COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Viaje con nosotros o con Yolanda

Unas líneas ferroviarias de pena, unos transbordos imposibles y una empresa que no se hace responsable de sus responsabilidades

DECÍA Luis Landero, el pasado jueves, en la inauguración de la Feria del Libro de Sevilla que Buñuel se obligaba todos los días a inventarse una historia para entrenar su imaginación y, de paso, para crear expectación en la mente de sus espectadores. Pero la ... imaginación, en palabras del Premio Nacional de las Letras, es un ejercicio que requiere de lentitud, concentración y reflexión. La imaginación no se improvisa; la imaginación de la buena, claro. Porque, como Luis Buñuel, el Gobierno en funciones también tiene una historia para cada día, aunque eso sí, fruto de la improvisación, las prisas y, casi, la desesperación que supone la carrera contrarreloj hacia la investidura de Pedro Sánchez, sea cuando sea, si es que tiene que ser.

Sherezade, la de las mil y una noches, retrasaba su sentencia de muerte cada amanecer, echando mano de su imaginación. La curiosidad del rey Schariar era una garantía para la supervivencia de Sherezade, que inventaba una historia todos los días, como Wendy –la de Peter Pan- que entretenía a los niños perdidos con cuentos de sirenas, de piratas y de mapas de Nunca Jamás. Como hacía Guido con el pequeño Giosué para aliviarle el horror del campo de concentración y hacerle creer que la vida es bella.

Como Yolanda Díaz, que no pierde oportunidad para poner a volar –volar puede que no sea el verbo más apropiado aquí, después de todo- su imaginación para entretener la espera y que estemos más pendientes de sus fábulas que de lo que realmente se está cociendo en las cocinas de Moncloa. La penúltima –no diré la última tratándose de ella- ocurrencia, ya lo sabe, viaja en un tren. En un tren fabuloso que ella misma se ha inventado, rápido, moderno, que no tiene retrasos, que llega a todas partes –sobre todo a Andalucía y Extremadura-, que no contamina, que tiene todo tipo de servicios –incluido el baño-, y que puede sustituir a los vuelos domésticos para ganar en calidad de vida y de sostenibilidad. Lo anunció –se hizo un lío, como de costumbre, y por poco se carga casi todos los vuelos europeos, además de las conexiones nacionales-, lo ratificó al día siguiente, diciendo que los trenes en España son maravillosos, y siguió tan contenta porque, cuando ella lo necesita, tiene a Gerardo Pisarello para rematarle la faena «las responsabilidades que tiene cualquier jefe o jefa de Estado justifica que haya situaciones excepcionales donde tenga que hacerse», es decir, coger un avión para ir a la vuelta de la esquina.

El problema no es que Yolanda, eternamente, ni es jefa de Estado ni lo va a ser, y tampoco lo es que quiera ponerse guay y suprimir vuelos. El problema es que tenemos unos trenes en este país que son una auténtica vergüenza -por mucho que sean gratis- unas líneas ferroviarias de pena, unos transbordos imposibles y una empresa que no se hace responsable de sus responsabilidades.

Menos en Cataluña y en el País Vasco, claro está. Pero ese ya es otro cuento.

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