la coruña
Cedeira, donde muere el sol
Los romanos encontraron el fin de la tierra en Finisterra y la muerte del sol en Cedeira. Otro fin del mundo
bieito rubido
Cedeira viene de «cetárea». Es lo que concluye el cronista de la villa, Rafael Usero, a quien tanto respeto. No obstante, tengo para mí que el topónimo Cedeira procede en realidad de la expresión latina «occidare», que evoluciona hacia «ocaso». Lo digo porque en Cedeira, ... tal y como argumenta Usero y a diferencia de otros puertos, nunca se supo de avistamientos de grandes cetáceos ni se tuvo noticia de capturas de ballenas. Además, el término Cedeira también se usa en la provincia de Orense y en el municipio de Redondela. En ninguno de los dos casos se trata de localidades al lado del mar, pero sí coinciden en que en ambas existe un monte sobre el que se dibuja en verano una hermosa puesta de sol, muy similar a la que se puede admirar en mi Cedeira marinera. Por todo esto, para mi, Cedeira nombra el lugar donde cada tarde muere el sol. Los romanos encontraron el fin de la Tierra en Fisterra y la muerte del Sol, en Cedeira. Otro fin del mundo.
El río Condomiñas divide la Cedeira bella y cuidada que representa la parte antigua, de la moderna y fea, a la que todos hemos contribuido un poco. Si yo pudiese, que no puedo, crearía en la Xunta de Galicia la Dirección General de Buen Gusto y Piqueta para mandar derribar todas las edificaciones que desmerecen nuestra tierra y, en particular Cedeira, con la que Dios fue tan generoso y la huella del hombre tan grosera. A la coqueta y recoleta ría, que acoge cuatro hermosas y seguras playas, la abrazan la imponente sierra de la Capelada y la de Eixil. En La Capelada sopla uno de los vientos más mágicos, de los que decía Otero Pedrayo que preñaban a la yeguas cimarronas que por allí habitan, otorgándoles una velocidad inusual. Se trata del viento Favonio, una versión galaica del suave Céfiro. Y es en esa sierra hechizada y seductora de vientos azules, caballos salvajes, pinares extensos... donde se encuentra el santuario de San Andrés de Teixido, del que dice la leyenda que «vai de morto quen non foi de vivo». Aconsejo acercarse hasta él a todo viajero que alcance esta esquina donde la Tierra se llama Cedeira. Sobra decir que la vocación de Cedeira es, por encima de todo, marinera y pescadora. Su patrona es la Virgen del Mar. Deriva de ello una secular tradición de buenos hornos y mejores fogones. Desde siempre, lo escribió ya el licenciado Medina en el siglo XVI, esta villa cobra bien lograda fama por su cocina. No se vayan sin probar el rape, el bonito, el marraxo o los cotizados percebes.
Cedeira es mi infancia. Casi todas las infancias están llenas de magia, de sensaciones, de descubrimientos... De la mía conservo vivos aquellos veranos con partidos en la playa, de excursiones por el bosque, de amores que quisieron ser y no fueron, de cartas que no supimos jugar, de locuras inocentes. Pese a todo, lo que más me atrae del lugar donde nací no es su cocina. Tampoco su paisaje. Lo que de verdad me cautiva es su personalidad. La acusadísima personalidad de este «cabo do mundo», donde en el anochecer veraniego, en la terraza del Pinzón, el acompañamiento de una guitarra combina con igual maestría «o andar miudiño» del cancionero popular con el «… nunca te he de olvidar» de Eduardo Falú. En realidad, Cedeira vive todo el año, en medio del Atlántico, para preparar su verano.
Cedeira, donde muere el sol
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