que no vuelvan a salir de ese laberinto que es la jungla en la que los hmong viven escondidos, alejados de la humanidad pero con armas con las que defenderse. Y lo que allí encontraron fue lo que sospechaban: personas con el cuerpo lleno de cicatrices y heridas que el ejército laosiano ha ido tejiendo en su piel, escaramuza tras escaramuza. Así hasta reducirlos y llevarlos casi al borde de la extinción.

La cara de Beriain refleja el miedo y el sufrimiento que lo acompañan (a él, a los dos cámaras y a los dos estadounidenses que vuelven para reencontrarse con su pasado) en el ascenso. «Yo soy muy cagueta, no soy una persona valiente, ni me gusta. No creo que los periodistas que nos dediquemos a esto necesitemos, además, ser valientes. Nuestro trabajo no es asumir riesgos; asumimos riesgos por nuestro trabajo, que es hacer lo que tenemos que hacer con el mínimo riesgo posible», comenta Beriain. ¿El miedo? «A no salir de allí, dolor porque sabes que tienes que volver y dejas una situación de la que te sientes culpable por irte, y el miedo por lo que estás viendo y te preguntas “¿y ahora cómo cojones hago yo para contar esta historia? ¿Cómo evito que mi propia mediocridad interfiera en esto tan grande, que no lo estropee?”».

Pero, ¿y los que se quedan aquí, sin noticias de ellos? Ureña, el otro director de la película, cuenta la noche de pánico que pasó después de que, desde Laos, Beriain y su equipo no cumplieran el protocolo de seguridad. «Cada ocho horas llamaban por satélite para decir brevemente que todo iba bien. Hubo una noche que no se produjo esa llamada ni las siguientes, que se cumplen a rajatabla. Si no se cumplen es que algo va mal... y no se produjo», dice mientras recuerda que estaba en su cama, sintiéndose culpable mientras se preguntaba cómo estarían ellos. «Mi angustia era mayor porque si se llegan a romper una pierna o cualquier cosa, era imposible sacarlos de ahí», comenta. En la película se ve cómo fue lo mismo que le sucedió a un hmong huído y que había regresado al país a sacar fotografías y denunciar la situación en la que viven sus compatriotas. Un disparo del ejército laosiano lo alcanzó y, vivió sus últimos tres años postrado sobre el suelo de su improvisado campamento. Murió pocos días después de ser grabado.

« La vía de entrada no era nada fácil . Hay más gente que lo ha intentado y que por diferentes motivos no lo ha conseguido. Era muy difícil acceder hasta allí en las condiciones que tuvieron que hacerlo David y los cámaras, tienes que ser prácticamente un atleta», comenta Ureña. «A pesar de lo que ves aquí», bromea y ríe su compañero Beriain. La película no muestra la bajada de la montaña hasta la carretera ni la salida clandestina de Laos. «Fue más corta pero más dura. Ahora había más peligro, porque vas cargado de algo que te puede meter en problemas: lo que ya has grabado. Y ahora tienes una responsabilidad mayor, porque hay que sacarlo de ahí », recuerda Beriain. A la vuelta, Roberto Fraile, uno de sus cámaras, se rompió dos costillas. «Sí, nos despeñamos», dice ahora divertido.

Pero, ¿cómo pasar página tras vivir en primera persona una historia de tal sufrimiento? «Una historia como esta no la acabas, te acaba. Por lo que demanda de ti mismo y de todo el equipo para llevarlo a cabo», dice Beriain. « Esta historia nos fue calando , y al final dejas de pensar absolutamente en todo lo que no sea esto, día y noche. Todavía hoy estoy pasando una depresión, para la que nuestro montador José nos dio la solución: “ se cura montando otra historia ”».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación