CINE
Pasolini, la verdadera paradoja del intelectual revolucionario
El 5 de marzo de 1922 nace en Bolonia, Italia, Pier Paolo Pasolini, escritor, poeta y director de cine. Hoy cumpliría cien años uno de los pensadores más influyentes y definitorios de la pasada centuria, cuya sombra aún se proyecta en el presente
Pier Paolo Pasolini
«Podré acaso obrar con pasión / sabiendo que nuestra historia ha muerto». Pier Paolo Pasolini se ve a sí mismo como e l superviviente de un tiempo ido : un hijo de la Italia rural que llega a Roma a los veintiocho años y que, ... en la Roma de 1950, descubre un mundo fascinante y turbio, cuya verdad la opulenta ciudad ignora: mundo de arrabales, marginación, miseria. Y decide serle fiel hasta la muerte. Sin metáfora.
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«Llegué a Roma desde el Friuli, fresco del campo y del mundo campesino. Llegué a esa enorme vorágine que es la periferia de Roma. Esto me causó un trauma humano, sentimental. La aparición del subproletariado romano, con sus jirones, con su fango, con su polvo, con sus palabrotas, con su catolicismo desconocido, con su paganismo estoico…» Es un enamoramiento y una conversión: el inicio de una religión de los desvalidos -y una entrega a ellos y, al final, un martirio- que devorará su vida. Y su obra.
«Tragedia», «santidad», «heroísmo»…, tales son las claves de esa estética lumpen-proletaria que persigue consagrar su narrativa
Pero antes hubo el Friuli. No sólo el «fresco campo puro». Allí, el 29 de agosto de 1949, se sella un punto de no retorno. Bajo acusación de obscenidad pública y corrupción de menor, el joven Pasolini es expulsado del Partido Comunista Italiano: «indignidad moral y política». Pierde también su plaza de docente en la aldea de Valvasone. Ha sido sorprendido cuando contrataba los servicios sexuales de tres menores. Tiene 27 años. Y percibe que su vida va a ser siempre ya la de un forajido. Tal vez, brillante. Forajido, en todo caso. Deja constancia de ello: «mi vida futura no será ciertamente la de un profesor universitario; en adelante, llevaré sobre mí el estigma de Rimbaud o de Wilde, quiéralo yo o no, acéptenlo o no los otros».
Posiciones duales
Se inicia para Pasolini, pues, antes del encuentro con los ‘ragazzi di vita’ de la ‘Stazione Termini’ romana , la paradoja del más trágico de los intelectuales revolucionarios del siglo veinte. La guerra fría acababa de comenzar. Todo se juega sobre posiciones duales, en cuya brutalidad no hay sitio para quien todo lo desplegaba en matices.
Se había incorporado al PCI en 1947 , sobre el supuesto único de una extrema devoción por los pobres, cuya matriz cristiana perseverará en vida y escritos hasta su muerte. En modo deliberadamente paradójico, porque es un «ateo y anticlerical» este que a sí mismo se confiesa: «yo sé que en mí hay dos mil años de cristianismo; yo, junto a los míos, he construido las iglesias románicas, y luego las iglesias góticas, y luego las iglesias barrocas; ellas son mi patrimonio, en contenido y estilo».
Y, al cabo, eso que Pasolini llamará siempre comunismo no es sino el sacrificial retorno a un cristianismo primitivo , cuya autenticidad él percibe sólo ya en los márgenes del lumpen-proletariado suburbial, que la modernidad desecha extramuros y en el cual elegirá a los héroes de sus novelas y de sus películas. Ellos serán siempre la clave de su lírica: «En el permanecer/ dentro del infierno con voluntad marmórea/ de comprenderla se debe buscar la salvación».
Porque de salvación sólo habla su obra : del imposible salvarse en la inmanencia. Y, en el diario ‘Libertà’ de Udine en el que anuncia -1947- su adhesión al PCI, ésa es la apuesta del joven poeta: «Estamos convencidos de que, en la actualidad, tan solo el comunismo está en condiciones de proporcionar una nueva cultura ‘verdadera’, una cultura que será moralidad, interpretación total de la existencia».
Comunismo pacato
Pero la moralidad -tan pacata, tan burguesa- del Partido nada querrá saber del ‘raro’ Pasolini. Y, conforme a lo convenido en esos años, diagnosticará en su homosexualidad el síntoma de un inadmisible decadentismo burgués. El sueño militante de Pasolini no durará dentro del partido ni dos años. Su huella, sin embargo, quedará. Perenne. Y el comunismo acabará por trocarse para él en una religión de suplencia: un culto de los más marginados, que el partido, por supuesto, observará siempre con recelo. Y, ante la tumba del no menos trágico Antonio Gramsci , construirá Pasolini sobre ese eje el más grande de sus poemas. Y su confesión biográfica. 1957. «El escándalo de contradecirme, del estar/ contigo y contra ti; contigo en la luz,/ contra ti en las oscuras entrañas». Es el grito de una fe desgarrada.
La fe en los más míseros entre los míseros , los completos desheredados, los que, por nada tener que perder, nada tendrán que ganar nunca. Y, aun excluido de la comunión eclesial en ‘El Partido’, llama una y otra vez el herético Pasolini a mantenerle una fidelidad que hoy nos escalofría. Poco antes de su muerte en 1975, y ya rodada ‘Salò’, que los viejos camaradas recibirán como una aberración inexhibible. 1975: «Voto comunista, porque recuerdo la primavera de 1945, y también la de 1946, y la de 1947. Voto comunista, porque recuerdo la primavera de 1965, y también la de 1966, y la de 1967. Voto comunista, porque en el momento del voto, como en el de la lucha, no quiero recordar otra cosa». Un himno desesperado a la nostalgia : «no quiero recordar otra cosa».
Pronto percibe que su vida va a ser siempre ya la de un forajido. Tal vez, brillante. Forajido, en todo caso
Y es sólo de esa nostalgia de la que la obra, toda la obra, de Pasolini se nutre. Y eso lo aleja inexorablemente -maravillosamente- de los tópicos progresistas que dominan la estética de su tiempo. Y él sabe el precio que habrá de pagar por ello: apostar contra el presente y el futuro. «En los arrabales romanos, que es el mundo que yo conozco y que he retratado en mis novelas, los jóvenes y la gente en general eran más felices que ahora»; hablaban una lengua viva, no la jerga cadavérica que impone la repetición de los televisores. La tragedia «es que ya no hay seres humanos», ni siquiera malvados o perversos, hay sólo una repetición homogénea de tópicos y evidencias preestablecidos. Y él añora lo que pudo haber de paraíso aun en los basureros, en las escombreras de las más olvidadas periferias: lo que estaba vivo. «Un mundo arcaico, desgraciadamente despreciado. Y digo desgraciadamente porque, con todos sus defectos, era el mundo que yo amaba. Un mundo represivo es más justo, mejor que un mundo tolerante, dado que en medio de la represión surgen grandes tragedias, brotan la santidad y el heroísmo» . Y Pasolini está hablando de sí mismo.
Dureza
«Tragedia», «santidad», «heroísmo»…, tales son las claves de esa estética lumpen-proletaria que persigue consagrar su narrativa. Era difícil, desde semejante supuesto, hallar un territorio de conciliación con el progresismo obrero que predican en esos mismos años las disciplinadas iglesias militantes: partidos como sindicatos. No hay punto de encuentro verosímil entre el pulcro y disciplinado proletariado, que ellas proclaman, y estos personajes de Pasolini «que pertenecen a un subproletariado precristiano, estoico, que impulsa en cierto modo a la acción, a luchar contra el mundo de la cultura superior, aunque sea sólo para comer. De ahí nace la dureza, la delincuencia, la conciencia confusa de ciertos derechos». Y de eso nada quiso nunca saber el militantismo de los «mañanas luminosos».
Al final, sólo hay sombra. La sombra que se cierra un 1 de noviembre de 1975. Y un poeta asesinado a palos por uno de sus jóvenes héroes del arroyo . Y unas últimas palabras, muy pocas horas antes de desangrarse sobre la playa de Ostia: «Yo bajo al infierno y sé cosas que turban la paz de los otros. Pero, cuidado. El infierno está subiendo hasta vosotros. No os hagáis ilusiones. Todos estamos en peligro».