Última función del gran tragicómico
El español medio anda muy ocupado, atrapado en las dichas y desdichas cotidianas a las que tantas y tantas veces puso cara y ojos José Luis López Vázquez. Quizá por eso, hoy no han sido muchos los que han venido a dar su último adiós ... al actor al templo que le vio nacer profesionalmente en aquel año ocre y hambriento de 1946, el teatro María Guerrero de Madrid. Los madrileños, como todos a los que dio vida el madrileño que quedaría consagrado como su fenotipo, están a estas horas atrapados en sus miserias y venturas de oficina, de taller o de sucursal de banca. ¿O alguien imagina a alguno de los personajes a los que encarnó López Vázquez yendo a dar su último adiós a una estrella del cine?, ¿A que no?
Pero es que López Vázquez no era una estrella del cine al uso. Las estrellas de cine no viajan en metro y él sí. Lo recuerda Asunción, una de las madrileñas que se ha acercado a dar su último adiós a quien es reconocido unánimemente como coloso de la interpretación. «Era un actor extraordinario, pero a la vez un hombre muy sencillo», comenta esta señora, que ha a acudido a la capilla ardiente acompañada de su marido, Eugenio, quien no puede contener todavía un hipo de risa cuando rememora el papel del difunto en «La cabina».
Más que admiradores anónimos, lo que han podido verse por aquí han sido personajes célebres del mundo de la interpretación y de la cultura. Todos han ellos han derramado elogios sobre la figura de un homenajeado al que la familia ha dispuesto sobre el escenario del teatro, bajo una foto del día en que le entregaron la medalla de las Bellas Artes , un premio más en una carrera repleta de ellos.
Carmen Sevilla ha aparecido sola, consternada, y con el rostro afectado al que nos tiene acostumbrados. Ha dicho que para ella, sobre todo, lo que se pierde es «un gran compañero con el que compartí muchas películas». La andaluza ha sido contundente al catalogar a López Vázquez como «el más importante de nuestros actores».
Perteneciente a otra generación, José Sacristán , ha sido el más profundo en el análisis de una figura a la que ha descrito como «inmenso actor, capaz de encarnar tanto a personajes arcangélicos como inquietantes». Sacristán ha dejado una frase que cualquier comediante querría como epitafio: «Había algo dentro de sus ojos que lo abarcaba todo».
Justicia histórica
Sacristán es de los que ha sido más gráfico a la hora de describir el estado en que queda la dramaturgia española tras la pérdida de uno de sus más ínclitos representantes. «Nos estamos quedando huérfanos», ha dicho Sacristán.
Después han llegado Raphael y Andrés Pajares. Antes ha estado la ex ministra de Educación, Pilar del Castillo, para la que el papel «por excelencia» de López Vázquez fue el que bordó en «Mi querida señorita». También han pasado por la capilla ardiente Concha Velasco, Pedro Olea y Agustín Díaz Yanes.
Pedro Almodóvar, que también ha acudido, ha querido hacer justicia histórica. Ha recordado que el actor madrileño pertenecía a "una generación privilegiada" y ha reivindicado que estuvo a la altura de "los grandes del neorrealismo italiano; el problema es que en aquella época el cine español sólo se veía en España". Para el cineasta manchego, López Vázquez "no era un cómico que se esforzara y pudiera resultar verosímil en lo trágico, sino que era un gran actor en todos los registros". Todos aquí tienen sus preferencias acerca de cuáles fueron sus mejores interpretaciones. El abanico es amplio. El «actor camaleónico» del que ha hablado Andrés Pajares a su llegada regaló papeles de todo color y registro. Pero ha habido algún vecino que, por encima de casos particulares, ha creído captar la sustancia de la excepcional normalidad de López Vázquez. «Fue un hombre que supo reírse de la vida». Lo dice en arranque de lucidez Antonio, un español anónimo, uno de esos que pasean con su señora cogida del brazo y el periódico bajo la axila, uno de esos a los que durante décadas pusimos un rostro: el de José Luis López Vázquez. A fuerza de actuar tantas veces como el hombre común, nos hizo soslayar lo irrepetible de su talento. La normalidad de sus personajes ensombreció el valor de su arte. Como a los grandes de verdad, la cosa le salía fácil. Ahora que no está, quizá reparemos en lo fácil que él hacía lo difícil.
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