LIBROS

Luis Landero: «Soy incapaz de escribir como un burócrata»

Tras el éxito de «Lluvia fina», el autor extremeño retorna al lugar de los recuerdos. En «El huerto de Emerson» (Tusquets), rememora su pasado e indaga en la magia de la escritura

Entre otros premios, Luis Landero obtuvo el Nacional de Literatura José Ramón Ladra

Aunque sea con una mascarilla de por medio, Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) se hace entender alto y claro. Busca y entona cada palabra un poco a cámara lenta . Sin prisas, pero sin esas pausas que te arrastran a la monotonía. Hablamos ... a dos metros de distancia: él, en un extremo de la mesa y yo, en el otro. En la pared, una biblioteca pulcramente ordenada nos acompaña como rumor de fondo.

Después de «Lluvia fina» viene «El huerto de Emerson», En su caso, ¿es norma que se intercalen una novela con una suerte de dietario?

Desde siempre he escrito mucho. Escribir por escribir, para entender el mundo. No son diarios, porque no hablo especialmente de mí. Hace poco bajé al trastero -no lo hacía desde hace treinta años- y, de unos cajones, salieron más de cuarenta cuadernos escritos con letra pequeña por las dos caras. La semilla uno la encuentra siempre en el pasado.

¿Por qué «El huerto de Emerson» como título?

Me pareció que daba noticia de lo que quiere ser el libro, lo que dice Emerson de que todos somos únicos, irrepetibles, como nuestras huellas dactilares, y a todos nos ha tocado en suerte un terrenito, un huerto en el que tenemos que trabajar, cultivar... Es una imagen bonita que da cuenta de lo que quiero reflejar: un paseo por mi pasado.

¿Qué ve y encuentra en ese pasado?

Fragmentos. El olvido ha destruido todo lo demás. Entonces, quedan unas cuantas perlas dispersas... Toda vida es una antología de instantes y eso es lo que cohesiona nuestro pasado.

«Soy un enamorado de las palabras. Me acuerdo cuando descubrí la palabra taciturno. Me quedé fascinado»

¿No le pesa la nostalgia o, dicho de otra manera, la nostalgia no es un peso muy pesado?

No, no es un peso muy pesado. La nostalgia y la melancolía tienen un poso muy amargo, agridulce. Pero no se trata de una melancolía funesta, negra que te enrabieta, te desespera... No, al contrario. Creo que hay tono de celebración. Agradecido por haber vivido... Decía Schopenhauer algo que me gusta mucho: vista en conjunto la vida del hombre es trágica, pero si aplicas la lupa de aumento es un sainete. Por eso, la tragicomedia es casi la norma en todos los libros que se escriben, el reflejo más fiel.

¿A estos cuadernos les ha pillado la pandemia de por medio?

Estas experiencias tan fuertes a veces te reclaman después, se presentan como posibilidad más adelante, cuando se sedimentan en la memoria y cuando el olvido ha hecho la debida selección. Por ejemplo, cuando te enamoras quizá no sea el momento apropiado para escribir un poema, bastante tiene uno con vivirlo, la palabra llega después.

Volvamos a la nostalgia. En su caso, ¿se basa en un recuerdo selectivo?

La memoria, el olvido y la imaginación forman un conjunto caótico y convierten nuestro pasado en algo que está por descubrir y reinventar. Siempre me ha gustado eso que decía Proust de que los mejores libros de cada escritor están escritos dentro de nosotros.

En este huerto de Emerson hay mucho de sus lecturas, de sus autores y, también, mucha inquietud por encontrar la palabra precisa.

Ese es uno de los grandes placeres de escribir, y también de las grandes fatigas de este oficio. Una cosa es inventar una historia y otra plasmarla en la escritura. También está la imaginación general y luego la imaginación menuda, que está en cada frase, en cada párrafo... Sería incapaz de escribir como un burócrata o funcionario que pasa a limpio un argumento que ya tiene en la cabeza. La escritura tiene que ser creativa y tener un aliento poético, algo que cautive, que encante...

Un «no sé qué», que se dice.

Esa belleza de la que están hechas las cosas que a menudo se encuentra en el lenguaje oral. En el lenguaje oral está el verdadero genio de la lengua. Mi modelo de pequeño fue el lenguaje oral, porque no tenía libros. En mi familia eran todos campesinos, semianalfabetos o analfabetos, pero hablaban ese lenguaje oral que viene rebotando desde Cervantes. Y hablaban muy bien. La lengua del pueblo es muy creativa, porque no la han inventado unos sino muchos a lo largo del tiempo...

«Yo quiero codearme con Cervantes. quiero medirme con él, con Faulkner, con Kafka... Quiero jugar en esa división»

En definitiva, usted es un enamorado de las palabras.

-Soy un enamorado desde los quince años que escribí mis primeros poemas... Tenía verdaderos idilios con las palabras... Me acuerdo cuando descubrí la palabra taciturno, me quedé fascinado.

¿Y qué primeras lecturas le vienen a la memoria?

Mi gran libro fundacional fueron Las mil mejores poesías de la lengua castellana . Fue el primer libro que tuve en propiedad, y me costó 50 pesetas.

Y un enamorado también de la poesía.

Eso de que las palabras de diario aparezcan como vestidas de fiesta, porque el poeta lo que hace precisamente es conseguir que las palabras vulgares resplandezcan como si fueran nuevas. Entre eso y los cuentos que me contaban de niño... No sólo cuentos, sino la habladuría narrativa, oír hablar. Esas pasiones me llevaron a escribir mis primeros poemas y a inventar mis primeras historias.

«Mi modelo de pequeño fue el lenguaje oral, porque no tenía libros»

¿Y luego fue construyendo un corpus, un canon?

-Yo no tuve canon, estuve descanonizado hasta los 20 o 21 años, porque, además, me dediqué a la guitarra, a la farándula... En un quiosco de chuches y demás se alquilaban novelitas por 50 céntimos, policiacas y del oeste, y podía leer dos y tres en un día. También, una vecina que tenía una biblioteca variopinta… Muy descabalado todo. En esa biblioteca de aquella vecina a veces pillaba algún buen libro. Leí Crimen y castigo casi con el mismo espíritu con el que leía otros: una inocencia y una pasión que echo de menos. Siempre he intentado mantener esa inocencia.

¡Qué importante es ese punto de inocencia para mantener la capacidad de sorpresa!

Es fundamental prolongar la infancia. Don Quijote parece que está jugando a vivir, y el escritor también. Hay dos peligros que tiene el escritor y yo los he sufrido, sobre todo uno, que es el exceso de responsabilidad. Cuando uno tiene exceso de responsabilidad, mala cosa, pero también cuando uno tiene exceso de irresponsabilidad. Lo decía Paul Valéry, uno no puede tener la responsabilidad de escribir algo perfecto, porque te paraliza, pero además tienes que escribir algo que aspire a ser perfecto. Nietzsche dice que la verdadera seriedad es la del niño cuando juega.

«Compro libros de autores actuales, pero no sabes si te van a gustar... Eso forma parte del juego»

¿Ha cubierto sus ambiciones como escritor?

Cuando uno escribe en realidad quiere codearse con los grandes. Yo quiero codearme con Cervantes. A pesar de que parece una barbaridad lo que digo, quiero medirme con él, con Faulkner, con Kafka, con Valle-Inclán, yo quiero ser de esos, quiero jugar en esa división, quiero escribir ahí. Soy muy ambicioso escribiendo, en el sentido de que aspiro a mucho; luego, la realidad me pone en mi sitio. Pero que no quede por afán, por el esfuerzo y por el intento de que, si voy a construir una torre, va a ser la de Babel.

¿Alguna de sus novelas ha alcanzado ese propósito?

Siempre se queda muy lejos de lo que uno tiene en la cabeza… Pero, al cabo del tiempo, miro para atrás y estoy contento porque he puesto lo mejor de mí mismo en todo lo que he hecho, y mi ambición de escritor no ha menguado ni un ápice.

¿Qué tiene que hacer un libro, o un autor, para entrar en su biblioteca?

Tengo un armario que le llamamos el corredor de la muerte, donde van a parar los libros que van llegando a la espera del escrutinio. Si tuviera que hacer una limpia, yo haría lo mismo que Eduardo Mendoza, que es quedarme con 200, 300, 400 libros, y eso ya me parece mucho... De todas maneras, compro libros de autores actuales, pero no sabes si te van a gustar... Eso forma parte del juego.

¿Es consciente de que usted forma parte del juego?

Por supuesto, todos entramos en ese juego.

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