Quemar los días
El curso del río
Veo cerca el día en que retirarán de las bibliotecas las obras de Dostoievski
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Iniciar sesiónLeí con estupor la noticia de que la Filmoteca de Andalucía anulaba la proyección de la célebre Solaris, dirigida por Tarkovsky, en el marco de un ciclo sobre adaptaciones cinematográficas de la obra de Stanislaw Lem, en solidaridad con el pueblo ucraniano y como gesto ... contra la invasión de Rusia. Enseguida el estupor se transformó en cabreo. ¿En qué cabeza cabe semejante despropósito? En lugar de la cancelación, ¿no habría sido más interesante contextualizar la obra dentro de la trayectoria vital de Tarkovsky y contar, por ejemplo, que el cineasta ruso fue severamente maltratado por el régimen soviético, hasta obligarlo a emigrar y morir en París, muy lejos de su Rusia natal?
Todo lo que huele a ruso, de momento, apesta. El circo que le han montado al alcalde de Málaga con el asunto del Museo Ruso es abominable. Veo cerca el día en que retirarán de las bibliotecas públicas las obras completas de Dostoievski, Tolstoi o Chejov.
No se trata de algo nuevo. La cultura de la cancelación vive un peligroso momento de auge. Se borra del mapa todo lo que ponga mínimamente en peligro lo políticamente correcto, pasándose por el forro las coordenadas históricas y socioculturales. Y desechando obras que han contribuido de forma incontestable a nuestro desarrollo cultural.
Hemos tirado la toalla como sociedad cuando, en lugar de intentar ampliar nuestro conocimiento, lo que buscamos es justamente lo contrario: jibarizar, achicar las cabezas como hacen los indígenas del Amazonas con las de sus seres queridos, pero en vida. De manera que en lugar de propagar la cultura nos convertimos en centinelas de la censura más cerril e implacable.
Ninguna obra de arte puede ser censurable. Ni las películas de propaganda nazi de Riefenstahl, ni los libros del antisemita Céline; ni los cuadros con púberes de Balthus, ni Lolita de Nabokov; ni las películas de Polanski, ni los goles de Maradona. Si seguimos echando la vista atrás, nos quedarán por derribar muy pocas estatuas. Pero derribarlas, igual que cambiar los nombres de las calles, es muy sencillo. Lo verdaderamente complicado es aprender a evaluar las obras en su contexto, entendiendo sus limitaciones y su valía, separando al autor de su obra, y sabiendo comprender que la cultura es lo más parecido a un río: aunque intentemos desviar su trayectoria, siempre vuelve a su cauce. Y su fuerza acaba anegándonos a todos.
Sin Tarkovski no habríamos tenido a Von Trier, ni a Malick. Pero sin su compatriota Eisenstein no habríamos tenido al propio Tarkovski. Ni a Orson Welles ni a John Ford. Y sin Welles y Ford no existirían Scorsese, ni De Palma, ni Spielberg. Por último, sin ellos no existirían las películas de superhéroes de la Marvel a las que llevamos a nuestros hijos en placenteras tardes de cine y palomitas.
Podemos cancelar cuanto queramos. Pero ningún censor conseguirá cambiar el curso del río.
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