#Cuentos

En las cocinas del #MeToo cabe de todo. Y yo apruebo casi todos los platos, e incluso los aplaudo con entusiasmo. Pero en los caminos del empoderamiento femenino y la lucha contra el patriarcado uno tiene la sensación de que algunos ingredientes están agriados. La Gallery Art de Manchester ha retirado una de las obras más célebres de Waterhouse, Las ninfas desnudas, por considerar que es necesario revisar el ideal de la belleza femenina. Al otro lado del charco, hace algunos meses, el Museo Metropolitano de Nueva York recibió presiones para retirar un cuadro de Balthus por sexualizar a una niña. La figura de Woody Allen en Oviedo se ha salvado por los pelos de acabar en una fundición por pederasta, mientras que el gran debate literario del momento es establecer si Lolita de Nabokov es o no un alegato a favor de la violación.

En estos tiempos en que las llamas de la censura parecen reavivarse, en los fogones de cierto feminismo se cocina con una nueva técnica: la censura retroactiva. Un proceso de revisión de la tradición tanto o más implacable que la que guía a los integristas que devastaron la ciudad milenaria de Palmira. Las nuevas chefs tienen bastante trabajo por delante en el caso de España. Para empezar, requisar todos los ejemplares del Quijote, ese loco salido que acosaba descaradamente a Dulcinea.

Yo a mi hija también le contaba cuentos. Pero era mucho mejor cuando ella se los inventaba desde cero. Aún hoy me encanta escucharlos, cuando cocinamos juntos.