Peñíscola, de sede papal a icono turístico
Se asoma imponente al mar Mediterráneo desde cerca de cien metros de altura, su playa y montaña son deleite de forasteros y lugareños
juan lozoya
La primera vez que subí lloroso las empinadas callejuelas de Peñíscola de la mano de mi abuelo, no me podía imaginar que este pequeño e histórico pueblo a un castillo pegado pasaría a formar parte tanto del imaginario de mis veranos familiares como de mi ... vida habitual. Después de decenas de visitas y de patear una y otra vez esas cuestas y esos callejones, con más disfrute y menos desdicha que en mi niñez, las encantadoras casas encaladas de blanco se han convertido en un maravilloso laberinto que siempre me lleva al castillo de Peñíscola . Este monumento histórico artístico nacional desde hace más de tres cuartos de siglo es una joya que se asoma imponente al mar Mediterráneo desde sus cerca de cien metros de altura y que, después de haber estado a la defensiva frente a los ataques de los piratas berberiscos, hoy está más abierto que nunca a los turistas que han hecho de esta población su razón de ser.
La película "El Cid" y un Charlton Heston en lo más alto de su carrera convirtieron a Peñíscola en un referente . ¡Quien no recuerda a las huestes cristianas cabalgando por la playa norte y con el espectacular tómbolo que se adentra en el mar, con el castillo coronándolo, al fondo! El castillo del Papa Luna, construido entre los siglos XIII y XIV a pesar de quedar inacabado con la abolición y persecución de sus impulsores, la famosa Orden del Temple, es el icono, pero Peñíscola no es solo historia. Es mar, playa y montaña, quizá poco conocido por los forasteros y muy valorado por los lugareños. Una vez saciada la necesidad de sol y playas de arenas interminables –yo personalmente prefiero la norte–, la Sierra de Irta es un paraje protegido que se abre al sur . Es, posiblemente uno de los escasos enclaves vírgenes que desciende directamente hasta el litoral mediterráneo y esconde algunas sus calas de acceso complicado para cuando tenemos un día vago. Sin embargo, cuando uno se quita la pereza de encima, a veinte minutos de paseo hay pequeñas playas reservadas para la intimidad, pero hay que ir con calzado para piedras, eso sí. ¡Sin dolor no hay placer! Y para seguir con el placer, nada como los manjares de la tierra. Mejor dicho, del mar. Y es que en tiempos en los que la gastronomía son uno de los principales reclamos turísticos, Peñíscola está preparada para satisfacer los morros más finos . No porque lo diga yo, sino porque también lo hacen los mejores chefs españoles como Martín Berasategui o Jordi Roca.
Desgraciadamente no tienen restaurante en la zona, pero sí que hacen apología del langostino de Vinaròs. Sí lo han leído bien, lo que sucede es que este marisco con denominación de origen se pesca desde el delta del Ebro hasta el puerto de Peñíscola. Se trata de un marisco políticamente irreverente al ser reconocido por los colores de la bandera republicana que ostenta en su cola.
Alguna vez he discutido con algún restaurador local acerca de la conveniencia de dejar de lado los localismos de vender en sus cartas el langostino de "Peñíscola" en lugar del de "Vinaròs", cuando es el mismo y se vende más caro. Pero ese es el único pero que se le puede poner a un pueblo que ha hecho del turismo familiar su forma de ser.
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