de la misa la media
Todo lo que cabe en una misa
iglesia en sevilla
El párroco de Santa Cruz es un formidable orador que maneja los registros vocales con una impresionante versatilidad
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Iniciar sesiónMisa en la parroquia de Santa Cruz de Sevilla
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Templo: Parroquia de Santa Cruz (Centro)
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Fecha: 11 de octubre
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Hora: 20
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Asistencia: entre 70 y 80 personas
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Presidencia: Eduardo Martín Clemens
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Ornato: dos ramos blancos y uno de claveles rojos a los pies del Cristo de las Misericordias
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Música: canto a cargo del propio organista
Las iglesias están repletas de advocaciones y santos que las modas devocionales han dejado entre sus muros. En la de Santa Cruz, nada más entrar, llaman la atención las andas del Señor de los Milagros de los peruanos en Sevilla y los cuadros de ... San Óscar Romero y San Pablo VI (los también papas santos Roncalli y Wojtyla están en fotos en blanco y negro) además de la cartelería del Domund que dicen mucho de las preferencias del párroco, Eduardo Martín Clemens, tantos años misionero en Perú, donde tuvo de colaborador a un tal Prevost, hoy romano pontífice.
Pues así como los templos se abigarran, la misa vespertina del sábado en Santa Cruz también estuvo repleta. ¿Y eso es bueno o es malo?, preguntará el lector. Pues según. Lo que no cabe duda es que hay que tener mucha personalidad y muchas horas de presbiterio para darle la palabra a los feligreses en la homilía, invitar a hablar a una voluntaria de la Legión de María, presentar a un niño «milagro» a la Virgen de Lourdes y acabar con el ejercicio a esta advocación como día 11 que era. Todo eso cupo en cincuenta minutos de celebración, porque no empezó puntual (y al sacristán casi se le olvida encender las velas).
El párroco de Santa Cruz es un formidable orador que maneja los registros vocales con una impresionante versatilidad. Sabe cómo hacerse con el auditorio modulando la voz con acentos, inflexiones, giros… toda esa elocución retórica que tan difícil es encontrar en los predicadores. Don Eduardo comenzó su homilía haciendo memoria del Papa bueno, Juan XXIII en su día litúrgico, para pasar inmediatamente a una composición de lugar de la escena de los diez leprosos del Evangelio dominical que en las misas del domingo, festividad de la Virgen del Pilar, se pudo sustituir por Lc 11, 27-28.
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Martín Clemens va soltando sentencias casi sin darse cuenta: «Lo que le duele a un hermano, te tiene que doler a ti, ese dolor lo tengo que hacer mío como Cristo lo hizo por nosotros» o «la falta de gratitud es lo que entristece nuestras vidas». Son reflexiones hondas que penetran con una prosodia y una modulación particularísimas e inconfundibles. «Hoy vamos a reconocer nuestra lepra, ten compasión de nosotros, mira mi vida que está hecha un estropajo, mira a tu Iglesia que está recluida y se mira el ombligo, para que rompa muros y salga a la calle, a los bares donde está la gente, y allí pueda decir como los leprosos: ten compasión de nosotros».
De ahí saltó a las «caravanas de enfermos» que llevaba el padre Leonardo [Castillo] a Lourdes y a la pregunta que abiertamente formuló a la asamblea: «¿Quién fue el primer devoto o devota de la Virgen?». Alguien que el oficiante identificó como Fátima se extendió en la explicación de por qué era San Joaquín, el padre de María, y don Eduardo bromeó: «¿Veis por qué San Pablo dice que las mujeres no deben hablar en la asamblea?».
Pero él mismo -después de desvelar a Isabel como la primera devota de la Virgen- le dio la palabra a Ana, feligresa de Santa María la Blanca con 43 años de militancia en la Legión de María, interesada en fundar un grupo juvenil en la parroquia de Santa Cruz. La homilía no había acabado aún. Faltaba lo más impactante: la historia de sanación de una joven madre que sufrió un derrame cerebral en la semana vigesimonovena de embarazo.
Marta, micrófono en mano desde el antepresbiterio, se definió a sí misma como «una madre coraje», agradeció todas las oraciones de intercesión por ella y su bebé y explicó a la asamblea que su hijito Andrés, de tres meses, era «muy bueno y muy bonito»: «Ha sido un milagro, no lo podéis creer», dijo antes de entregarle el bebé al sacerdote para que lo presentara a la Virgen de Lourdes mientras cantaba un avemaría. El celebrante remató entonces la homilía río: «Este es el niño del milagro, la Virgen no está parada en el cielo, ¿veis cómo es la vida, cómo los milagros se siguen dando?».
Con todos esos ingredientes, la prédica y los testimonios ocuparon casi veinte minutos. Por eso o por olvido involuntario, el oficiante aligeró la misa de algunas partes imprescindibles, como la oración sobre las ofrendas (al menos, la de los fieles) para pasar directamente a la plegaria eucarística o el embolismo tras el padrenuestro para invitar el gesto de la paz. Todo no cabe.
Anotemos finalmente dos detalles que merecen comentario aparte. El positivo, la casulla de guitarra, impecable, que llevaba don Eduardo. El negativo, el servidor del altar sentado tras el ambón mientras se rezaba el gloria y en otros momentos. Todavía nos preguntamos por qué estaba allí.
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