epidemia de ébola en áfrica
Entre vómitos, heces y sangre
ABC visita el hospital de Kenema, uno de los centros de Sierra Leona que combate sin medios la epidemia
eduardo s. molano
A las puertas del hospital gubernamental de Kenema, al este de Sierra Leona, la joven Aisata Fode clama justicia. Su voz se agrieta al dar salida a la causa: «Necesito saber si mi hermano ha muerto. Necesito enterrarlo».
El lunes, el culpable de las lágrimas, ... Alajayi, de 25 años, había ingresado en este centro médico tras sufrir fuertes fiebres. Ayer, fuentes médicas confirmaban a este periodista su fallecimiento. Su cuerpo, agrietado por la enfermedad, no aguantó ni un solo día más. La familia, sin embargo, todavía no ha sido informada de la noticia. La prole de Fode representa a la perfección el caos que envuelve en los últimos días al hospital gubernamental de Kenema, tercera ciudad de Sierra Leona.
Ahora, cinco meses después de que el brote se hiciera público (aunque el caso índice se remite a diciembre), en el pabellón destinado a tratar a los enfermos del virus (confirmados y presuntos) huele a cloro, a lluvia... pero sobre todo a miedo.
Bokari Kaifa ingresó hace cinco días. La víspera de su camino al hospital estuvo plagada de vómitos, heces y sangre. Su hermano, quien nos cuenta la tragedia personal, permanece a la espera de conocer el resultado de los análisis. De momento, es solo un número más. Como Kaifa, en este pabellón se dan cabida casi medio centenar de presuntos pacientes de Ébola.
Sin médicos
«El personal se encuentra desbordado», nos asegura Alexis, un joven belga que trabaja para Médicos Sin Fronteras . En este sentido, la opinión entre el colectivo extranjero es unánime: ante la escasez de operarios médicos y su baja preparación, lo peor está por venir.
«Las enfermeras están haciendo turnos demenciales», asevera Michael, sanitario local.
En los últimos días, varios miembros del personal del hospital gubernamental de Kenema han renunciado a su puesto. Si obviamos el juramento hipocrático, nadie les contrató para esto: salvo un contagio en Costa de Marfil en 1994, el oeste de África permanecía ajeno, al menos de forma conocida, al ébola. De igual modo, el nuevo brote se ha mostrado especialmente implacable (más de 15 muertos) con los equipos médicos desplazados a la crisis. Entre los fallecidos, el doctor Sheik Umar Khan, una de las principales autoridades médicas de Sierra Leona y quien ha sido calificado como un «héroe nacional» por el Ministerio de Salud local: «Es una gran e irreparable pérdida para Sierra Leona, ya que era el único especialista del país en fiebres hemorrágicas virales», aseguraba el jefe de los servicios médicos, Brima Kargbo.
Khan, quien trató a más de cien enfermos con sus propias manos, era el director del hospital gubernamental de Kenema. Su rostro reverenciado se muestra en cada esquina del centro.
«No he conocido a persona más honesta y trabajadora en mi vida», asevera, con un rostro sin dobles pliegues, su compañero Michael.
El peligro de la ignorancia
Mientras, al margen de las miserias de este centro, en las calles de Kenema, el desconocimiento sobre la pandemia polariza a la sociedad. «El ébola es solo una excusa del Gobierno para acabar con los opositores», nos denuncia Philipe Undermalajai, quien vende neumáticos usados en una de las principales calles de la ciudad. En apenas dos horas, esta teoría conspiratoria será reproducida hasta en tres ocasiones en el asfalto de Kenema.
Y es esta falta de comunicación de los infectados con las autoridades médicas (fundamentada en el desconocimiento y en el peso comunitario de los sanadores locales), la que amenaza con extender el mal. En los últimos días se han producido numerosas protestas a las puertas del hospital de Kenema, ante las acusaciones de que el actual brote es solo una «mentira» y que las víctimas están siendo objeto de casos de «canibalismo» (ayer, por la presencia del Ejército, los ánimos se encontraban más calmados).
El Ejército toma la calle
Nadie parecía preparado para algo así. «Durante la guerra civil, si comenzaban los disparos, sabíamos que se trataba solo de correr. Las piernas eran nuestra escapatoria. Ahora, el enemigo es invisible. Puedes correr, pero no esconderte», advierte Maliwto, compañero de andanzas laborales de Philipe.
Es cierto, más de una década después del fin del conflicto que sacudiera el oeste de África en general, y Sierra Leona, en particular, la región vuelve recuperar al Ejército en sus aceras. Y, sobre todo, en sus vidas.
Como si de un conflicto armado convencional se tratase, para paliar esta crisis, el Gobierno de Freetown decretaba recientemente el estado de «emergencia pública» en el país, mientras confirmaba el despliegue del Ejército en las comunidades de mayor incidencia del brote.
«Los desafíos extraordinarios requieren medidas extraordinarias», aseguraba el presidente de país, Ernest Bai Koroma, en un mensaje dirigido a la nación.
A cada paso por las calles de Kenema, la crisis se convierta en puro maniqueísmo. A un lado, los temerosos del mal, que no dudan en huir despavoridos, incluso, conscientes de ser portadores de la enfermedad. Al otro, los «negacionistas», quienes han hecho del Gobierno el objetivo de su ira.
De regreso al hospital gubernamental de Kenema, un nuevo cadáver se asoma a las puertas del pabellón del ébola. Los operarios médicos lo introducen en la ambulancia. «Ya he mirado, no es él», nos asalta la joven Aisata Fode con mirada de esperanza. Mañana, quizá, su hermano sea solo una cifra más.
Entre vómitos, heces y sangre
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