de la misa la media
Misa de autor en el Polígono de San Pablo
iglesia en sevilla
Desde que uno accede a la iglesia -¡hay agua bendita en la pila!-, uno se da cuenta de que entra en una comunidad viva y cohesionada en torno a su pastor
Misa en la parroquia de San Pablo
Misa en la parroquia de San Pablo (barrio A del Polígono)
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Fecha: 28 de septiembre
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Hora: 11
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Asistencia: casi lleno, en torno a 170 personas
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Presidencia: José Antonio Escobar González
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Ornato: una docena de ramos de siemprevivas en el altar
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Música: coro parroquial con órgano y bandurria
La parroquia de San Pablo, la primera de las que se levantaron a partir de mediados de los años 60 en el Polígono, no pasa inadvertida para quien tenga un mínimo de sensibilidad artística. El edificio de Luis Recasens con colaboración de Antonio de ... la Peña y, sobre todo, la monumentalidad escenográfica en el altar y en el viacrucis de que lo dotó el pintor Santiago del Campo le han valido su inclusión en el catálogo del Docomomo, registro internacional del Movimiento Moderno.
A tal singularidad en su autoría plástica y arquitectónica le correspondía, qué menos, un párroco capaz de imprimir su sello en la vida comunitaria -se ve nada más llegar, con los pósters alusivos a sus veinticinco años de ministerio y sus anteriores destinos- y en la celebración litúrgica como expresión de esa vida de fe colectiva. El resultado es una misa de autor en el sentido más positivo del término: original, genuina y única. Ya vendrán detractores a resaltar los puntos menos favorables.
Aquí vamos a reseñar dos, que tienen que ver con la conjunción estilística del presbiterio, en la que no terminan de casar del todo bien las sillas isabelinas o la casulla de guitarra, en un eclecticismo estético no muy afortunado. Como tampoco somos expertos en eso, mejor dejarlo pasar.
Pero desde que uno accede a la iglesia -¡hay agua bendita en la pila!-, uno se da cuenta de que entra en una comunidad viva y cohesionada en torno a su pastor. De los que huelen a oveja, intuimos. Los cánticos de la misa son los de sus bodas de plata sacerdotales; el 'Alma de Cristo' y el 'Tomad y recibid', tan ignacianos, están colgados de los ganchos de los bancos; el coro no aspira a ganar ningún premio y el pueblo fiel sigue los cantos y se saluda con alegría. Que ya es muchísimo para tantas parroquias anodinas y aburridas donde anda todo el mundo con el ceño fruncido.
También hubo cosas que le chocaron a este cronista. Es inevitable. El himno nacional (bandera española en el presbiterio) al órgano en el momento de la consagración o el escrutinio del Credo o el silencio durante la fracción del pan porque el agnusdéi se cantó en el trayecto a la capilla sacramental para traer la reserva o sustituir el gloria por una canción de Kairoi (¡qué recuerdos de los maristas!) o la duración de la homilía, que se fue hasta los 17 minutos. Pero nadie se remecía en el banco, así que será que están acostumbrados y no se les hace largo.
Desde luego, el párroco tiene recursos de sobra. Dosifica en su justa medida la teología con un aire campechano que lo mismo mezcla las compras por internet que anécdotas con un camarera con mala dentadura en un bar de Cádiz o con el vendedor ambulante de la playa y la preferencia de las bizcotelas sobre los mostachones. El rico epulón y Lázaro (que era el Evangelio del día) pasados por Chipiona, pero sin vulgarizar en demasía el relato evangélico, sólo lo justo.
El cura se hace entender y la asamblea (de todas las edades, aunque predominen las canas) se lo pasa bien: «No nos vale ser buena gente, sino hombres de Dios», remitiendo a la segunda lectura paulina. Los mensajes son claros y contundentes, pero trufados de experiencias personales, chascarrillos y acotaciones bienhumoradas que distienden: «Nadie es tan pobre que no pueda aportar algo a la comunidad, pero no queremos implicarnos y verlo como espectadores, como yo esta tarde, que voy a los toros. No podemos vivir en sociedad sin mirar con compasión a los demás».
El remate de la homilía fue de muchos quilates, aguijoneando a la feligresía: «Ser cristiano es complicarse la vida, no es sólo vivir la misa del domingo, sino que esa misa me ayuda a ver la sociedad con una mirada compasiva y a hacer el bien».
A la hora de los avisos parroquiales se abrió de capa el 'cura de San Pablo'. Nos enteramos del cambio de horario de misas, de la visita pastoral de monseñor Valdivia a mediados de febrero entre chanzas de las que se apresuró a indicar el tono de broma en que había que tomarlas, del inicio de la catequesis de confirmación para adultos y de que le había dado la primera comunión en La Oliva al toricantano Javier Zulueta de esa tarde en la Maestranza: «Voy a llevar una sábana en vez de un pañuelo para pedir la oreja, el rabo y el toro entero para él», dijo buscando la complicidad de los parroquianos que iban a seguir la corrida por televisión.
Acabamos felicitando - «Amiguito, que Dios te bendiga»- por su onomástica al acólito Miguel por adelantado y aplaudiendo. Sí, eso es, aplausos de la comunidad a su cura, que ha cumplido una década al frente de la parroquia. Y que sean muchos más.
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