Mi Mayo del 68

Algo así me ha ocurrido con el cincuentenario del Mayo Francés del 68, cuya conmemoración ahora acaba. Durante años y años, les he oído a sevillanos que se las daban de muy progres, presumiendo de protagonismo de la Historia:

—Yo en Mayo del 68 estaba en París, en el Barrio Latino, corriendo delante de los gendarmes y proclamando el «Prohibido prohibir».

Más o menos así han presumido muchos durante mucho tiempo. De ser cierto, Sevilla habría estado casi desierta, sin un solo estudiante en mayo de 1968... porque todos estaban en París haciendo la revolución. Por lo cual, yo me esperaba que en este cincuentenario de aquello que dijeron que iba a cambiar el mundo pero que después no cambió nada, muchos contarían, como batallitas de Abuelo Cebolleta, sus experiencias levantando adoquines para alzar barricadas y comprobar que debajo de ellos estaba la playa, como decían en su utopia revolucionaria de empacho de leer a Gramsci y a Marcuse. Y, que yo sepa, no ha habido si una sola conferencia, ni un solo artículo evocador de aquellos sevillanos que presumían de protagonistas en el París de Mayo de 1968.

A falta de esos testimonios, les daré el mío. En Mayo del 68 yo no estaba en París corriendo delante de los guardias, sino en Cádiz, detrás de las magníficas comparsas y chirigotas que salieron aquel año, cuando el alcalde José León Carranza había disfrazado al Carnaval de Fiestas Típicas y cambiado a febrero por mayo, tratando de hacer como un calendario turístico: Fiestas Típicas, Corpus, verano y cierre con el Trofeo que llevaba el nombre de su padre, Ramón de Carranza. Incluso organizó Carranza en Canalejas una especie de Feria, a la sevillana o a la jerezana, con casetas y orquestas, de modo que, Teatro Falla aparte, era muy difícil encontrarse, como en el antañón febrero, a las agrupaciones cantando por las tiendas de montañés. Solamente la Peña La Estrella, «lo mejorcito de Candelaria», mantenía la llama sagrada de las agrupaciones de Carnaval.

¡Y qué agrupaciones! Por eso corrí yo en Mayo del 68 detrás del primer premio de chirigotas, «Los Ceporros», de Agüillo y Paco Campos, degustando su pasodoble «Va a enterarse el auditorio/de una carta que le manda». Y de su famoso estribillo: «Míralo, míralo,/ya se ha mosqueao,/míralo, míralo,/ya se mosqueó». O corrí para escuchar al segundo premio, «Los guachisnays», de los mismos autores y dirigidos por El Molondro, con su trabalenguas: «¡Guachisnay!/Tuti contenti,/tragati embuti,/nati Juan naja,/quédate en Cai!». ¿Y El Carota, con su cuarteto «Los 4 brutos del Regimiento»? El de: «A la voz de carga,/y a la voz de fuego,/ten cuidado con el tiro,/no se te escape/y te dé en un huevo».

Y las comparsas. Había ganado el primer premio Paco Alba, con el refinamiento de «Los senadores romanos», con Chatín, El Moreno o El Sopa: «A Aristófanes también/allá por la antigüedad/le gustaba componer/por el estilo a nuestro Carnaval». Y al final, pero no lo último, Don Antonio Martín, que entonces era Antoñito Martín y que en su primera salida como autor acababa de ganar el tercero de comparsas con «Los Mayordomos», donde certificó que «el tanguillo gaditano/se está perdiendo/y es una pena». Mi mayor honor de Mayo del 68 fue conocer e iniciar una vieja amistad con el gran Antonio Martín, a quien me presentaron en el Homenaje al Comparsista en El Anteojo de Pepiño. No habrían de pasar muchos años para que en 1980 Antonio Martín constatara lo que decían en París a aquellas horas: que bajo los adoquines estaba la arena de la playa. Pero la arena de la playa de una presentación histórica: «Es el embrujo sobrenatural/de esa diosa del mar/que se llama Caleta».